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Rayadura
Antonio Riestra
Ivec / Conaculta,
México, 2015


Por Claudina Domingo
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No. 99 / Mayo 2017



Rayadura es el primer libro de poemas que publica Antonio Riestra. Es, por lo tanto, un libro que será muy importante para él a lo largo de su trabajo literario, ya sea que sus próximas publicaciones refrenden las propuestas estéticas vertidas en éste o que su trabajo siga otros derroteros. En la lectura de Rayadura es muy evidente la minuciosa lectura de poesía que hace. Lo primero que salta a la vista de esta reunión de poemas es el aguzado oído de Riestra. Esta obviedad del oído musical no lo es tanto si pensamos que, en parte debido a la creciente afluencia de poemas narrativos en nuestro país en los últimos treinta años, el poema con carácter musical ha perdido terreno, o bien ha quedado relegado a las formas más tradicionales de métrica. Escribir en verso blanco poemas musicales es un reto para el oído del poeta. Dice Antonio:

¿Quién aquí?
¿Quién aquí la marejada, el temblor que se avecina?: bufido va a sentirse luego hasta otro puerto.

Tergiversando los prismas
septiembre fuma luces: atrás, al sol, a la orilla, dejas las primeras pisadas, sigues
adelante… hasta los faros.

Sirva también este poema como ejemplo para ilustrar otro de los rasgos de la poesía de Antonio Riestra: el descubrimiento de la imagen exacta, del verso que en su plenitud colma la imaginación del lector. La imagen tiene un destino fatal en los poemas: o los hunde o los encumbra, por eso escribir poemas que carezcan de imágenes es una tentación grande al mismo tiempo que un reto para el amor propio literario: decir, nombrar, arrojar la primera luz sobre los seres y las cosas sin necesidad de retruécanos lingüísticos no es poca cosa. Pero acudir al poema sabiendo que su viabilidad depende de la metáfora tampoco amedrenta menos. Antonio Riestra decidió creer en la fuerza motriz de las imágenes y hacer gravitar la masa del poema en torno a ellas. Así leemos:

Aliteración recién oída,
desenterrada recién
por el gallo corazón de las ojeras,

piedra que se erige
de un golpe,

abisal calor no bochornoso:
vuelve lapislázuli
aquellas hormigas que pasan.

Rebaños, peces,
un cielo manglar, pacen tu oro.

Podría llamar a este rasgo pasión descriptiva. Un poeta no lo es por el asombro, por practicar el arte de asombrarse ante los fenómenos y las naturalezas. Esta facultad nos está dada a los seres humanos sin hacernos poetas. Lo que consolida al poeta como tal frente a la página en blanco, frente al instante y el idioma es su capacidad para generar o fabricar un instante, reproducir no el fenómeno sino la atmósfera que lo circunda con las manoseadas herramientas del idioma. Así, llegar a la imagen original, al hallazgo, al poema depurado que sea, al mismo tiempo, puro, es una labor en la que se puede dejar la salud mental. Lo que un poeta franco y serio como Antonio Riestra tiene en su favor es su capacidad para regocijarse con el idioma, y de esta forma emprender la alquimia lingüística con un ánimo lúdico que, en su concentración y firmeza, nos recuerda el ánimo de creadora de adivinanzas de sor Juana. Cito:

Amar lo reconcentrado
de su minúscula galaxia

mientras se acaba
ese cansancio perro esa
ensoñación lastimera

porque no le ves principio a lo redondo
a la chispa comenzad
a al fuego de esa chispa

que
funde los orígenes
de tal asomo de tal curvatura.

A este tipo de poema, el poema absoluto, le queda bien la brevedad, ya que se basa en la concentración dialéctica literaria en la que la narrativa de las cosas sucede en un sólo momento, y en donde el tiempo es al mismo tiempo lo bastante vasto como para que el poema prescinda de secuencias temporales. Escribir con intenciones universales, con el objeto de aprehender no sólo un instante en un poema sino una serie de atmósferas distintas que posean significados múltiples, implica el riesgo de caer en la metáfora críptica. 

Ahora bien, convendría pensar si esta contención que transmina la escritura lírica de Riestra no es una manera de mantenerse lejos de los riesgos más señalados por los lectores críticos de poesía mexicana. La intensidad emotiva y el drama personal son, desde hace décadas, motivo de discusión para días enteros. Los hay que creen que la poesía debe concentrarse en lo que le ocurre al poeta o, en su defecto, a la voz poética. Y los hay, quizá en mayor número, quienes ven en ello un rasgo de ingenuidad literario. Sin embargo, hay momentos en los que Riestra anuncia este avatar más intenso. Pienso, por ejemplo, en este excelente poema suyo:

Jamás supe quién era mi padre.
Y fui su hijo
hasta dejarlo huérfano.

A veces
me pregunto si puede,
si le resulta difícil andar así,

siendo semilla de nadie,
como quien no se ha enterado
de su propio nacimiento.

Por eso decía, también, al principio de este texto, que este libro habrá de ser muy importante para Antonio Riestra en el futuro, cuando lo compare y contraste con sus trabajos sucesivos: ¿permanecerá fiel al estilo de Rayadura o explorará otras vertientes de la poesía, de su poesía que ahora comienza?