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Poemas panks para community managers
Diego Espíritu
Mantarraya Ediciones,
México, 2017.

Por Antonio Calera-Grobet
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No. 105 / Diciembre 2017-Enero 2018




Poemas de espíritu pank

Viene bien a todo lector toparse con libros como este de Poemas panks para community managers. Porque se asesta un golpe seco a una literatura un tanto reseca, momificada, surgida un tanto del resabio intelectual que supone que las ideas van bien al poema. Si bien este libro trae idea (comencé a subrayar lo que más que versos pudieran significarme como lector un aforismo o un pensamiento sobre el quehacer poético, su lectura, su difusión y terminé subrayando gran parte del volumen), si bien este libro no lo es de poesía, permítaseme a estas alturas decir esto, pura, la idea que promueve este libro es de una alta humedad. Y quiero decir con esta humedad que los versos que se van contando aquí no responden a una suerte de manifiesto racional, una postura lúcida y férrea de ciertos lineamientos sobre el deber ser del escritor frente a su escritura o de ésta frente a la sociedad que la actualiza, sino más bien una suerte de operaciones oblicuas mediante las cuales se ilumina de manera parabólica el ejercicio escritural.

Repinto. Este libro trae idea. A saber: una fundamental. Escribir sobre escribir, sobre la apuesta mental de escribir en este mundo, escribir sobre la función de esta escritura en el alma de su creador y también la posible mella (o fatuidad de suceder lo contrario), que esta propinaría de ser asimilada con toda fuerza por su población de lectores. Porque indudablemente ese es el quid, o uno de ellos, que salta del libro a los ojos del que lo tiene entre ceja y ceja: vivir y escribir sobre eso que se vivió, sobre la vida mundana o no de los escritores, sobre la vida corta o larga en este mundo, del poema.

Ahora bien, desde la humedad y la oxigenación. Desde el humor negro que siempre denotará inteligencia, desde la risa, la mueca del que no se lo ha tomado muy a pecho y, aunque no lo parezca, simultáneamente desde el rigor. Entonces: la idea que se vertebra aquí es una idea porosa, hospitalaria, que nos habita, pero que no teme toparse con su referente de manera franca y contundente. “Fly like a butterfly and sting like a bee”: me hace recordar este libro a la frase de Mohamed Ali. En las puntas se mueve este lápiz, pero cómo pica, para ver de qué manera se clava en el pecho. Este lápiz venido de Guadalajara.

Va pues Espíritu con pie firme en las aseveraciones, proposiciones, relatos o historias de sus poemas, pero no en el decreto plantígrado que todo lo aplasta, y tampoco en esta movilidad ortopédica del que todo lo dice y a todo se amolda sin tomar partido. Queda claro, nítido el quid del poemario, y por ello queda clara la imagen del poeta que los escribe: un poeta, palabra tan traída como llevada, tan pura y tan sobada pero al fin funcional. Un poeta que no solo un escritor de versos. Y no es este un salvoconducto al autor. No.

Y es que sucede que pese a su liviandad (no la del Calvino de los poemas sino del grosor físico del libro), estamos frente a un libro como tal de poemas y no frente a un poemario. Poemario: cúmulo de poemas. Libro de poesía: esto. Es decir: donde podemos calibrar, hincando el diente en las páginas que queramos, que existe en el cuerpo textual propuesto una misma temperatura, un mismo trato de lo que se dice, una unión, homogeneidad, una suerte de cosa trascendental que cruza a lo largo y lo ancho de la obra: una mirada sobre el mundo. Una forma de entenderlo. Una manera de abrirse paso entre él: mediante las palabras: las de él, Diego Espíritu, para él o desde él a nosotros: los otros pero también los suyos.

¿Y cuál es esa palabra de Espíritu? La palabra de Diego trae pop, y trae mezclilla. Sí. Pero también trae overall. El “mono” que mientan los españoles para trabajar el taller de fuego que es la palabra. Y trae noche, herida cosida (no creo que la poesía de este libro sufra de una hemorragia que no se haya contenido), y por eso se vuelve más fuerte. Trae herida suturada y vuelta a la vereda, al camino, al recorrido. Porque no huele sólo, porque la trae, a la palabra hervida de academia, la palabra del que entrega sus trabajos a tiempo y de diez, al rumiado de las clases que le tocaron mientras se endurecía. Trae esas y más: la palabra que trae Espíritu es la del que viaja con los ojos abiertos, con miedo como todos ante la miseria del mundo, que se las ha visto negras y blancas y grises, y que espera algún día la fosforescencia, la epifanía, el tesoro del claridoso, del tercer ojo, del prestidigitador de las nomenclaturas. Y así será. Y será porque este lápiz que se mueve en las puntas para picarnos, venido de Guadalajara, trabaja. Y hay que trabajar. Si un dado escritor ha decidido que debe escribir como condición sine qua non no sería él mismo, hay que trabajar. Y esta lápiz trabaja por la palabra desde los derroteros que le hicieron levantar este libro: el que escribe, el que lee, y el que mueve lo que los otros escriben y leen. Y eso, esa mirada periscópica, hará tarde o temprano las veces de esta fosforescencia del oficio para ver mejor, la epifanía de algo que necesitamos ver para aprender, el tesoro del claridoso, del tercer ojo, del prestidigitador de las nomenclaturas que se hará uno con la literatura que quiera.

Y todo esto de manera natural. Porque una cosa que además arroja este libro, perfectamente claro, claramente embonado, pulcro, económico, elegante, equilibrado (parece que dice lo que ha querido decir sin grandes maniobras, sin esfuerzos sobrehumanos y sin quedarse nada en la chistera), es que pareciera haberse sacado de una continuidad biológica de una serie de circunstancias naturales al autor. Como si fuera una suerte de diario, una suerte de espejo diario, un autorretrato del autor en el magma de su generación con miras a estipular una suerte de boceto, figuración tridimensional pero poética, de lo que sucede con los escritores y su escritura una vez arrojada a la jaula de los hombres. Y así le va. O así le irá. Pensamos a esta poesía al cerrar el libro, a este poeta que lo escribió por otros autores, en este mundo por lo menos mexicano pero por lo más del capitalismo desenfrenado, antropofágico, en donde nadie busca símbolos de paz, sino marcajes de guerra. Mínimamente el dolor, el dolor rabioso, la ira de los fulminados, y la muerte. Probablemente. Porque rosa a la sociedad este libro de poemas. Vuela muy bajito y parece que habla al oído no solo de los que se desenvuelven con la palabra sino los que viven sin ella también. Como una especie de advertencia, nunca moral pero sí en clave de lealtad, de los derroteros por los que viaja el mundo hoy en día.

Finalizo con júbilo porque, por lo demás: el nacimiento no de cualquier libro, pero sí uno levantado desde la literatura en mayúsculas, cuando sea este el primero de su autor, quizá más cuando este autor sea universitario, debería significar un suceso desde el mismo hecho para los pares del gremio, si se puede decir eso a estas alturas. Me refiero a los pares del gremio. Robar las humanidades libros a la ingeniería industrial, a la publicidad, a las ciencias sociales, a los marines, sea acaso un ejercicio de absoluta banalidad para algunos, de profunda inutilidad para otros. Tal es el orden de las cosas. Para otros, debería atenderse, en todo caso, como una suerte de victoria pírrica, de espejismo, ardid ilusionista, en ese mundo en que una infantería de sensibles sea considerada más conveniente que una de desalmados, en donde la aparición de un texto resuma una suerte de experiencia humana mejor que un algoritmo nuevo para reclutar impuestos de la población, calcular la manera de hacerse de dineros públicos. De tal manera que aquí una celebración, y por las razones ya expuestas que han intentado delimitar las fuerzas de este libro: el primero de un autor armado, listo para la deglución exquisita de las literaturas que le convienen, del armado de cualquier plataforma para impulsarlas, y del hambre necesaria para nutrirlas. Va pues, con un alarde de calidad, un plantado firme, este libro de Diego Espíritu, dispuesto a irradiar lo que sabe bien: poesía. Poesía a los estantes, pero más que nada a los corazones de quienes lo sepan aquilatar. Brindemos por ello.