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Diario para María Azahar /
Canciones para una sorda
Juan Bautista Villaseca
Taller Ditoria,
México, 2013.

Por Álvaro Cortés Rosas
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No. 110 / Junio-julio 2018

Médico de profesión, Juan Bautista Villaseca (1932-1969) murió en el más completo abandono y olvido, según cuenta el principal historiador del poeta, José Manuel Recillas. A lo largo de cuarenta años, no hubo ninguna mención del trabajo de este escritor en ninguna antología, ensayo o escrito referente a la poesía mexicana y gran parte de sus manuscritos lograron sobrevivir gracias al resguardo de amigos. Es recientemente que Recillas intenta que la poesía de Villaseca sea conocida y colocada en el lugar que le corresponde. Según el historiador, esto sería a lado de nombres como Pablo Neruda, Federico García Lorca y César Vallejo. ¿Por qué una voz de ese nivel permaneció en el olvido? La respuesta podría estar en la poesía misma.

Escritos entre 1957 y 1968, los dos opúsculos de Juan Bautista Villaseca reunidos por Taller Ditoria muestran progresivamente cómo el poeta abandona este mundo para entregarse a sus versos, en un ejercicio en el que se despoja de lo material. El poemario, dividido en dos partes (Diario para María Azahar y Canciones para una sorda), comienza mostrando a un Bautista Villaseca gozoso, pleno ante el nacimiento de su hija. Sin embargo, conforme pasan los versos, el poeta va despojándose y aislando. Enfilándose a una irremediable despedida. Con la segunda parte del poemario, Canciones para una sorda, esta idea se reafirma: se muestra a un poeta completamente desposeído.

En Diario para María Azahar, Bautista Villaseca llena los primeros poemas de palabras que vibran ante lo inminente. Según apunta su principal historiador José Manuel Recillas, los versos que constituyen esta parte de la entrega fueron escritos en los días previos al nacimiento de la hija del autor: María Azahar. Pero aún sin guiarnos por lo anecdótico, es perceptible que en los primeros poemas todo cobra vida o, tal vez, para el poeta un nuevo ser comienza a habitar en las cosas y ellos, como él, están a la espera de aquello que está por acontecer.

A horas de ti
desde el junco y el trigo
hoy te presienten todos los molinos
los caserones de la geografía,
la plantación del mar (“Anotación 26 de agosto”)

Al leerse con la cronología de un diario, en la primera parte del poemario los versos se convierten en un espacio en el que se confiesan primero alegrías, luego miedos y desesperanza por una inevitable separación. El punto en común: una conciencia de lo social, que bien podría señalarse como el elemento detonante del cambio que progresivamente se revela en los poemas. De hecho, apunta José Manuel Recillas, la poesía de Bautista Villaseca suele considerarse de corte social, sin embargo, no es una poesía militante. Más que eso, parece que se tiene la necesidad de mostrar el mundo y la vida (quizás al motivo del poemario, su hija). La exposición, aunque dulce, incluye matices: los elementos que entristecen y horrorizan de la humanidad. Como en “Anotación 9 de octubre”, donde los versos dan forma a un cuento de una niña en busca de un simbólico traje verde; sin embargo, la tarea es imposible cuando se enfrenta a un ambiente bélico y hostil.

Esta historia
no recuerda la fecha del reloj.
Tal vez Hiroshima,
en España, en Chipre o en Argel,
su tallo de palomas
buscará la compuerta.

Este cuento no empieza
ni termina,
te lo dejo para que un día en la tierra
halles para mi niña el traje verde.

Pero la poesía de Villaseca no se limita a describir. Dentro de su clasificación social, lo que hace es dignificar la vida de los desposeídos, señala Recillas, a lo que podría agregarse que Bautista Villaseca no sólo dignifica a los desposeídos, se convierte en uno. La transformación puede notarse cuando en sus versos se reconoce que, ante las desventuras de la vida, le es imposible fungir como protector del ser amado. Así, como único recurso ofrece sus versos como plegarias. Sin embargo, no estamos ante un poeta derrotado, sino ante aquel que se despoja de lo material, abraza la pobreza y se aísla en la tierra donde sólo su presencia y trabajo tiene valor. Ese lugar no es físico, sino construido con sus versos y mostrado a ella, su hija:

María Azahar
hoy te he traído a mi Patria
de olla abierta para la ternura.

No es de cemento,
no tiene llaves,
no conoce puertas,
lleva el color que le dejó la vida,
la raza de una flor,
y en tus ojos, pequeña mía,
tiene la forma de toda la tierra

El nuevo poeta, el desposeído, se reafirma en la segunda parte del poemario, Canciones para una sorda. Escritos once años después de Diario… los versos ahora son dirigidos, desde la pobreza, a quien no puede o no quiere escucharle: el mundo entero, incluyendo su esposa. Lo que en la primera parte del poemario era una insinuación, en la segunda se refrenda. Es un posicionamiento del poeta frente a un mundo que privilegia lo material y se muestra indiferente ante las vicisitudes del prójimo. Mientras que él, del lado de los que nada tienen, enaltece lo afectivo, la naturaleza y una vida simple, pero sin dejar de expresar la voz de aquel que no alcanza a comprender la postura de aquellos con los que cree que debería compartir su aislamiento:

En el café de enfrente
los poetas también están roncando
roncan en su sueño azucarado y corrompido,
ese gobernador también está durmiendo (…)
Ya lo ves, amor mío,
qué triste es escuchar esta noche,
escuchar, y escuchar,
mientras entre mis brazos
veo que sueñas (“Canción de los ronquidos”)

De la vida en todo elemento que se expresa en los versos iniciales de Diario para María Azahar, ahora Villaseca expone un entorno vacío, en el que dialoga con los espacios y los objetos, lo cual sirve para acentuar la profunda soledad en la que está inmerso. Sin embargo, como ya se comentó anteriormente, no tenemos a un personaje derrotado, sino a uno que muestra un falso autodesprecio, orgulloso de ser ajeno a las cuestiones del mundo que decidió abandonar, como se puede ver en “Canción del ignorante”, donde irónicamente acepta “yo sólo sé escribir”. Es el desposeído dignificado que canta a las cuestiones que no le interesan a los sordos que no alcanzan a escuchar lo que él tiene que decir. Especialmente la “sorda” a la que dedica varios de sus versos, su esposa.

Bautista Villaseca se muestra desposeído en canciones de abandono y fracaso, canciones en las que celebra su miseria y soledad, canciones que exhibe su hambre e insomnio, así como su conciencia de la muerte. Al final, sólo queda el poeta y su obra. “Al despojarse de todo nos legó una poesía admirable, ajena a las mezquindades de la vida diaria, de la vida literaria”, explica Recillas. Y es en este punto que encontramos la respuesta a la pregunta primaria: ¿por qué una poesía que –señala Recillas– está al nivel de Neruda y Vallejo estuvo en el olvido? De acuerdo con lo que revela la poesía y lo que explica el historiador, porque Villaseca fue un poeta que eligió el mundo de los desposeídos, alejado del establishment de su época.

Bueno, lo anterior basta para explicar por qué la poesía de Villaseca permaneció en el olvido por más de cuarenta años. Si ahora que se está dando a conocer puede colocarse a la par de la obra de grandes poetas latinoamericanos, será decisión del lector. Lo que se puede señalar es que, además un lenguaje y estilo refinado, Bautista Villaseca consigue en algunos de sus versos, de forma conmovedora, que las palabras iluminen los momentos y lugares más lóbregos del desposeído. Ante el desánimo que el poeta muestra ante el mundo, la poesía fluye luminosamente. Este efecto puede atribuirse a la decisión estético-ética de Juan Bautista Villaseca que, contrario a la práctica lírica del nocturno, prefirió que sus versos quedaran plasmados en diurnos: por medio de la palabra, colocar luz en todo lo observado, incluso en aquello que se encuentra en la oscuridad.