...................................................................

Poemas de la musa negra
Luis Verdejo
Textofilia Ediciones,
México, 2016.

Por Tania Favela Bustillo
.....................................................................

No. 103 / Octubre 2017



Contra el “buen tono literario”, los Poemas de la musa negra de Luis Verdejo (Tijuana, 1967) ponen al descubierto el poder subversivo y desestabilizador de la risa. Verdejo, en una especie de mascarada, se asume como el último Emerador Pai pai, como el gran Houdini, Cuacuahutzin el Máximo o el longevo Li Ching-Yuen; es también el antimetafísico, el poeta social, el robaversos, el hombre despechado o el burócrata aburrido; en suma, un poeta menor, descolocado en el mundo, que se describe a sí mismo: “soy una lanza de monje / fuera del blanco / un primitivo rupestre en tiempos virtuales / decadentes”.  Pero lo menor se torna mayor en el tono siempre ascendente de los poemas, en las frenéticas enumeraciones, en la capacidad de metamorfosis: todo se multiplica, se desborda, se extiende. Más que la imagen, la acción está en el centro. Verdejo nos enfrenta a una imaginación motriz, en la que participan lo humano, lo animal, lo vegetal, lo mineral: todo está dinamizado, todo salta, corre, nada, vuela; de ahí el impulso constante, de ahí la densidad animal de los versos, no solo por la reiterada mención de animales (anguila, gato, tigre de bengala, jirafa, avestruz, insecto, pájaro carpintero, yegua, gallo, araña, etc.), sino por la audacia y la flexibilidad del lenguaje, por la vitalidad de las palabras.

Si algo se respira en los Poemas de la musa negra es un aire de libertad; una respiración abierta, efusiva, entusiasta, que no se restringe; todo lo contrario, se desborda, se carcajea, regodeándose en algo así como una satisfacción verbal, un hambre de palabras que lleva a los poemas de Verdejo a un surrealismo urbano rabelesiano. “El hombre Robaversos /Poeta de la boca”, versos del poema “Balada de la boca”, roba versos ajenos, sin escrúpulo alguno: todo es de todos, pareciera decir el poeta tras su máscara de robaversos, apuntando con esto, como buen francotirador parriano, a los “doctores de la ley”, los incansables buscadores de plagios, los guardianes del lenguaje. A esos guardianes, Verdejo se enfrenta con “El libertinaje del habla”, cita de Witold Gombrowicz que Verdejo introduce como epígrafe del poema “El libertinaje”. Oponerse entonces a la lengua erudita, culta, prestigiosa y apostar, como lo dice Oswald de Andrade en su “Manifiesto de Poesía Pau- Brasil”, por la lengua: “natural y neológica. La contribución millonaria de todos los errores. Como hablamos. Como somos”. 

La musa, emblema de la sublime inspiración, se ríe entonces de las grandes palabras, de la gran cultura, de los grandes ideales, es por lo mismo una musa negra, corrosiva, mordaz, que apunta su flecha tanto al mundo como al poeta, poniendo al descubierto todo fingimiento y mostrando la falsedad de aquello que llamamos Arte, Belleza, Conocimiento. Las grandes palabras se desinflan y muestran su precariedad, su fachada, la pose detrás de cada una de ellas. 

Rechazo y celebración a un mismo tiempo. Luis Verdejo cree en la emoción, en el entusiasmo ante la vida; sin embargo nada hay de ingenuo en los Poemas de la musa negra: en medio de la risa, de la comicidad, se apunta, por momentos, de manera ácida, al centro de una problemática social que no deja de relampaguear entreverándose en los versos. Poemas como los “Tres poemas sociales”, que como el mismo Verdejo precisa, fueron sacados de notas periodísticas, o el poema “(observando la fotografía del falling man de NY), que alude a la caída de las Torres Gemelas, apuntan a una realidad escalofriante: lo terrible de esa realidad se impone también como parte de la mascarada, se rechaza ese mundo, se pone en evidencia mediante el sarcasmo, se transforma, incluso, en fiesta, en acendrada alegría, invirtiendo los polos, descolocando coordenadas:

                                        […]
                         Yo    último emperador de tribu casi extinta
                 orgulloso como palmera del Sahara
                                                   no tolero la deshonra:
        con pena y amargura de sol
traté de matarme
        lanzándome de una de las torres gemelas
           dos días antes de que se volvieran erizo de mar humo

                    en el aire
a 32 centímetros del suelo
                    tuve alas con plumas ─qué maravilla─
y volé como gavilán sobre casas grandes pequeñas calles de NY
                                  […]

En fin, Luis Verdejo, con su musa negra, un poco a la manera de Gombrowicz, ha apostado por el júbilo, la inmadurez, el desatino y el disparate, reductos humanos todavía no domesticados.