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Doctor Kafka
Juan Gustavo Cobo Borda
Letra a letra,
Bogotá, 2015


Por Álvaro Mutis
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No. 99 / Mayo 2017



Tendría que haber sospechado que ese muchacho corpulento y rozagante, que me miraba buscar libros sobre Bizancio y Carlos V en los escondidos y polvorosos saldos de la librería Buchholz en la Jiménez de Quesada, no era todo lo inocente que su voz infantil y la parsimonia de sus movimientos indicaban. Hubiera debido ver con mayor cuidado esa sonrisa, que con ojos y boca, anunciaba o, mejor, destilaba una visión implacable de nuestras debilidades más secretas, de nuestras flaquezas mejor camufladas. Cuando digo nuestras me refiero tanto a mí como cliente y fugaz transeúnte de dicha librería, como a mis compatriotas con toda su colombianidad a cuestas y, last but not least, a nuestro castigado e inconcebible género humano. No, no supe ver otra cosa, en ese rostro sonriente, que el de un muchacho de buena familia bogotana, trabajando en sus vacaciones para mantenerse alejado del billar y de las tentaciones de la Carrera Cuarta, ya seculares, éstas, en Bogotá. Buscando el Carlos V de Karl Brandi y algún inconseguible libro de Schlumberger sobre el Imperio de Nicea, pasé por alto esa señal de peligro que me obsequiaba el azar.

Meses después recibí en México un libro que, con el imposible título de ¡Ohhh!, reunía poemas de cinco jóvenes colombianos: Cobo, Jaramillo, Luque, Miranda y Restrepo. La dedicatoria, convencional y tímida la firmaba J.G.C.B. Leí el libro con interés un tanto tibio. Veinte años de ausencia de la patria, deslíen las referencias, apagan la curiosidad y desenfocan los recuerdos. Algo tenían los poemas de Cobo Borda que me hizo volver a ellos al poco tiempo. Su visión era feroz. Allí estábamos los colombianos con todos nuestros lastimosos sueños, nuestras usuales mentiras, nuestro énfasis vanidoso y vacuo, nuestro pequeño sentimentalismo de portera elevando a lirismo enrarecido y nuestro machismo penoso convertido en “heroica gesta libertaria”. No pude desprenderme de esas páginas durante muchos días.

Algunos meses después volví a Bogotá, de paso hacia el Sur, con esa prisa y ese atropellado desorden que agobian mis breves tránsitos por la patria. Lo primero que hice fue preguntar por el autor de “El baile de los Libertadores” y de “Así es Colombia”, y me encontré con el sonriente y corpulento bachiller de la Librería Buchholz. Nunca me he perdonado la torpeza de una distracción tan necia. Había perdido casi un año el placer de hablar de esas cosas que sólo con Cobo Borda, desaparecido Hernando Téllez, adquieren todo su sentido, toda la agudeza y todas las resonancias que hacen de este diálogo un goce inagotable, que perdura para ayudarnos a salir de la tierra de nadie en donde suele apresarnos la neurastenia y la abulia.

No voy a hacer la crónica de nuestra amistad, que sería muy provechosa para viejos y jóvenes de todas las letras, porque un cierto pudor me lo impide, despertado y aguzado, además, desde esta soleada mañana mexicana, por el recuerdo de esa sonrisa certera, que sube a los ojos y juega por el rostro, merced a la cual Cobo Borda tiene la virtud de dejarnos en la fatal evidencia, en la rigurosa desnudez de nuestra irremediable necedad.

La poesía de Cobo Borda dejó muy pronto ese ejercicio de ensañamiento en nuestra colombianidad y, con la misma ironía e idéntica y eficaz malicia, se metió de pronto por las regiones de corazón del placer y del olvido. Allí ha sido un maestro. En Consejos para sobrevivir y Salón de té hay una continuidad de lucidez, de desesperanza y ávida ansiedad de apresar, así sea por un instante, ciertos momentos de precaria dicha, que hacen de Cobo Borda un poeta impar y desconcertante de la tradición poética colombiana. Ajeno, por igual, al frustrado y desigual intento renovador de los Nadaístas, sus antecesores inmediatos, como a esa tendencia a evitar lo supuestamente antipoético y a transitar por una atmósfera de irrespirable beatitud lírica, característica de la mayoría de los poetas colombianos de todas las épocas.

Aconsejo la lectura del Poema I en “Consejos para sobrevivir” del libro del mismo nombre, de “Retrato de mi abuelo”, de “Años después” o de “Erótica”, para quien quiera ver, con espléndida evidencia, por qué Cobo Borda es un poeta sin antecedentes en nuestra frondosa historia literaria. Que apenas cumplidos los treinta años, un poeta pueda reunir en una breve antología como Salón de té, lo mejor de su obra; que tal excelencia sea el producto de esa delirante madurez en donde la vida parece que hubiera ya pasado varias veces, como esas tormentas que regresan y tornan a arrancar viejos árboles y a dejar la tierra escarbada y desnuda; que tal cosa ocurra en la Colombia de nuestros días, es un milagro “hermoso y triste” del que yo no acabo de reponerme, ni el país y sus gentes podrán apreciar cabalmente sino hasta cuando el tiempo cumpla su tarea y puedan gozar estos poemas sin desasosiego ni pena.

Estas frases titubeantes y pobres no son lo que yo hubiera querido para prologar la obra poética de mi amigo Juan Gustavo. Quien escribió La tradición de la pobreza, el más hermoso libro de ensayos de Colombia después de los escritos por Hernando Téllez, merece mayor rigor y una más elaborada destreza en las palabras destinadas a hablar de sus poemas. Espero que me exculpen la admiración gozosa que siento por su obra y el cariño y la gratitud con los que vivo su amistad.

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Querido Juan Gustavo:

Encontré en estos poemas la misma ironía de los de hace quince años o más, pero esta vez, como era lógico, vas más lejos y con una agudeza donde se presienten esas experiencias de lo vivido, teñidas de una implacable visión de las personas y del mundo. Al leer estos nuevos poemas tuve la impresión de ver casi de bulto esas sucesivas olas de amarga experiencia que los necios confunden con una prueba de la madurez. Hay poemas que realmente no perdonan al lector, que no lo tienen casi en cuenta, y el efecto es realmente saludable y reconfortante. El gran padre de esta ironía ácida y eficaz, nuestro imprescindible Quevedo, hubiera disfrutado esta nueva poesía tuya. Te deseo mucha suerte con la mansa complacencia de la crítica y espero con enorme interés ver el libro abriéndose paso entre los lectores, que no serán los mismos después de leerte.