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Entre los muros del laberinto
Víctor Rojas
El Errante Editor
Puebla, 2015.

Por Blanca Luz Pulido
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No. 92 / Septiembre 2016



Víctor Rojas en el mapa de su laberinto


Lo primero que llama la atención al lector de Entre los muros del laberinto (El Errante Editor, Colección El Secreto, Serie Mayor, Poesía, Puebla, 2015), libro de poemas de Víctor Rojas, es el tono narrativo de la obra en general, la discreción y mesura de sus imágenes, y la manera de ir conduciéndonos  entre los muros del laberinto al que hace alusión el título del libro, pero sin desembocar en una descripción detallada de las causas específicas del proceso de una enfermedad a la que aluden varios de sus poemas, ni el consecuente tratamiento. Esto hubiera convertido a los textos en narraciones, no poemas. Y se trata de poemas con un personaje central, rodeado de otros, de su pasado y de su entrevisto porvenir. Ya que, a pesar del grado de ficción necesaria que todo poema conlleva, siempre tenemos enfrente la construcción de un personaje, el yo lírico, que nunca es exactamente el autor, a pesar de que una parte de los textos se refieran  a situaciones de corte autobiográfico.
 
Víctor Rojas, para crear estos poemas, no sigue un orden lineal en los sucesos que ocupan las páginas del libro, sino que los ordena de una manera lateral, impredecible, en una composición casi de tipo abstracto, podríamos decir, en la cual un pequeño detalle, como por ejemplo el recuerdo de una vivencia infantil, adquiere de pronto gran importancia, por la conciencia repentina que se adquiere en el poema de la despreocupación que existe en las mentes juveniles, es decir, “la manera en que vive un adolescente todas sus tardes eternas”.

Este poema, uno de los primeros del libro, está estratégicamente colocado ahí, pues servirá para contrastar esa perdida y lejana inocencia con otros momentos posteriores, más difíciles, en los cuales, sin embargo, la voz narrativa de los poemas nunca deja entrever rastros de lamento desesperado, sino más bien se abisma en las reflexiones, entre irónicas y melancólicas, o curiosas, y siempre reflexivas, de una mirada que construye sus escenarios con lo que tiene a la mano (su vida, sus circunstancias, sus seres queridos, su trabajo, etc.), pero que no deja, al mismo tiempo, de trazar a lo largo de todo el libro un itinerario a la vez geográfico e íntimo, biológico e histórico, donde la memoria y la autoobservación, así como la vista de los detalles que componen todas las vidas, nos hacen pasar las páginas y sentir que somos también ese personaje que mira, un poco sorprendido, un poco triste a veces, los sucesos y avatares de su propia existencia, sumergida entre los muros reales y físicos de un laberinto que es también metafórico y subjetivo.

Tal vez, en ocasiones, todos hayamos sido, o podamos llegar a convertirnos, en esa presencia que desde las sábanas, al estilo de Marcel Proust, escribe y piensa en sus circunstancias y avatares, en medio de una larga convalecencia que describe en un poema como “las vacaciones más largas que ha tenido nunca”.

La enfermedad: sus fantasmas, sus cicatrices, sus dolorosas suturas y, sobre todo, el rumbo incierto que su visita, larga o breve, nos obliga a inaugurar, es tema central del libro. Mas no el único: también la escritura misma, el recuerdo, la aceptación de toda la sombra que nos rodea, y la exploración de los caminos posibles para resistirla o convivir en paz con ella. Y ese camino de exploración se lleva a cabo, lo adivinaron, mediante la palabra. Las palabras pausadas pero al mismo tiempo vigilantes de estos poemas.

Ellas trazan un mapa, una especie de guía para no perderse entre los muros del laberinto donde la realidad a veces tan minuciosamente nos sumerge, parece decir el yo lírico, que afirma:

A pesar de todas las tentaciones me niego
a descifrar el rumbo de las suturas
[…] necesito toda una tarde sin lluvia
las heridas no son ya heridas marcas nomás
la coloración esa sí hace historia
[…] y con este calor de espuma
me niego a descifrar su rumbo.

Sin embargo, a pesar de afirmar que no seguirá “el rumbo de las suturas”  para descifrarse, sí hay, de una u otra manera, en los poemas del libro una exploración de sí mismo como tema y enigma, una especie de hilo de Ariadna que cuidadosamente la voz lírica va desatando y a la vez intentando descifrar, como si en efecto, los mapas de las cicatrices entregaran colores de caminos, rutas, zonas de búsqueda que van quedando al descubierto en los poemas. “Ya no hay certezas”, se afirma en un poema. O tal vez, lo que el lector y tal vez la misma voz que narra sus hallazgos en el libro alcance a descubrir gradualmente mediante estas investigaciones líricas, es que la única certeza es la ausencia de certezas, pero que esta desnudez, esta sinceridad austera que tal vez no sea una elección sino se haya impuesto en la vida por la vida misma, haya sido la que finalmente puede conducir a realizar esa “suma de pérdidas” (como se afirma en otro poema), cuyo resultado final pueda no ser la oscuridad.

“No saber ya de dónde se es”, algo que le sucede a una mujer de uno de los poemas, es algo que es capaz de llevarnos tal vez a inventarnos cada día. Eso es lo que le sucede a la voz lírica de Entre los muros del laberinto. Así, nos entrega un mundo en que ni todos los vivos están vivos ni todos los muertos, muertos. Invito al lector a descubrir los territorios ambiguos, desconcertantes y finalmente, cálidos y serenos, de los poemas de Víctor Rojas.




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