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Abel
Héctor Rodríguez de la O
Garabatos,
Hermosillo,
Sonora, 2015.

Por Víctor García Salas
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No. 101 / Julio-Agosto 2017



En su muy particular estilo de ver y explicar
el mundo, el Viejo Antonio, ese indígena que fue
maestro y guía de todos nosotros, decía que había
personas que eran capaces de ver realidades que
aún no existían y que, como no existían tampoco
las palabras para describir esas realidades, entonces
tenían que trabajar con las palabras ya existentes
y acomodarlas de un modo extraño, en parte canto
y en parte profecía.
Subcomandante Marcos










En la segunda carta del Subcomandante Marcos a Luis Villoro, en abril del 2011 (el epígrafe es parte de esta misma carta), se preguntaba el Sub: "Los poetas, las poetisas, ¿ven más lejos o ven de otro modo?" (En Luis Villoro, La alternativa, 2015: 91). Yo, como el remitente, no lo sé, aunque es de suponer que haya mucho de esto. Después de todo, de cosas dichas en el pasado que hablan del (y al) "presente que nos duele y del futuro incierto", todos tenemos experiencia. Y acaso esta imagen de la poesía, en parte canto y en parte profecía, nos pueda ayudar a entender la obra de Rodríguez de la O.

Abel, como cabe esperar desde el título decía Omar Huaracha en una de las primeras presentaciones de la obra—, nos remite a la historia bíblica del Génesis. No obstante, la historia de Abel que nos presenta Rodríguez de la O es otra, o al menos es una historia vista con una nueva mirada, actualizada, contemporánea. En ella, Abel representa claramente la figura de esa estirpe que tiene la nada agradable misión de anunciar una verdad, cualquier verdad, que nadie, absolutamente nadie, quiere escuchar: es la figura del profeta-poeta. He aquí una primera imagen de nuestro Abel:

[...] (algunos decían, aunque no sabían bien qué querían decir,
con los dientes apretados y los puños dentro de las bolsas del pantalón
que era un poeta).
Escribía y reescribía y tachonaba en un pequeño cuaderno rojo
y eso a la gente tampoco le gustaba:
¿cómo amar a un chivato, a un delator, a uno que, en fin, no hace más que calumniar?.

Hasta aquí no hay nada nuevo bajo el sol, "la verdad no peca pero incomoda", reza uno de nuestros ya clásicos adagios populares; y el profeta, precisamente por esta razón, había de incurrir en el odio y en el peligro, porque a menudo, a pesar de sí mismo, su natural timidez o su natural temor a la animadversión, no podía no hablar (vale también para el escribir). Es también de suponer que Rodríguez de la O no se refiera sólo a la vocación del profeta-poeta, sino a la de todo hombre. Escribe:

El hijo del hombre era taxista.
La muerte de su madre joven lo machacaba todos los días y,
ella estaba siempre hasta en la parte más tierna de sus más abyectos deseos:
el hijo del hombre [Abel] estaba, como todos,
condenado a algo infinitamente más grande que él.* 

El hijo del hombre era taxista.
Y su hermano se llamaba Caín.

(*Las cursivas son nuestras)

Que el profeta tiene mucho de poeta y que el poeta tiene mucho de profeta (tal parece que hoy en día los poetas son el último bastión de aquella estirpe), lo decía ya Israel Mattuck: "Los libros proféticos son, en gran parte, poesía. Puede suponerse que también hablaban poéticamente; era su forma natural de expresarse. Eran poetas a la vez que predicadores" (El pensamiento de los profetas, 1971: 29).

Por otra parte, en esta alegoría, los escenarios en los que se mueve nuestro nuevo Abel son perfectamente ubicables:

Los cholos con sus paliacates sobre las cejas
con gorras de los yankees o de los bravos
se acercaban y me decían "está con madre tu playera, camarada".
Y yo sabía que no era la constatación de un hecho,
sino algo así como la expresión de un deseo.
Y a correr.
Qué risa, madre mía.
Qué risa, después cuando se lo contaba a mis amigos.
A mis camaradas.
Se lo contaba también a Antonio Banderas, que tenía un espectacular debajo del paso
a desnivel (¿o a subnivel?) de la Av. Universidad,
frente a la Clínica 6 del Seguro,
en San Nicolás
(¡Anunciaba Ron!)

                                                     b)

Me sentaba ahí, huyendo de quién sabe qué
y me ponía a hablar solo, primero.
Después, vi que Banderas me observaba desde lo alto,
así que, para no parecerme tan loco,
comencé a agregar su nombre al final
de cada oración (y comencé
a saberme necio):
Que "otra vez tú y yo, Banderas"
Que "todo esto es una mierda, Banderas".

He aquí una muestra del humor, la naturalidad y la experiencia concreta y cotidiana que son parte fundamental de la poética de Rodríguez de la O. Regresando a los escenarios, estos son reales, sí (Monterrey, la Ciudad de México, Playa del Carmen, etcétera), pero al mismo tiempo son míticos, una sinécdoque del mundo, de nuestro mundo que es, también, lo que "denuncia" el hermano de Caín. Al respecto, y no acaso, el poema más evocativo es "Pasoliniana", pero permítasenos aquí traer a cuenta un fragmento de un poema anterior, "Una aproximación al Fruto extraño o los puentes sirven para largarse de la ciudad":

Extraña fruta pendía del puente.
Extraña fruta pendía del puente.
Extraño árbol era aquel puente.
Extraño árbol era aquel puente.
Extraña tierra que había parido ese árbol.
Extraña fruta pende de los extraños árboles de mi extraña ciudad
Pilares de sangre suspendidos,
cuyos hombros sostienen
a ese Caballo Pálido.

Extraña fruta que sueña que se larga una mañana.

Definitivamente, extraño y terrible es el mundo en el que nos hemos acostumbrado a ver, en el mejor de los casos en los medios de comunicación, estas imágenes. Un mundo, pues, que como lo denunciara también Javier Sicilia, "ya no es digno de la palabra". Un mundo en el que la palabra, y por ende, nuestro nuevo Abel, no tienen cabida. Y en este sentido, acaso la diferencia más radical entre la historia del Génesis y esta nueva alegoría que nos presenta Rodríguez de la O sea la imagen contemporánea ¿que nos hemos construido? del Padre (un poema emblemático al respecto es "El otro hijo del padre de Caín"). Es este último un "dios" construido a imagen y semejanza del hombre, que prefiere, por mucho, la ofrenda de Caín, sea cual sea, a la de Abel, quien ofrece la palabra "inmortal y pobre", que es como Borges define la poesía en su "Arte poética".

Una pesadilla del padre de Caín

Además, el hermano de Caín nunca escribió cosas que valieran la pena.
Tiempo después de su partida, su padre encontró en la cajuela
del taxi un montón de papeles, latas de cerveza y esqueletos de víboras.
Con las latas de cerveza aumentó su fortuna,
con los esqueletos de víbora amenazó al pueblo del que se volvió amo.
y con los papeles escritos por su hijo hizo una hoguera.
El hermano de Caín
No volvió nunca más.

En el genial análisis que hiciera Ortega y Gasset sobre Pío Baroja en el Espectador, en uno de los apartados más sorprendentes, "Balance vital", dice Ortega: "Cuando hemos leído ya mucha literatura y algunas heridas en el corazón nos han hecho incompatibles con la retórica, empezamos a no interesarnos más que en aquellas obras donde llega a nosotros gemebunda o riente la emoción que en el autor suscita la existencia" (El pensador I, Obras completas, 2010). Si hubiese de ser éste uno de los criterios para juzgar Abel, tendríamos que decir que estamos ante una gran obra. En Abel hay un indudable "balance vital" ante las cuestiones últimas de la existencia: la relación del hombre con el mundo, consigo mismo, con los otros y con el Otro. Quizás no esté demás preguntarse por qué el nombre de Abel, tal cual, aparece sólo en el título. ¿Será acaso porque el hombre se conoce y define sólo en la relación con los otros, con el Otro? Lo que es un hecho es que en esta búsqueda, "Porque [Abel] buscaba algo y lo buscaba siempre y lo buscaba en todas partes" (12), la emoción que en Rodríguez de la O suscita la existencia nos llega, en ocasiones, de manera gemebunda, en otras, con una alegría que profetiza, también, esperanza, pero de una u otra manera, llega siempre, y de manera contundente.

Para finalizar, acaso convenga decir algo respecto al canto. Formalmente, la poética de Héctor Rodríguez de la O, como bien señalara Rafael Casarrubias en la primera presentación de la obra, es difícil de definir, aunque este último no deja de emparentarla con la poética de Cesare Pavese y la de Elsa Morante: "En Abel se nota un cuidado en la creación de imágenes más que en el desarrollo de una lírica o una métrica. Es el mismo trabajo o la misma forma que el de la imagen-relato pavesiana: una unidad en su conjunto. El texto de Abel no es eminentemente narrativo, sino que oscila entre una poética en forma de relato y una narrativa en forma de poesía. Yo no me atrevería a colocar este trabajo de Héctor Rodríguez de la O exclusivamente en un género: poético o narrativo, sino que abarca ambos, creando un resultado bastante interesante de analizar. Además de Pavese, la forma poética de Abel, ese verso largo y narrativo, me remite a la poesía del Mondo salvato dai ragazzini de Elsa Morante [...]". Yo tampoco me atreveré a colocar, en este momento, la obra de Rodríguez de la O exclusivamente en un género, pero me atreveré a afirmar que me ha dado un enorme gusto encontrar a un nuevo gran poeta, y que Abel me recordó a Paola Leoni cuando, hablado de Dies irae de Antonio De Petro, dice: "Y un día llegó también el manuscrito del Dies irae. Yo recibí el manuscrito de las manos del editor y lo leí en el trayecto en auto de Reggio Emilia a Cortina. Ni siquiera bajé en el autogrill por un café, porque una página devoraba a la siguiente, y quién lee sabe lo que significa encontrar algo que te interesa de verdad".




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