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Todavía la sangre
Romina Cazón
Fondo Editorial del Estado de Querétaro,
Querétaro, 2015.

Por Ricardo Migueles
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No. 104 / Noviembre 2017




La figura y el estilo de Alejandra Pizarnik están presentes a lo largo del libro; la tristeza, el sinsentido, la locura y la soledad son hebras que unen los cuatro apartados de Todavía la sangre. Romina Cazón abre su poemario con un epígrafe de Pizarnik que como lentes sirven al lector para ponerse en sintonía con el tipo de luz y sombras que la poeta evocará y proyectará en nuestra mente; son lentes amarillos y rojos con los que miraremos el pasado con nostalgia, dolor y llanto; para así, reconocer este presente como un futuro pasado.
 
…pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:
                                      se separó
    fue demasiado lejos en la soledad
                  y supo –tuvo que saber–
                  que de allí no se vuelve
                         se alejó –me alejé–
no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es extranjera
una es de otra parte…
Alejandra Pizarnik
 

Ese sentirse ajena de todo, que propone Pizarnik, es uno de los motivos armónicos del libro. La voz poética en todo momento se siente escindida, separada, cortada de su origen, de su madre. La alusión a la madre es sin duda el leitmotiv del poemario de Cazón, topos común también del diario de Sylvia Plath y por supuesto también de Pizarnik. La madre como la dadora del lenguaje, la madre como la naturaleza, la tierra, la carne, la emoción, la que sana y hiere, la madre a la que ama y a la que odia.
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  Sabes que me pinto las uñas para que el tiempo pase
velozmente. No pasan las horas, tampoco me parezco a ti con
pintarme.
  Sabes que ahora dibujo tu cuerpo para que el tamaño del lápiz
no nos separe, pero los trazos involuntariamente nos olvidan.

La voz poética se viste de pintora y le llama a la poesía el lienzo. Como ya lo advierte la poeta en el título, todavía la sangre llama, todavía la sangre de su madre corre por su sistema, aún su linaje la reconoce, todavía la sangre sinecdoquéa a sus muertos y todavía hay sal en el rostro de la poeta al percatarse de la ausencia de su madre. La madre como símbolo de progenitora, maestra de epígonos que la alaban y la imitan.
 
Reiteradas veces, vi a mi madre cuando se marchaba taciturna y
yo le lloraba la sangre. Recién ahora entiendo que ella me
escuchaba. El invierno pasado me dijo, que nunca se dio vuelta a
mirarme porque no quería morir en mis ojos, aunque nunca le
pedí que lo hiciera, porque yo no quería morir frente a su sombra.

Otro motivo armónico del libro es la partida, que viene como juego de palabras pues la poeta relata lo que fue dejar su casa familiar pues ya no la soportaba. La poeta, haciendo poesía, cura sus culpas producidas por el velo que la juventud nos pone sobre los ojos y nos aconseja ser hirientes, malagradecidos y soberbios. Y cargada de culpas la voz poética se anega en confusión. Así, partió de la casa familiar y partida se mantiene, rasgada y con heridas cuya sangre misma sana y flagela. El ego juvenil destroza al sentido común. Cazón logra plasmar el pasado y el presente desde varios ángulos y todos a la vez. Alude a su patria con palabras como Sur y Tango y a México con Guadalupe, Tequisquiapan, Querétaro. En este libro hay una sola madre, mucha sal, memorias en postales, rabia, gritos, patrias, vahos y una muletilla bíblica en la historia de Edith y Lot, la cual dota de feminismo al libro. En varios comienzos de poemas se nombra a Edith, la mujer de Lot, quien por echar una miradita hacia atrás, pensando en engañar a su esposo, y a Dios, fue, como la memoria de todas las madres, convertida en estatua de sal.
 
Habría que ser Edith para darse vuelta y aguantar las piedras del
destino.
    Habría que ser ella para golpear la nariz de los que violentan la
lengua.
    Habría que ponerles una vela a los nombres sencillos en el día
de muertos y hacer oraciones con los dientes.
    Habría que desobedecer.      
    Habría que despojarse.
 

El poemario Todavía la sangre está dividido en cuatro partes, “Exilio voluntario”, “Tantos funerales”, “Mi boca una navaja” y “Carteario”. Cada poema ocupa indefectiblemente una página, mas la página nunca se llena. Los nombres de los poemas son números romanos subordinados al subtítulo en cuestión. Escritos en verso libre, con rimas internas y un lenguaje por lo general cotidiano, el halo poético siempre aparece y deslumbra por su sencillez y profundidad simultáneas.
 
[…] A los muertos los dejo en el cementerio, las almas descansan
en una vena de mi brazo izquierdo.

Casi al final del libro la voz poética, empalagada ya de nostalgia por su pasado y por su madre se decide a empezar hoy de forma distinta, a dejar atrás lo andado y conformarse con las dosis cotidianas de dolor.
 
Gritar solitariamente la sangre, vaciarla en la blusa y en todos los cuadernos. Mañana será un día con otro lenguaje: haré el amor y
prepararé huevos. No más la evocación a la madre ni al padre.
Gritar para que no se rompa el espíritu en el baño de un bar, llorar
con vino tinto y tabaco. Vomitar los recuerdos y más tarde
aguantar la resaca en la sangre.
 
 
 


*La poeta Romina Cazón, de nacionalidad argentina, es también artista audiovisual y promotora cultural con un discurso marcadamente feminista, radica en Querétaro donde dirige una revista de poesía llamada El Humo http://www.revistaelhumo.com/. Así mismo, es la única poeta Latinoamericana que hace poesía con formato Gif.
http://elgritoliterario.blogspot.mx/2016/05/romina-cazon-la-poeta-del-gif.html