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Liber Scivias
Claudia Posadas
Dirección de Literatura, UNAM,
México, 2016.

Por Valerie Mejer
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No. 101 / Julio-Agosto 2017


En su elogioso prefacio a este libro Hernán Lara Zavala explica cómo en su estructura simbólica el volumen “se divide en tres partes: Purgatio, Iluminatio y Unio un poco a la manera dantesca, pero, basada no tanto en la descripción física de los lugares y sus pobladores como en la naturaleza íntima de los sentimientos que cada parte representa.”

Esto está claro en este hermoso epígrafe entre tantos otros que, se sabe, Claudia Posadas escogió como quién sabe a qué posada llegará en un largo trayecto espiritual o de expiación. Esos recorridos realizados por peregrinos a través de los siglos es ahora un recorrido hecho en palabras:

Considerar nuestra alma como
un castillo todo de diamante o muy claro
cristal, adonde hay muchos aposentos, así
como en el cielo hay muchas moradas.

Teresa de Ávila

Se habla de un origen y desde su principio es la puesta en escena de un dilema. La urdimbre de las frases revela un conflicto dramático por ser teatral aun cuando se sabe que todo es interno. La cosa empieza mal. Empieza en el odio:

Es en este origen donde hierve el magma,
donde va nervándose la sombra que desfigura el rostro;
es allí donde se espesa el odio…

Este comienzo que inicia en el odio, esta alma que al entrar en la carne no tiene otra opción y no le queda más que la obediencia, es en sí la sustancia de una novela:

Ser destruyéndose en esta mórula de podre
que nos fuera otorgada como única heredad;
estar sobreviviendo al relámpago que no pedimos
y por el cual soportamos la extrañeza.

Todo este empezar, y es cierto, lo sabemos involuntario. Ahí comienza el odio. Una nueva morada, bien sincera. Hay en ese primer trayecto imágenes que traducen la experiencia de entrar como alma en la vida de la carne, pero que se sopesa lentamente por cómo está imbricada en las palabras, una de ellas es la hermosa imagen de la vela que se encuentra en las primeras páginas:

Permanecer, entonces,
tomados por un misterio que nos vulnera,
como una vela escindida en su altivez.

La segunda parada es el miedo. Tampoco esto se espera. Pero de pronto se sabe que ésta es una experiencia humana, es decir, le ocurre a más de uno cuando la poeta anuncia:

También existe el que nunca será abandonado por el miedo,
pues vive en el principio donde aquél se fortifica.

Es quien, renuente o incapaz de enfrentar el imperio del mundo,
sólo tiene el desarraigo como única palabra,
como débil tea para el descenso a la angustia de sí,
hondura donde yace, en su abierta desnudez,
el núcleo de esta conciencia.

Habla vivamente entonces, y también compasivamente, de los que no serán nunca liberados. Y hay en esto un prometer algo: si son los otros lo que no serán liberados, esperamos algo distinto de la que camina este mapa. Y en este mapa como en todo trayecto mítico los obstáculos resultan ser maestros:

Imposible emerger de su custodia,
su vigilia ordena el estallar del pensamiento,
el desplegar del ave oscura del insomnio…

Su vigilia ordena el estallar del pensamiento: es miedo lo que está en este principio taxonómico de las ideas y en el fondo la poeta acepta su deuda con él.

Tan acertado que la próxima parada será la ira y que se ubique en el horror de la casa familiar donde, sin embargo, la visión de la rosa altera algo y la casa del bosque anuncia algo. Las cosas terribles, los hechos existenciales, se transforman al tener contacto con ellos. De ahí el asunto alquímico y la coordenada verbal de este libro:

El caos ya no fue la pequeña roca lanzada en ese aljibe sino la sombra creciendo a nuestra espalda.

Hay comparaciones que se han vivido. Todos hemos intentado seguir adelante mientras manejamos en la niebla. La prisa siempre nos conduce hasta que la prudencia te dice que no ves nada y que estás a punto de arrollar tu propia vida. Y así de incierto se describe este trayecto del alma:

Al principio no sabíamos lo que nos deparaba el viaje
y aunque hubiésemos tenido en cuenta el dolor que habría de dolernos,
¿habríamos renunciado a la pureza,
a la estancia donde la ternura ha sido el cauterio
contra la herida que nos conforma?

Siempre hay en la descripción de la tragedia, en su desarrollo, un sentimiento esencial que traduce el eje de ese combate. Se lucha siempre contra la muerte y en favor del amor. Pero no siempre se hace de buena ley, con las palabras justas como se hace en esta ocasión:

¿Qué índole ajena a mis dominios nubla tu mirada?

¿Por qué no bastan mis poderes mortales y mi fe para detener esas potencias?

¿De dónde viene ese inmolar de lo que amo?

Déjame, amor, abjurar del infortunio
e invencibles,
uno en otro,
con esta llama,
en este invierno,
cumplamos los rituales de la luz
y de los dones terrestres que nos fueron concedidos como un bálsamo,
como si en nosotros habitara el sólo respirar de la quietud
y no existiese ninguna inminencia con su golpe en medio del sueño.

Tú y yo contra la noche,
contra el argumento del acto final

de este miedo que somos.

Contra el argumento del acto final de este miedo que somos. Así se caracteriza nuestra naturaleza humana. Somos miedo y la aventura mítica que se describe, parada por parada; se traduce la batalla donde el alma se inmola en favor del amor y en busca de dejar el miedo, la propia forma del pasado atrás, como se deja en el camino a un enemigo al que le debemos tanto, quizá una parte de nuestro destino.