No. 97 / Abril 2017




Irma Pineda:
“Me gusta pensar en zapoteco



Luisa Manero Serna


 

¿Cómo fue tu primer acercamiento a la poesía? ¿Cómo comenzaste a escribir?

Fue desde que era muy pequeña… Mi mamá dice que inventaba poemas antes de saber cómo leer y escribir. Me acostaba, veía al cielo y le componía cosas a las estrellas, a la luna… Tuve la fortuna de que mi padre y mi madre fueran profesores. Eso hizo que hubiera algunos libros en casa, particularmente libros de poesía, que a mi papá le gustaba. Él leía para mí poemas, sobre todo los españoles, la generación del 27: Federico García Lorca, Miguel Hernández, Alberti… y eso me gustaba mucho. Y pues me enamoré del ritmo, de la musicalidad… de la poesía. El asunto es que cuando yo iba a cumplir cuatro años, a mi papá, que era un dirigente campesino en el pueblo Juchitán, lo secuestran, lo desaparecen elementos del ejército mexicano, con muchos testigos. Vieron cómo los soldados se lo llevaron. Eso para mí fue un capítulo muy triste. Creo que por tratar de encontrar la voz de mi padre ausente me refugié más en la poesía, porque era el vínculo con él. A partir de ahí seguí leyendo poesía, pero comencé a escribir. Era la manera de expresar mis emociones, lo que yo sentía sobre lo que estaba pasando en ese momento. Creo que ese fue el detonante para que yo empezara a escribir. Eso lo hice durante mucho tiempo, hasta la adolescencia: me tocó salir de Juchitán para irme a estudiar y me fui a Toluca. Ahí viene otro golpe fuerte para mí, porque llegué a una ciudad en la que había muchísimo frío, bien distinto de Juchitán donde hace tanto calor; también gente desconocida, gente que sólo habla español, cuando yo ya estaba acostumbrada a que mi mundo era el zapoteco. En Juchitán la gente se comunicaba todo el tiempo en zapoteco; en mi barrio, particularmente (es un barrio del sur de Juchitán donde está más fuerte el idioma, y con muchas tradiciones comunitarias). Entonces dejar de oír mi idioma, estar con gente extraña, con gente que era como su clima, un poco fría… eso me hizo sentir la necesidad de escribir. Como no hablaba yo con mucha gente, tenía esa necesidad de expresar lo que sentía. Así fui trabajando la poesía lírica. Para sacar esas cosas que a veces no podía sacar de otra forma. Sobre todo la nostalgia… Mis primeros poemas tienen mucho que ver con eso: con la nostalgia, con el dolor. Ahora toco otros temas, pero así comencé.

En distintas semblanzas y reseñas de tu obra, la caracterizan como de compromiso social, de afirmación de la identidad zapoteca y de vinculación con la tierra. ¿Estás de acuerdo con estas descripciones? ¿Tú cómo la caracterizarías?

(Risas) Yo creo que sí, porque después de sacar mi dolor, mi tristeza por los episodios que te comentaba, entendí que la poesía, o la literatura en general, para nosotros en las comunidades indígenas puede ser un medio por el cual comuniquemos muchas cosas que están pasando en ellas, y que a veces no se hablan de manera habitual. Un tema, o alguno de los temas, que he estado trabajando, y que está en textos que ya se publicaron, es el de la migración, que tiene que ver con condiciones socioeconómicas en nuestras comunidades. Pero no quería hablar de la migración como asunto estadístico, más bien desde la parte emocional. Qué pasa con la gente que se va, pero también qué pasa con la gente que se queda: con la esperanza, con el dolor, con la incertidumbre… Estuve platicando con mucha gente, y esto dio lugar a uno de mis libros, que se llama La nostalgia no se marcha como el agua de los ríos. Luego, cuando vino la guerra con el narcotráfico, empecé a ver notas en los periódicos sobre el despliegue de las fuerzas armadas en comunidades indígenas, buscando sembradíos, y me di cuenta de que ejercían mucha violencia, particularmente hacia las mujeres. De repente yo veía notas de ancianas siendo violadas por los soldados, niñas de once o doce años dando a luz porque habían sido violadas por ellos… Yo pensaba que eso tenía que abordarlo de alguna manera, porque se vinculaba a la historia de la desaparición de mi padre por soldados. También, en los noventas tuve la oportunidad de estar en Chiapas y ver qué ocurría con la entrada de las fuerzas armadas a las comunidades. Todo eso fue dando lugar a otro libro, La flor que se llevó, donde quería hablar de esta violencia. En otros dos libros, En el vientre de la noche y De la casa del ombligo a las nueve cuartas, trato de abordar cuestiones de mi comunidad, todo en torno al ciclo vital: el nacimiento, la vida cotidiana, el campo, el amor y el desamor, y finalmente la muerte. Esos dos libros tratan de tocar cosas que sí tienen que ver con mi tierra, con muchas tradiciones de hermandad entre la gente de la comunidad. Así que creo que sí cabe esa descripción. Sí busco hacer una afirmación de la identidad a través de la poesía.

¿Qué emoción predomina cuando escribes hoy en día?

Justo este año decidí hacer un quiebre de estas historias de dolor, de violencia, de nostalgia, que es lo que había estado trabajando. Este año acabo de entregar al editor un libro (espero que salga este año) que es de poesía erótica. No quiero quedarme con la imagen de ser una poeta que sólo escribe sobre la comunidad. Quiero tocar otros aspectos que antes mi poesía no había tocado: el amor, el erotismo… Quería tener un cambio este año. Estoy actualmente trabajando en eso. El libro se llamará Rojo deseo. Esperemos que este año vea la luz.

¿Consideras que tu escritura tiene influencia de la tradición poética oral zapoteca? En caso de ser así, ¿de qué forma, o qué elementos de ella han influido?

Mucho, sobre todo en mis primeros libros. En ellos trato de recuperar esas historias que me contaban mis abuelos y mis abuelas. Desde los cuentos del conejo y el coyote hasta lo relacionado con la forma de asumir la muerte, los rituales en torno al nacimiento y la gestación de un nuevo ser zapoteca. Sí tiene que ver con lo que fui aprendiendo de mis tías, de la convivencia cotidiana con la gente de la comunidad. Lo que me contaban y lo que yo fui recogiendo. También incluso en la forma. En la ritualidad zapoteca hay un discurso que tiene un ritmo, y lo he tratado de recuperar en algunos poemas: lo reiterativo, como si fuera un rezo o canto ritual. Así que, definitivamente, mi poesía tiene mucha influencia de la tradición oral, de la vida cotidiana de la comunidad, de las formas de la literatura zapoteca. Pero también hago guiños a otros autores de la literatura “universal”. Autores que me gustan o que tienen alguna frase que recuerdo siempre. De repente en mi trabajo aparecen guiños a Pessoa, que me gusta mucho, a Octavio Paz, Neruda, Sabines (por hablar de los más comunes). De mujeres, me gusta más el trabajo de Alfonsina Storni, de Juana de Ibarbourou, de Julia de Burgos. Voy leyendo textos que me llaman la atención y de repente aparecen esos guiños en mi trabajo.

El proceso de escritura de cada autor es distinto; algunos tienen objetivos en mente mientras escriben; otros realizan planeaciones y borradores; otros tantos escriben de manera muy intuitiva. ¿Cómo describirías tu forma de escribir?

Tengo dos procesos, dos formas de trabajar. Una es a partir de lo que me llega directo a las emociones o al corazón. Eso puede ocurrir cuando voy caminando en la calle o estoy en el mercado hablando con la gente; o cuando voy en un autobús y miro algo que me emociona. De repente me llegan ideas y las anoto. Si no traigo papel y lápiz, aunque sea en las notas del celular (risas): algo que se me ocurra en ese momento. Después me siento con esta idea y le voy dando forma a un poema. Esa es una manera: más emotiva, más sensorial. Hay otra que es un trabajo más intelectualizado: pensar en un proyecto o un tema que quiero trabajar, y ya con una idea de cómo lo quiero abordar, me voy a la computadora y empiezo a escribir sobre eso. Tal vez no salga el poema en ese momento, pero yo me obligo a escribir. Pienso que debo escribir un poema cierto día, y así lo voy trabajando. Entonces están estos dos: el poema que surge de manera espontánea, digamos, y la otra forma más pensada, a partir de un proyecto determinado que quiero trabajar en el año.

Tus poemarios son escritos en zapoteco y español. ¿Cómo es el proceso de traducción de tus obras? ¿Llegas a considerar el español al momento de escribir o de imaginar algunos de tus poemas?

Generalmente me gusta más crear desde el zapoteco. Siempre digo que el zapoteco es muy metafórico y que es bien fácil crear poemas. Me gusta mucho pensar en zapoteco, y es bien fácil para mí luego hacer la traducción o crear un poema. Todo el tiempo hay metáfora. En español decimos “me gusta”, pero en zapoteco para decir “me gusta” decimos “entró/entra a mis vísceras/corazón”, entonces decimos “fulanito entró en mi corazón” en vez de “fulanito me gusta”. Eso ya es una imagen. Al pensar en zapoteco, al hablar en zapoteco, hay ya una imagen. Entonces, primero escribo en zapoteco, después hago la traducción al español, y a veces en esa revisión el español me da una idea para arreglar la versión en zapoteco y me regreso. Sí, sí me regreso. Ya que están las dos versiones, voy poniéndolas en espejo para ir arreglando las dos versiones, para que quede comprensible para la gente que habla en zapoteco y que me va a escuchar o leer en ese idioma, pero que también sea comprensible para la gente que sólo me puede leer en español. Al final son poemas paralelos. Siempre le digo a mis compañeros que a nosotros, como escritores bilingües, nos toca parir gemelos. Y a veces son gemelos bien cabezones (risa). Es un proceso doble: un doble esfuerzo, doble trabajo, pero al final es muy satisfactorio. El ejercicio de pensar al mismo tiempo en dos idiomas me gusta. Puedo mirar las cosas desde una lengua que describe un mundo, y otra que describe otro mundo bien diferente. Tratar de empatarlos en la poesía es complicado, pero también es un reto. Y me gusta.

Tus libros han sido editados por la SEP, Pluralia, Eliac, CDI… estas editoriales e instituciones tienen presencia en todo el país, y tu obra es leída en México y en otros países. ¿En Juchitán también es difundida y leída tu poesía?

Sí, la verdad es que sí. Yo soy muy afortunada porque no entro en ese dicho que dice que nadie es profeta en su tierra. No, aquí me quieren mucho. Todo el tiempo estoy yendo a las escuelas, me invitan los profesores a hacer visitas y pláticas con sus alumnos y a leerles poesía. Desde preescolar hasta universidades, tecnológicos, todo lo que hay por acá. Los alumnos, los estudiantes, aunque sean muy pequeños, siempre me están escuchando, me están leyendo… Los jóvenes tienen oportunidad de conocer mi trabajo porque los maestros lo involucran en sus clases, lo trabajan cuando ven literatura. Porque además mis poemas han aparecido en libros de texto de la SEP de diferentes grados. Este ciclo, por ejemplo, está en el libro de lecturas de sexto año. Hace dos siglos estuvo en el de tercero… Entonces en la escuela sí conocen mi trabajo. Por otro lado, tenemos una ventaja con las radios comunitarias. Estas radios bajan mis poemas en audio del Internet y los transmiten de manera bilingüe. Es muy lindo, porque la gente todo el tiempo me está leyendo, los jóvenes, pero también los adultos o mayores que no saben leer, pues me escuchan a través de la radio. Es bonito. Hace poco me encontré a un señor (ya muy grande, fue amigo de mi papá) y me dice: el otro día te escuché en la radio, y fui corriendo a la radio porque quería saludarte, pero cuando llegué me dijeron que no estabas tú, que era un disco (risas). Me dio mucha ternura eso… Pero eso me enseña que la gente sí me escucha. O en el mercado: a veces me encuentro a las señoras, y me dicen: “ah, me gustó ese poema tuyo donde hablas de cómo tenemos hijos. Me gustó eso que dijiste de cómo enterramos a nuestros muertos.” La gente grande, obviamente, se identifica más con las cosas que escribo sobre la tierra, la comunidad, las tradiciones; y los jóvenes buscan cosas más amorosas. Al final, eso me permite estar vigente con la gente en mi comunidad. Ahora hay chicos grafiteros y muralistas que están haciendo un movimiento artístico gráfico en Juchitán, y resulta que me ponen en sus murales, ponen mi cara o ponen mis poemas… Y pues sí, la gente sí conoce mi trabajo. Me han leído o escuchado, pero sí lo conocen. Yo vivo en Juchitán la mayor parte del tiempo. Es lindo caminar y ver que la gente hable de eso.

Hace poco fue la presentación de Meridiano 105°: Antología de poetas mujeres en lenguas indígenas, en la que tú has participado. ¿Nos podrías compartir algo acerca de cómo fue y ha sido tu experiencia en este proyecto, tanto en su desarrollo, como al momento de traducir y ser traducida?

Uy, sí, eso fue bien rico. Es un proyecto que arrancó en el 2004, cuando conseguimos una residencia artística en el Banff Centre of the Arts, en Canadá. Yo, junto con otras dos profesoras de la UNAM. A través de ellas se pudo abrir el espacio en la universidad. La propuesta era trabajar la poesía de varias mujeres que escriben en distintos idiomas o son de distintos orígenes. Se nos juntó a varias escritoras de diferentes lenguas de México, como maya, zoque, tzotzil, zapoteco… En náhuatl se buscó, pero no encontramos mujeres escribiendo en la lengua. Solamente conozco a una compañera, pero por una enfermedad ha perdido la vista, ya no produce tanto y es difícil localizarla. Por eso no incluimos el idioma. Pero se hizo una convocatoria abierta y varias mandamos trabajo. Luego nos fueron reenviando todos los poemas que se fueron encontrando, y de ahí cada poeta seleccionó uno o dos que quisiera traducir a su lengua. Así se fueron haciendo las múltiples traducciones. Al final integraron un corpus bastante interesante y gracias al apoyo técnico de la Facultad de Filosofía de la UNAM, se pudo abrir la página. Estas múltiples traducciones tienen el objetivo de que la gente conozca poemas de diferentes autoras y diferentes lenguas con temáticas muy variadas.

 

¿De tus escritos anteriores hay algo que prefieras o algo que ya no te guste?

Sí, yo creo que sí (risa). Mi primer libro publicado, En el vientre de la noche, a diez u once años de distancia lo miro, y hay varios poemas que no me gustan. Pienso “cómo publiqué eso” (risa). Pero bueno… pues ya salió. De los que me gustan más, el libro que habla sobre la migración, La nostalgia no se va como el agua de los ríos, es uno que me gusta mucho. Los poemas fueron muy sentidos, sí reflejaban lo que la gente me contó (gente que vivió el proceso de migración). Yo les decía que con los poemas quería darle voz a sus emociones, y creo que sí se logró. Me gusta cómo quedó. Está La flor que se llevó, que es un libro también muy querido; ha tenido muy buena recepción, ha gustado mucho y me ha abierto muchas puertas. A partir de La flor que se llevó a la gente le ha interesado más mi trabajo, me han invitado a diferentes cosas… Le tengo mucho agradecimiento, pero al mismo tiempo es un libro que sufrí mucho para escribir. Cada mañana me levantaba a las cuatro, porque era la época, además, en que tenía a mi hijo pequeño… Me paraba a las cuatro para escribir de cuatro a siete, antes de que él se despertara, y entre pensar el tema de la maternidad, y pararme a las cuatro de la mañana, y a esa hora estar pensando en el dolor y en la violencia que ejercen los soldados, las mujeres violadas… Híjole, yo lloraba, cada madrugada yo lloraba… Y a las siete se despertaba mi hijo y yo tenía que limpiarme la cara y prepararme para darle de desayunar, llevarlo a la escuela… Entonces, por un buen tiempo, casi un año, ese fue mi ritual, y me dolía mucho. Dejaba a mi hijo a la escuela y regresaba a echarme un trago, porque (risa) tenía que hacer algo. Fue un libro muy doloroso para mí, porque me recordaba toda la historia de mi papá, de la lucha en Juchitán que se dio a principios de los ochentas… Muchas historias… No es mi favorito, pero lo quiero mucho por todo lo que significó hacerlo, vivirlo, y por lo que ha significado hacia afuera.

Además de poeta, has destacado como traductora y ensayista. ¿Actualmente tienes proyectos en estas áreas?

En el ensayo, he estado trabajando en algunas cosas sobre arte y mujeres indígenas. Esto a raíz de un diplomado que organiza la UNAM con la Unesco, el diplomado para fortalecer el liderazgo de mujeres indígenas. Me han invitado a impartir algunos temas relacionados con arte, y a partir de eso empecé a escribir ensayos sobre el tema. Pero también me fui encontrando con el trabajo de jóvenes, y estoy trabajando ahora un ensayo sobre los jóvenes indígenas y el arte como resistencia. Cómo los jóvenes están utilizando el arte como una herramienta para seguir fortaleciendo la cultura. Por ejemplo, los chicos que están haciendo rap en zapoteco y otros idiomas… Es un nuevo ritmo y es nuestra cultura, y a veces los más grandes dicen “eso viene de afuera”, pero al estar haciendo rap en nuestro idioma, aunque sí es un nuevo ritmo, están ayudando a fortalecer el lenguaje. O los chicos que están haciendo grafiti: ahí encontramos también elementos de nuestra cultura. No están rayando por rayar, son chavos que tienen un concepto y una imagen, y que también están incorporando imágenes relacionadas con la comunidad. Entonces de eso estoy hablando ahora: el arte de los jóvenes como resistencia, y las mujeres y el arte. Las mujeres, porque el arte ha sido un medio para visibilizarnos, un medio para sobrevivir, porque nos ha sanado en varios sentidos: emocionalmente nos ha sanado, nos ha curado, pero también está siendo un medio de sustento económico, y esa parte es muy interesante. En cuanto a traducciones, sigo traduciendo mi propio trabajo, y no he retomado el de otro autor. Estoy haciendo una revisión de la traducción que hice de Pancho Nácar, un autor zapoteco, porque hay interés de reeditar ese trabajo.

¿Cómo consideras que es la situación presente de la poesía en lengua zapoteca?

Muy vital. Me parece que estamos en un punto en el que está teniendo mucha fuerza. Hay distintas generaciones de escritores zapotecos produciendo. De los que están vivos, hay una generación de escritores que nacieron en los años cincuenta y sesenta, que tienen un trabajo importante, como Natalia Toledo, Víctor Terán, Esteban Ríos, que el año pasado obtuvo el premio de lenguas indígenas de la FIL. Su trabajo está muy vigente, es muy fuerte. Luego hay otra generación, que en la que yo entro, que son los nacidos en los setenta, y está el trabajo de Gerardo Valdivieso, el mío, el de Víctor Cata... Hay otra generación más joven, de gente que nació en los ochenta, que está produciendo: Eugenia Prudente, Rodrigo López; y una generación más nueva, con los que yo estoy encantada: chicos que nacieron en los noventa, como Elvis Guerra y Claudia Guerra, que han ganado los premios de CaSa [Creación literaria en lengua zapoteca], el premio del Centro de Artes San Agustín, que ha apoyado Francisco Toledo, y son becarios del Fonca en este momento. Es decir, tenemos distintas generaciones produciendo, y a lo largo de distintas generaciones nos damos cuenta de que hay continuidad en la creación literaria de los zapotecas. Se va pasando la estafeta de una generación a otra, y esto significa que es una lengua que sigue estando viva, sigue estando vigente, y se sigue empleando tanto para el habla cotidiana como para la creación literaria. Ahora, también en la música está muy vigente, a partir de los nuevos ritmos que te decía: jóvenes que están haciendo rock en zapoteco, rap en zapoteco, que cambian lo que había sido el son tradicional o la trova. Ahí vamos. Hay esperanzas de fortalecimiento y continuidad.

 

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Dxiibi

Ruchibi ca dxi ca naa
zandaca gubidxa gucaaguí guendabiaani’
ne guxiá guendaredasilú
Ridxibe' binni nuu cherica'
cani rului’ nanaxi ruaaca
ne rutaabica’ ludxica’ naduxhu’
Ridxibe' chu' ladxilu’ xtiidxacabe
ne guchou'’

                               gacalu’ stobi

Miedo

Me asustan los días
puede ser que el sol incendie la memoria
y borre los recuerdos
Me dan miedo aquellos que están allá
los que enseñan miel en su boca
y clavan su filosa lengua
Tengo miedo de que sus palabras entren
en tu corazón

                                 y te vuelvan otro