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Después de la lluvia,
los árboles lloran

Melibea
Letra a letra,
Bogotá, 2016.

Por John Galán Casanova
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No. 94 / Noviembre 2016


Semilla de sí

Ella se repliega para cuidar su noche y cuando
cae el aguacero cava un túnel y se entierra. Enroscada,
permite que la savia la recorra. Semilla de sí misma, brota.
Melibea



La selección poética reunida aquí por Melibea hace parte de un conjunto más amplio, Respirar es habitar el cuerpo, que presentó como tesis de creación para obtener su título de literata en la Universidad de Los Andes. Al igual que en Sin amén, un volumen de relatos cortos publicado en 2007, Melibea presenta sus escritos con el lema de “Apuntes de realidad”, expresión que condensa si modo de asumir la escritura:

Llevo nueve años cultivando estos pequeños textos que surgen del contacto de mi mundo interior con el exterior. […] Quiero que mis textos se entreguen con los brazos abiertos para ser leídos, que no haya murallas ni escaleras entre ellos y el lector. Que inviten al ocio, a la contemplación del lenguaje y al viaje interior. […] Escribo para atrapar lo que sé de mí y que no se lo lleve el viento de la próxima tormenta. Para que, al llegar la muerte, conozca todos mis rincones.


Los apuntes de la realidad surgen a partir de una labor continua de observación que, como lo declara el primer texto, opera desde el cosmos que se tiene en el alma, al cosmos que rodea el cuerpo y viceversa. Una tarea de observación activa, no de simple espectadora sino de partícipe de la existencia, que hace posible aprehender los ciclos y ritmos de lo real, y descifrar el laberinto que se lleva dentro:

Nada es infinito.
En el ciclo que nos mueve, el fin llefa y tal vez vuelva el comienzo.
Hoy sé que este árbol durará más que yo sobre esta tierra
y también sé que caerá sobre su propia sombra.
Todas las estrellas se apagan.

La correspondencia entre el universo interior y el exterior se da sobre todo en relación con la naturaleza, y poco en el contexto urbano —“La ciudad es el barbasco que me aleja de mis raíces […] Estoy drogada de urbe”—. La afinidad con lo silvestre nutre la experiencia de la autora y la lleva  a adoptar metamorfosis, transformaciones en las que alternativamente es pistilo, tortuga caverna, caracol, árbol, libélula, lechuza, luciérnaga, piedra, montaña o abismo:

Nací entre los pétalos de una flor sagrada.
Soy pistilo, largo y amarillo:
una lengua que busca la miel del sol.
[…]
Palpito bajo la luna y escucho mi nombre sin que me hayan bautizado.
La noche reclama mi presencia. Soy lechuza, luciérnaga, cocuyo.

La conciencia del cosmos que la identidad individual absorbe, agudiza la conciencia corporal —de la espalda, las manos, el esqueleto— y destella en los rasgos de un autorretrato sideral:

Mis manos son un abismo
por el que caen las cosas del mundo.
Mis manos siempre vacías.
Un hoyo negro en mi cuerpo.

El parentesco del ser con la naturaleza profunda que la poesía permite restablecer, se cumple en la escritura de Melibea por vía de la observación, la fábula y el sueño. La fábula es un recurso explícito en su primer libro, y en Después de la lluvia, los árboles lloran reaparece matizado en la presencia emblemática de arañas, pájaros, tortugas, libélulas, caracoles y cangrejos y en la apropiación insólita de elementos del paisaje:

Usé la cascada como una soga
para escalar la montaña.
Si quiero bajar
la transformaré en tobogán.
Arriba y abajo
siempre
me espera el río.

Lo fluvial anima estas ensoñaciones. La voz que enuncia los versos afirma ser los sueños que contiene, navega sobre los pensamientos, navega imágenes al soñar. Y naufraga. Y cuando llega a la orilla reanuda sus tratos con la realidad, consigo misma, con el barco de lo siempre igual que espera ser renovado:

Terminar al día en una silla sorteando la rutina,
encontrando en el siempre igual un mundo nuevo,
la razón para encadenar esta noche con el día.

En la introducción a Respirar es habitar el cuerpo, Melibea cuenta haber descubierto con el tiempo que si primer recuerdo era una escritura: “Mi abuelo en una cama, acostado boca arriba, y una serpiente enroscada en su vientre. Una tarde soleada, una siesta, un silencio. Sin saber el lenguaje cifrado, ya estaba inventando historias”. Su madre escribía en duermevela. Su abuelo, despierto. Su padre tecleaba en la máquina durante noches y días infinitos. Ella escribe a mano hojas llenas de letras dibujadas con lapiceros de colores. Cuadernos que almacena y relee para reinventarse, para crear la semilla de sí y cosechar los frutos del árbol que sueña.