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resena-74-rosale.jpgUn paisaje. Antología poética 1984-2013
José Carlos Rosales (Selección y prólogo de Erika Martínez),
Renacimiento,
Sevilla, 2013.

Por Juan Carlos Abril
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No. 74 / Noviembre 2014




José Carlos Rosales (Granada, 1952) ha publicado hasta la fecha seis libros de poemas, a saber: El buzo incorregible (1984-1988), El precio de los días (1988-1990), La nieve blanca (1991-1995), El horizonte (1993-2002), El desierto, la arena (2001-2005) y Poemas a Milena (2005-2011), a los que hay que sumarle los libros en preparación, de los cuales Un paisaje. Antología poética 1984-2013 nos da un breve adelanto.

Una antología, que etimológicamente significa “ramo de flores”, es un útil de trabajo, en este caso de lectura, un instrumento de gran uso metodológico. Tiene varias virtudes: nos acerca obras que no se encuentran en el mercado, porque estén agotadas o de difícil acceso, extractadas, y que de otra manera sería imposible conseguir y leer; nos muestra el gusto del antólogo, descubriéndonos otra mirada sobre la poesía del autor, ya que a menudo suele incluir un estudio sobre el conjunto de la obra hasta ese momento; conserva lo que estaba perdido o poco accesible y, finalmente, actualiza la obra, dándole un remozo y presentándola como recién salida del escritorio. Además, Un paisaje. Antología poética 1984-2013, tiene una cualidad más, y es su brevedad, que, dicho sea de paso, es una constante —en general— de la trayectoria poética de José Carlos Rosales.

Si bien Rosales pertenece a la generación granadina de los ochenta, no estuvo adscrito a
La otra sentimentalidad, aunque respecto a la Poesía de la experiencia sí que plantea ciertos trasvases o concomitancias, encuentros que también son desencuentros, alejamientos conscientes y coincidencias que no pueden ser fortuitas, pero que sí muestran una poesía independiente, una voz singular de un poeta que se halla más allá de escuelas y corrientes, y que posee la poesía como una indagación en la propia palabra, reflexionando líricamente sobre su vida y sobre el mundo.

En la trayectoria que recorre Un paisaje ha habido un cambio bastante importante, sobre todo desde Poemas a Milena, y se observa también al leer los inéditos. Un cambio que nos asegura estar ante los mejores poemas de José Carlos Rosales: se trata de una superación estética que plantea una reflexión profunda sobre la propia obra, sobre el propio discurso y que supone un logro, por lo arriesgado de la empresa. En este punto la obra de José Carlos Rosales no se conforma, no ha llegado a un límite, quizá no tenga límites de hecho, y buena muestra son estos últimos poemas, que sorprenden por su fuerza y vivacidad.

Esta indagación estilística merecería sin duda un análisis más profundo, que dejamos emplazado para otra ocasión, aunque nos gustaría señalar, como una de sus principales características, que Rosales siempre ha manejado el verso de una manera formalmente ordenada, encauzando el discurso en los metros y ritmos tradicionales con soltura y naturalidad. El cambio al que aludimos opera precisamente ahí, en una vuelta de tuerca en esa naturalidad de la frase engarzada en los ritmos, en una apuesta mucho más decidida por la largura o sencillez —la discursividad— de la frase, que aparece cercana a la cotidianidad, y que se enmarca de manera precisa, sin fisuras, en la métrica clásica. Es una escritura en el agua, como dijera Joseph Brodsky, o marca de agua, la filigrana en el papel que da cuenta de la profundidad de la superficie: “Escribiendo en el agua de un lago ya perdido,/ soportando borrascas y nieve y huracanes,/ aparece la sombra de un buzo incorregible/ con vidrios de tristeza que ponen sordo el día./ Entonces la mañana de un nunca desdeñado,/ opaca y sigilosa, se retira sin pleito.” (p. 36, de “Al día siguiente”).

Quizá podríamos establecer una suerte de correlación estructural, ese grupo dinámico que configura siempre la forma y el contenido, con la alegría y la tristeza, como un eje dinámico que estructura los poemas de Rosales, un antes y un después que en El desierto, la arena tuvo su particular transición, representada en los poemas sobre el miedo, medulares en ese libro.

La poesía de José Carlos Rosales estaba matizada por el sesgo de la melancolía, la nostalgia, las amarguras y las interioridades de un camino sinuoso, como cuando dice en El horizonte: “Puede ser el desierto,/ o el corazón tal vez” (p. 94, de “Un paisaje”, poema homónimo del libro que nos ocupa). La superación del miedo —en un ejercicio de valentía poética y vital— supone el punto de inflexión hacia otra etapa, otro momento en esta trayectoria ya de tres décadas y un puñado más que notable de poemas que los lectores de poesía en España agradecemos.

Sin ser uniformes estas afirmaciones, ni pretender serlo, ya que necesitaríamos de precisiones en las que siempre habría que añadir excepciones, a partir de Poemas a Milena observamos con cierta claridad una intensidad del vivir y del verso que merodean por la alegría o por sentimientos algo más positivos. Una suerte de canto impulsado por el amor:
“Y pienso si nosotros no seremos/ con el tiempo también una pirámide,/ si también la maleza, si el silencio,/ nos cubrirán despacio,/ si también sin estuco seguiremos/ unidos sin misterio, fruto fértil/ magia sin nombre donde el tiempo fluya.” (p. 133, de “Mirando las pirámides de Teotihuacan”). También Si quisieras podrías levantarte y volar es un título buena muestra de ello: “todo está en movimiento,/ todo gira y se mueve,/ todo está en movimiento menos tú,/ que ahora corres por la autopista/ en dirección a cualquier parte.” (p. 157, del fragmento “IV”), como queriendo hablarnos de esa sensación de cambio y movilidad aplicable a su propia obra, recorriéndola como una evolución en la que siendo los mismos, también cambiamos. Así lo señala Erika Martínez en su magnífico prólogo (p. 24): “Las palabras cruzan el resto de estos poemas donde el espacio ha perdido sus coordenadas, los límites se difuminan y queda el aire, que todo lo mueve y todo lo llena, que todo lo cambia y no cambia nada”.

Poco nos queda que añadir excepto que esta antología era necesaria en el panorama de libros de poesía españoles, y que la voz de José Carlos Rosales nos acompaña con sigilo y con maestría, sin querer enseñar nada, sin pretensiones, pero enseñando nítidamente el camino recorrido, con una clara conciencia poética sobre lo escrito.