Entrevistas

No. 110 / Junio-Julio 2018

Entrevista

Entrevista con Kepa Murua


Óscar Santos



Entrevista realizada con motivo de la publicación del libro Lo que veo yo cada noche.

 
¿Qué es lo que ve Kepa Murua cada noche?

Oscuridad. De noche todo parece quieto, pero la mente se mueve de un lugar de la realidad, donde hemos estados concentrados, a otro del sueño, donde se ve el mundo de otra forma. Podría ser el misterio o la sorpresa que se siente al vivir fuera de lo que sucede durante el día.

Hoy es difícil encontrar un poeta con voz propia. En tu caso es indiscutible. ¿Cómo se llega hasta ahí?

Trabajando intensamente, leyendo a otros escritores, escribiendo casi todos los días, seleccionando textos, reescribiendo poemas y apostando por lo que se cree que se debe escribir en cada momento, pese a las dificultades que surgen en el camino.

¿Cómo es tu proceso de creación?

Me levanto temprano, escribo un par de horas. Por la mañana atiendo a mis compromisos profesionales y por la tarde continúo con el trabajo. Después de cenar, si tengo fuerzas, me gusta volver sobre lo escrito. En el caso de la poesía, dejo que los poemas vayan apareciendo durante el día: solo he de fijarme en lo que sucede alrededor y dejar que mi mente guarde las imágenes que mis ojos capturan. Previamente he pensado sobre la estructura del libro, la extensión de los poemas, he elegido el tono de la voz o la línea que podría reflejar lo que quiero contar y lo que debo callar.

¿Cuando escribes eres consciente de que tienes lectores que esperan tus libros como el maná?

No lo había pensado. Respeto al lector, pero en el proceso de creación su presencia no es importante. Las dudas que surgen en el texto o las ideas que defiendo responden a una apuesta literaria. Una vez publicado, ojalá no los decepcione.

En algunos círculos se te considera un poeta de culto. ¿Cómo se lleva esa etiqueta?

Ni bien ni mal, pero no me gusta. A la etiqueta de culto le suelen seguir otras que considero que no me retratan. Me considero un hombre humilde, escribo desde la periferia, la soledad me ha acompañado en numerosas épocas de mi vida y aunque soy un poeta con un registro propio, no creo que sea tan raro o tan difícil como se dice.

Una de las muchísimas cosas que tiene tu literatura es que dignifica el oficio. ¿Cómo se sobrevive desde esa independencia tan real y sincera?

Con dificultades, con perseverancia, con motivación. No es fácil, pero si se quiere escribir de verdad se debe continuar con la línea marcada por los maestros y dignificar el oficio con cada libro y con cada palabra pronunciada o dada.

En Lo que veo yo cada noche, magnífico poemario, se encuentra tu poesía con letras mayúsculas, la que fue y es. ¿Hacia dónde camina Kepa ahora?

Vivo más sabiamente porque escribo con más consciencia que antes. Me estoy convirtiendo en un artesano de la palabra que se concentra en su trabajo, en un meticuloso escritor. Quién me iba a decir a mí que me convertiría en un hombre serio que huye de los focos, que en la intimidad descubre la mejor de sus sonrisas y que, además, escribe como si fuera una marca de la casa, con un humor nuevo, con una luz diferente. Creo que es necesario hacerlo con el fin de templar los nervios, calmar el ánimo y concentrarse de lleno en el trabajo que nos espera cada día.

Soy consciente de que ahora recurro a una economía verbal que busca ese volumen justo que permite que la atención se centre en la calidad de la voz, en su tejido, como un traje de Balenciaga, que evitaba los añadidos y se centraba en los elementos más puros y básicos, hasta alcanzar la sencillez deseada por el modisto. Hablo de lo primordial: de la profundidad que nace de la visión de un hombre maduro, después de haber investigado lo suyo.

En estos últimos poemas donde un velo de ternura envuelve preguntas, búsquedas, silencios... hay un equilibrio perfecto entre la palabra, su significado y la belleza. ¿Cómo se busca ese equilibrio, esa armonía, esa música? ¿Cuánto hay de pasión y obsesión?

En Lo que veo yo cada noche prevalece la ternura ante todo, la esperanza en un camino de la felicidad y de la poesía en el que estoy inmerso desde hace años. Ya no miro para dentro, sino que escribo desde dentro para fuera, para que mis textos sirvan a los demás. Espero haber acertado. He de dejar que el tiempo vuele sobre la arena de mis escritos. Si los borra, no pasa nada. Si prevalece algo, una palabra, una frase, un poema, sabré que no ha sido en vano. En cuanto a las obsesiones personales o profesionales, intento que no interfieran demasiado ni en mi vida ni en mi trabajo. Ahí reside el equilibrio.



© Oscar Santos, escritor y periodista.



Reseña a Lo que veo yo cada noche de Kepa Murua, por Isabel Alamar.






 

No. 106 / Febrero 2018



Entrevista


El dichoso Eduardo Casar:
Memoria histórica de la Facultad de Filosofía y Letras
:
 

Ricardo Migueles

 

®Borzelli Photography


¿Se es poeta de tiempo completo?

Yo creo que sí. Aunque la mayoría de los que escribimos poesía trabajamos en algo, (risas), es decir, muchos son profesores, dan conferencias, trabajan en periódicos, en editoriales, en otras cosas. Aquí en la facultad hay bastantes poetas, pero en mi caso el hecho de estar escribiendo, lo hago sin ninguna disciplina, no soy un poeta que planee un libro como si lo hacía Víctor Manuel Cárdenas, magnífico poeta de Colima que murió este año, quien decía —bueno, voy por este libro— y trabajaba ciertas horas cada día. Yo, en cambio, trabajo poemas como se me van ocurriendo, a la hora que sea, a veces a las dos de la mañana, a veces es caminando, y así los escribo hasta que siento que se termina y luego ya un día con más calma me pongo a pasarlos a la computadora y a corregir.  Ahí los voy almacenando hasta que los junto en un libro. Pero sí, es uno poeta de tiempo completo, yo siempre estoy leyendo poesía a diario, y también en un momento que se me ocurre algo, paro lo que esté haciendo, y lo escribo. Ahora, un poeta de tiempo completo como Rilke, quien estaba subsidiado por sus amigas aristócratas, pues entonces, sí, ¡a todo dar! Ese era el FONCA de Rilke. Pero bueno, la mayoría de nosotros trabajamos en otras cosas. Ahora, cuando se me presenta una imagen, un pretexto poético, necesito enunciarlo, es decir, ver las cosas y sólo tener la impresión de alguna frase no es recomendable. En el momento en que ya hay un enunciado creo que ya puede haber una semilla de un poema. Seguramente otros, y seguramente Alberto Blanco, quien es además un artista plástico y músico, tendrán otras formas de que se les aparezca esa percepción poética. Gonzalo Rojas decía que de pronto algo le hacía un zumbido. ¿Qué quiere decir eso? pues que le llamaba la atención algo, y ahí también él trataba de atrapar ese zumbido, a esa especie de abeja invisible con algún enunciado.

Es bien sabido su gusto por la poesía de Miguel Hernández, si la poesía nunca ha sido consumida en masa ¿por qué fue tan temida por las dictaduras europeas y latinoamericanas en el siglo XX?

Mira, la poesía puede ser muy contundente, hay un cierto parentesco con la publicidad la cual se basa en crear enunciados que tengan una contundencia y que permanezcan en la memoria, un enunciado fuerte puede mover muchas cosas y circular muy fácilmente. La poesía circula mucho en la red, mucho más que en libros, donde los tirajes son de quinientos ejemplares y en la red, en cambio, circula lo que sea. Yo estoy dando una clase de poesía y les digo a ver busquen el poema “Imprecación” de Olga Orozco y lo buscan en la red y pues ahí está. Como son cortos los poemas o al menos más cortos que la narrativa, en general, son de acción corta y hay mucho material en la red. Marco Antonio Campos mencionaba este mismo fenómeno en una entrevista que leí la semana pasada, yo lo he podido observar en las clases. Miguel Hernández fue un poeta que ya tenía una fuerte formación mucho antes de la guerra civil española y cuando ocurre esta, él entra como combatiente y escribe poemas a propósito donde enfatiza la cuestión de la arenga de la agitación, y con la gran eficacia de Hernández que tenía una capacidad para la síntesis a través de una metáfora o como sea. Entonces pues si se podría volver algo agitador. No creo que un régimen se fije tanto en eso pero como se cuela, el poema, como si fueran mosquitos la información, entonces si puede resultar algo que tenga esa función social.

¿Cómo es que la poesía, si acaso, contribuye a mejorar la calidad de vida de un país?

La poesía es algo que las personas necesitan y que satisfacen mucho a través de las canciones, digamos que el hermano sonoro de la poesía son las canciones igual como la necesidad de la narrativa la gente la satisface leyendo novelas sino viendo la televisión o películas. El cine es una gran escuela de narratología y nos enseña mucho a ver la verosimilitud, la coherencia de una historia, la interpretación, los ritmos, y en el caso de la poesía la poesía circula en los enunciados, de gran parte de las canciones. Los poetas digamos sólo de libro, son consumidos por una región muy pequeña de la población, yo diría que muchos de los lectores de poesía también la escriben, aunque no la publiquen. Y eso hace que sea un grupo muy pequeño, pero la poesía enriquece nuestra percepción de la realidad, nos hace ver cosas que de otra manera en el silencio, en la mudez, en las palabras repetidas y en los lugares comunes no las podemos ver.


®Borzelli Photography

 

Con cuarenta y dos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ¿cómo recuerda aquella visita que hizo Julio Cortázar al auditorio Justo Sierra allá por los años ochenta?

Bueno, yo fui por Julio Cortázar al Sanborns de los azulejos, luego lo metí en un taxi, tenía miedo de que no fuera a entrar, pues él era muy grandote, pero si cupo y lo traje aquí, al auditorio Justo Sierra, el cual es un auditorio muy grande. Estaba abarrotado hasta en el escenario, había gente sentada al pie de la mesa, fue muy emocionante esa llegada de Cortázar. Yo, incluso, la cuento en una novela, la única que he escrito, que se llama Amaneceres del Husar (Alfaguara, 1996), nada más que no la cuento con sus nombres, Cortázar ahí aparece como el general, la transformo en clave como en el ejército, porque es una novela de juego y ya.
El auditorio está tomado desde hace diecisiete años por un grupo, y es una barbaridad que no los hayan podido o querido sacar. Ahí, habría que haberle dicho a la UNESCO, la cual declaro al espacio de ciudad universitaria como patrimonio cultural de la humanidad, que una parte de la universidad es propiedad privada de un grupo y que entonces no es completamente patrimonio mundial. Yo creo que deberían sacarlos. Es un problema que no han resuelto las personas a las que les corresponde, a nosotros sólo nos corresponde opinar. Ahí, en el auditorio Justo Sierra, estaba el cineclub de los domingos, que era magnífico, había muy buenas experiencias lástima que ya no hay.

 

¿Cuál sería el consejo para quienes se acaban de dar cuenta que les gusta escribir algo que se parece a la poesía?

Yo creo que lo mejor es escribirlo y compartirlo, tanto el proceso de escritura como el resultado con amigos, estar abierto a los consejos, a compartir un entusiasmo, lo bueno de los talleres de creación literaria es que uno encuentra personas que están haciendo lo mismo con el mismo entusiasmo, y eso es lo que más enriquece, más que incluso la coordinación de un profesor. El encuentro con otros que hacen los mismo es lo mejor, uno hace sus talleres de manera horizontal, creo que todos los poetas que escriben, tienen o tuvieron sus lectores favoritos, someten sus textos a plática con otros. Sobre todo la experiencia de escribir es una experiencia muy satisfactoria y un gran placer cuando uno dice: —Ah caray esto no sé cómo me salió, me salió muy bien— se emociona uno mucho, hace una fiesta uno mismo en el interior de sí mismo cada vez que algo sale. La invitación es a compartir el resultado de la escritura y a seguir leyendo poetas. Preocuparse por publicar no es tan importante. Hay que entrar en los circuitos habituales de periódicos, revistas, la red, para darle impulso a eso. Yo todo el tiempo estoy leyendo a nuevos poetas, poetas como Roberto Juarroz, como Olga Orozco, como Eugenio Montejo, como Piedad Bonet. En lengua española hay extraordinarios poetas. Me gusta también la poesía de Fernando Fernández, ex alumno mío, quien tiene además un programa en el IMER. El radio es perfecto para transmitir la poesía, la poesía es corta y uno oye el poema completo, una experiencia muy motivadora. Hay poemas que se dejan oír mejor que otros. La televisión no es un medio ideal para la poesía mas sí para la invitación a su lectura. Tú lees un poema al aire en televisión y a los treinta segundos los productores se están angustiando, en cambio en el radio puedes escuchar un poema de cinco minutos y no pasa nada.



 
No. 107 / Marzo 2018

Entrevista

Cristina Piña: sus respuestas y poemas
 

Rolando Revagliatti


Cristina Piña nació el 14 de marzo de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside. Es Licenciada en Letras por la Universidad del Salvador desde 1981 y Magíster en Pensamiento Contemporáneo por la Universidad CAECE desde 2007. Ensayos y capítulos de su autoría forman parte de más de veinte volúmenes, así como cientos de artículos, actas de congresos, introducciones y prólogos de libros, crítica bibliográfica y de piezas teatrales, recensiones, relatos, textos de creación y traducciones de poesía, que se han difundido en incontables libros, revistas universitarias y con referato, antologías en fascículos, suplementos literarios, diccionarios, etc., de su país y del extranjero. Poemas suyos han sido incluidos en antologías y se han traducido al árabe, inglés, húngaro, francés, japonés, alemán, hebreo, rumano e italiano. Entre otras distinciones obtuvo el Primer Premio de Poesía del Concurso Isidoro R. Steimberg, 1978; el Segundo Premio Municipal de Ensayo 1991-1992, otorgado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires; el Premio Konex de Platino 2014 – Letras (decenio 2004-2014) en Traducción. Poemarios publicados entre 1979 y 2016: Oficio de máscaras, Para que el ojo cante, En desmedida sombra, Pie de guerra, Puesta en escena, Taller de la memoria, Pasajera en tránsito, Magia blanca, Meditaciones orgánicas, En la orilla del cuerpo y Travesías. Además de volúmenes de crítica literaria concebidos en coautoría, en dicho género es la autora de La palabra como destino. Un acercamiento a la poesía de Alejandra Pizarnik (1981), Alejandra Pizarnik. Una biografía (1991; 2ª edición corregida: 1999), Poesía y experiencia del límite. Leer a Alejandra Pizarnik (1999).

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Fue por teléfono que me adelantaste un perfil de tu procedencia familiar y de tus derivas por el teatro, por la música…

Vengo de una familia muy especial, sobre todo por el lado materno, que constituía una especie de matriarcado porque entre abuela, tías abuelas, tías y madre sumaban seis personajes singulares: uruguayas, liberales, divertidas y progresistas, pese a venir de una familia muy antigua del Uruguay, con siete generaciones en el país —yo soy octava generación y tengo la doble nacionalidad. Además, las mujeres de la familia eran amantes —al igual que mi padre— de la literatura, la música y la pintura. Gracias a ellos entré desde muy chica en el mundo del arte: además de los discos que se oían y las charlas sobre pintura, teatro, cine y ópera que se tenían en mi casa, mi padre me llevaba todos los fines de semana a museos, galerías de arte y conciertos y junto con mi madre al teatro y al cine. Además, por mi hermana —que era seis años mayor que yo—  empecé a ir al teatro independiente y pude conocer el Instituto Di Tella en su momento de esplendor, pese a tener catorce o quince años.

Ese contacto con la cultura hizo que, además de la carrera que luego elegí y a la que le consagré mi vida, estudiara pintura entre los ocho y los diez años y, ya de adolescente, además de hacer teatro en la Universidad y en el grupo The Shakespeare Players que creó el profesor Patrick Dudgeon con alumnos de los cursos superiores de la Cultural Inglesa —Higher Cambridge y Cambridge Proficiency—, estudiara teatro con Raúl Serrano durante dos años. Pero al cabo de ese tiempo opté por la literatura, si bien siempre me quedó picando el amor al teatro y la frustración como actriz.

Sin duda por eso, gracias a la actriz y performer Fabiana Rey, ya grande me subí tres veces al escenario: en 2009 ella y yo hicimos en el BarBaro una performance de una sola función titulada “Minimalas, surrea… ¿qué?”; en 2011 hice una performance sola sobre Amelia Biagioni en la galería Arcimboldo durante el Festival de Performance de Buenos Aires; y en 2014, junto con Fabiana Rey, Gimena Lima Jofre y Nicolás Magnin el espectáculo / performance “Las muertes”, sobre textos de Olga Orozco, en el Centro Cultural de la Cooperación durante cuatro sábados del mes de julio y una función más en la Casa del Bicentenario en el mes de septiembre.

Además de estas incursiones en el teatro, comencé como traductora haciendo subtítulos de películas y doblajes de series y dibujos animados, actué como intérprete en diversos acontecimientos —desde carreras de automóvil hasta conferencias internacionales especializadas, venida de misiones internacionales y congresos de literatura—, hice periodismo cultural en diversos medios —radio, televisión y diarios— y durante largos años tuve, al margen de la Universidad, talleres de lectura en bibliotecas municipales, así como, hasta el día de hoy, cursos en instituciones privadas o con grupos ad hoc, a fin de mantener un contacto no académico con la literatura y conectarme con lectores comunes. Entre los talleres que dicté, guardo un recuerdo especial de aquellos dedicados a adolescentes y personas de la tercera edad.

En otro campo, durante años y a raíz de mi pasión por la música, completé la formación musical que me dio fundamentalmente mi padre —quien había tocado el violín de joven, incluso con cierto profesionalismo durante los años de Facultad para ayudarse económicamente— y que desarrollé desde la infancia yendo con mucha frecuencia al Teatro Colón y, cuando éste estuvo cerrado, abonándome a Buenos Aires Lírica y a Nuova Harmonía; sí, esa formación la completé con cursos dictados privadamente por los críticos Julio Palacio y Juan Carlos Montero —ambos amigos personales.

Como último aspecto “no académico” de mi vida señalo que he dado montones de conferencias en ámbitos no universitarios —bibliotecas municipales o populares, hospitales, instituciones privadas, escuelas del estado, clubes, etc.—, he sido la voz de los cuentos infantiles traducidos por mí para la Editorial Guadal en la colección de libros parlantes; he sido la voz de diversos videos experimentales, he leído poemas en tantísimos lugares, talleres e instituciones y he colaborado activamente en la puesta en escena con directores que llevaron traducciones mías al teatro (sea de Shakespeare o de otros autores): Agustín Alezzo y Oscar Barney Finn. 

Otros autores… citemos: Antón Chéjov, Eugene O’Neill, Caryl Churchill, Copi, Martin Sherman, Harold Pinter.

Sí, y también Eugène Ionesco, Oscar Wilde, etc. Es que el gran placer de traducir teatro es como una compensación para la actriz frustrada que soy, que simplemente actúa frente a la computadora “pasando por la boca” los parlamentos que traduzco. Porque —créase o no— una cosa es un texto leído y, otra bien distinta, un texto dicho. Por eso amo traducir teatro y por eso creo que me sale bien. Además uno no se da cuenta hasta que hace la prueba de la oralidad hasta qué punto es diferente un texto para ser leído y otro para ser dicho. Yo lo aprendí a lo largo de muchos años de traducción y de experimentar cómo un texto que se lee muy bien, a la hora de ser dicho en voz alta puede hacer tropezar al lector-actor o resultar chato y ajeno a lo que se aspira a comunicar.

Parte de tu quehacer periodístico han sido las entrevistas que has realizado, entre otros, a los escritores Félix Luna, Doris Lessing, Santiago Sylvester, Janusz Glowacki, Dominique Fernández, Ernesto Schoo, Rosa Montero, Nikos Phokas y Olga Orozco.

Efectivamente. Y no solo entrevistas que luego publiqué como textos, sino otras, generalmente en la Feria del Libro, con los autores presentes y algunas de las cuales recuerdo con especial placer. La de Isidoro Blaisten, por ejemplo, en la que nos divertimos como locos los dos recorriendo su obra y sus experiencias literarias.

Si me gusta entrevistar a escritores es porque me apasionan las diferentes formas de entender el oficio y la vocación literaria y porque me gusta escuchar. Pese a que soy habladora y, tal vez, porque soy profesora y me veo, en consecuencia, obligada a hablar mucho, me fascina escuchar a los demás y después compartir con otras personas eso que me han dicho, que es siempre enriquecedor, lleno de matices, rico para el otro.

Unos cuantos —y yo me sumo— te habrán felicitado o se habrán alegrado cuando, tras décadas de “suspenso”, te diste el reiterado gusto de subir y actuar en uno, en dos, en tres escenarios. (Y unos cuantos —quiero creer— próximos a vos, familiares, amigos, te habrán hecho notar que “tenés un aire” a Vanesa Redgrave.)

Y sí, mis amigos estaban encantados y algunos asombrados. Y fue realmente un placer hacerlo. Pero un placer que se tornó peligroso. En efecto, con los dos primeros espectáculos me divertí, pero con el tercero —que disfruté también mucho en los ensayos— caí en una depresión de aquéllas que me impidió proseguir con las representaciones, para tristeza mía y de mis compañeros. Lo que ocurrió, creo, es que los textos de Olga Orozco que estaban centrados en las muertes de personajes de la literatura, la historia o la leyenda, sin duda despertaron en mí muchos recuerdos de pérdidas y sufrimiento. Y el resultado fue que no pude seguir más haciéndolo. Lo que pasó fue que no me alcanzaban los recursos actorales —dos años de estudio no son suficientes, sobre todo cuando dejás pasar tanto tiempo sin subirte a un escenario— para salir de los personajes. Porque para entrar en ellos no tenía ningún problema: no supe salir y por eso tuve que suspenderlo.

En cuanto a la Redgrave, sí, es cierto: y no solo me lo han dicho aquí sino en medio mundo —de Nueva York, a París y demás— porque tenemos bastante en común. Que ella sea bastante mayor que yo no significa una mancha en el ego, ya que es tan talentosa, tan gran actriz, que alguna forma de cercanía con ella es un orgullo.

De alguien que se formó actoralmente (yo) con Carlos Gandolfo, a quien lo hizo con otro notable didacta: Raúl Serrano: ¿lo evocarías?... ¿Cómo te resultaron aquellos dos años?

Ah, fueron estupendos y Raúl, excepcional. Hacía poco que había vuelto de Polonia donde había estudiado con Jerzy Grotowski y nos hacía adentrarnos en el Método —sabemos que Grotowski viene del mismo tronco de Konstantín Stanislavski— con una auténtica mano maestra. Lograba que diéramos muchísimo de nosotros mismos y que entráramos en papeles que eran lo contrario de nuestra personalidad. Lo recuerdo por experiencia ya que entre otras cosas, conseguía que yo, con mi aspecto de chica de colegio inglés, como decía él, pudiera convencer a los demás de que era una prostituta porteña. Y lo mismo con todos los demás. En otro sentido, nos hacía tomar con una seriedad absoluta la preparación que nos daba y que tantos discípulos suyos llevaron a niveles de excelencia. Esa misma seriedad con la que enfrentaba su tarea, fue lo que, en mi caso, hizo que optara entre la literatura y el teatro. Porque para Raúl no cabía ser dos cosas a la vez: o eras actriz a fondo o renunciabas al oficio.

Has “navegado” (licencia poética) como traductora de libros de filosofía, historia, sociología, psicoanálisis, biografías, libros de viajes e infantiles, narrativa (Antoine de Saint-Exupéry, Marcel Schowb, Gaston Leroux, Honoré de Balzac, Marie Darrieussecq, Stuart Woods, David Morrell, Jean Sasson, Robert J. Waller, Arthur Conan Doyle, Anne Brontë, D. H. Lawrence, Edith Wharton…), dramaturgia, ecología, economía, etc. ¿Cómo es “vérselas” en semejante diversidad de “aguas”?

Mirá, es una fiesta. Porque para una persona a la que le gusta la variedad, el cambio, la sorpresa, no hay nada más fascinante que pasar de un autor a otro bien diferente. Eso sí: hay cosas que he hecho al principio por pura necesidad: libros de autoayuda, manuales de drogadicción, libros de economía…: un espanto, pero eran para comer. Una vez que esa urgencia pasó, me di el gusto de traducir lo que me gusta y quiero: la gran literatura y el gran teatro, poesía y también filosofía, psicoanálisis y teoría teatral o literaria. Porque esas variantes no solo te obligan a aprender un montón de cosas, sino que presentan desafíos diferentes. Y para mí los desafíos en el campo de la traducción son un aliciente, algo que, lejos de asustarme, me estimula. Parece muy loco, pero recuerdo con enorme gusto las tardes que me he pasado batallando con los juegos de palabras endemoniados de Ionesco, con el castellano que tuve que inventar para una pieza de John Millington Synge, mezcla de provincianismos pero sin limitarse a ninguna provincia argentina en concreto, con el fascinante desbarajuste de niveles de lengua y de intertextos literarios del poeta norteamericano Galway Kinell, que me sacó canas verdes, o las velocidades variables y enrevesadas de la prosa de Mrs. Dalloway de Virginia Woolf. Porque te medís con el lenguaje, lo peleás, lo seducís, lo descubrís. Otra forma de cuerpo a cuerpo con el lenguaje del que tenemos los poetas con nuestras palabras, pero bastante emparentado con él. Además, semejante lucha satisface el costado obsesivo y perfeccionista que tengo, al obligarme a acechar las repeticiones, las consonancias involuntarias, los ripios, hasta que la prosa —o el verso— queda lo más musical y fiel al espíritu del original.

Además de revistas has presentado decenas de libros (Guillermo Martínez, Delfina Link, Alfredo Veiravé, Manuela Fingueret, Fernando Sorrentino, Liliana Heker, Rodolfo Rabanal, Edna Pozzi, Volodia Teitelboim, Florinda Goldberg, Rodolfo Alonso, Vlady Kociancich…). ¿De qué presentaciones te han quedado recuerdos más vívidos? ¿Qué debiera evitarse o al menos atenuarse en esos eventos?

No podría señalarte una presentación como la preferida, ya que en todas hubo algo que me gustó especialmente: sea la atmósfera que se dio en la entrega del premio de Alejandro Nicotra en Córdoba, sea la lectura por parte de actores amigos de un capítulo de Las voces del reino de Jorge Torres Zavaleta, sea la articulación entre imagen y poesía en la presentación de El libro de las Siniguales y del único Sinigual de María Rosa Lojo, qué se yo: tantos momentos inolvidables. Porque siempre he presentado libros que me parecían bellísimos y de bellísima gente —jamás en la vida le he presentado un libro a alguien que no conociera mucho y cuya obra admirara o me interesara también mucho; jamás he hecho una presentación por compromiso—, de manera que solo puedo guardar recuerdos entrañables de las presentaciones.

En cuanto a qué se debería evitar en las presentaciones, ante todo, aburrir a la gente o adoptar un lugar más protagónico que el del autor / autora o el del libro; también, intentar lucirse o revelar algún aspecto que no debe ser revelado…; en resumen: no ocupar u ocupar mal ese lugar preciado que es el de quien hace participar a los demás del entusiasmo y la valoración que despierta en él el libro que está presentando.

Es amplia también tu experiencia como asesora editorial (Atlántida, Paidós, Perfil, Ediciones B, Alfaguara, Grijalbo).

En efecto, durante muchos años asesoré a diversas editoriales, sobre todo en libros en inglés o francés para traducir. También lo hice respecto de autores argentinos, pero poco y esporádicamente: no me hacía feliz ocupar el lugar de juez respecto de lo publicable o no de escritores a quienes conocía, sobre todo cuando el libro en cuestión no me gustaba.

De entre los diálogos públicos que has mantenido con escritores, “soy elegido por” dos que se desarrollaron en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires: con Paul Auster en 2002 y con Siri Hustvedt en 2006. ¿Por dónde y cómo anduvieron esos diálogos?

Bueno, fueron dos de las experiencias más lindas que tuve con extranjeros. La de Auster fue auténticamente una fiesta porque yo lo había descubierto hacía varios años y tanto me había entusiasmado que, tras leerme toda su obra, había dictado un par de cursos sobre él. De manera que cuando el Malba me invitó a dar un curso justo antes de que él llegara y después tener el diálogo con él en inglés, fue “el sueño del pibe”. Y lo fue, nomás, porque no solo resultó una persona adorable con la que estuve casi todo el día del diálogo, sino que esa noche, en una cena memorable con Soledad Costantini, Paul y Siri —que había venido con él—, otras dos personas y yo, hablamos de todo lo posible y quedamos realmente amigos. De manera que cuando unos años después, vino Siri —cuya obra también había leído entera—, conversar con ella fue sumamente sencillo y agradable. Por supuesto que a Paul le pregunté sobre los juegos que se advierten en su obra entre sus datos autobiográficos que atribuye a diferentes personajes en el mismo libro, así como sobre la inclusión de personas de su familia. Y también sobre sus experiencias en Francia y sobre sus escritores más amados. En el caso de Siri, el diálogo se orientó más a sus experimentaciones con la novela así como a su especial conocimiento y amor por la pintura. Acababa de publicar su ensayo Mysteries of the rectangle —editado en castellano en 2007— y es realmente llamativa su actitud frente a los cuadros. Sin duda, Siri y Paul, son dos de los escritores admirados con quienes más feliz me sentí y con quienes tuve una conversación más profunda sobre la condición de escritor y lo que implica escribir.

En tanto has dictado en 2013 un curso, “Paul Auster y J. M. Coetzze: la escritura como construcción y deconstrucción del yo”, a partir del volumen Aquí y ahora. Cartas 2008-2011 (Anagrama & Mondadori, 2012, diálogo epistolar entre esos dos escritores), te pediría, Cristina, que nos ampliaras lo que se trasluce en el título del curso.

Bueno, además de su amistad, Paul y John —a quien también he visto muchas veces y cuyos ensayos literarios he tenido la alegría de traducir— han jugado con la autoficción en varios libros y eso me llevó a acercarlos y a señalar las diferencias y coincidencias entre ellos. Diferencias y coincidencias que si se ven en su intercambio epistolar, quedan mucho más claras cuando nos detenemos en cómo manejan la propia experiencia y la propia vida en sus respectivos libros. Porque los dos han jugado entre ficción y realidad biográfica incansablemente y en ese curso fui analizando cómo lo hacían y qué efectos producía en los lectores.

Un tipo como yo, que valora esos “hallazgos” que en ocasiones se producen a la hora de titular, no puede menos que recrearse ante Mujeres que escriben sobre mujeres (que escriben).

Y sí: es el título de un volumen del que soy editora, prologuista y autora de uno de los artículos (los otros fueron escritos por las colegas y amigas que formaban parte de mi grupo de investigación en la Facultad) y el título surgió de un brainstorming entre todas. Y de pronto, cuando habíamos llegado a “Mujeres que escriben sobre…”, una de ellas, Mary Mónaco, saltó con “mujeres que escriben”. ¡¡¡Y saltamos por el aire!!! Después, como no solo fue un éxito per se, sino que literalmente nos lo robaron para un par de libros más, pero de otras áreas —psicoanálisis y demás—, lo volvimos a utilizar en el Volumen II, donde también seguíamos con un enfoque feminista de la teoría y la crítica literarias. Y ese primer volumen nos dio muchas satisfacciones, ya que tuvo una segunda edición, pues se agotó en seguida —un año para un libro de teoría y crítica es algo inédito— y fue muy bien recibido.

El vocablo “desfondamiento” en tu ensayo “El desfondamiento de los géneros literarios en ‘La rosa en el viento’ de Sara Gallardo”, también me ha resultado de lo más atractivo e incitante.

Te confieso que al margen de que me gustan las metáforas en los títulos, siempre he visto al género literario como una estructura, una especie de caja que le da su propia forma a los contenidos literarios. Y que se produzcan las hibridaciones actuales no só¿olo me encanta sino que me hace pensar en algo que se desfonda…

Hay títulos serios, sobrios, “neutros”; o solo explicativos o descriptivos; los hay dulzones, zonzos, y hasta refritos; hay títulos provocadores o como latigazos; hay títulos entre signos de interrogación, entre signos de admiración; etc. Muchísimos, para esto o aquello, has tenido que pergeñar, inventar, concebir. ¿Escribiste algún artículo sobre lo que expongo? ¿Reflexionarías sobre estas cuestiones para nosotros?...

Mirá, nunca se me ocurrió, pese a que siempre me han parecido importantes los títulos y los he pensado mucho. Creo que son el primer acercamiento que tenemos como escritores con el lector y por eso deben tener una resonancia especial o transmitir de la manera más exacta posible lo que aspiramos a comunicar. Incluso nuestras dudas, nuestros tanteos. Desde ese punto de vista, se podría ver los títulos que afirman y los que tantean, exploran, proponen, simplemente enuncian. Pero nunca se me ocurrió reflexionar a fondo sobre el tema.

¿Quiénes son “Las nietas infieles de Dickens”?

¿Además de un artículo mío publicado en el suplemento literario del diario La Nación en 1990? Me refiero con ese título prácticamente a todas las escritoras mujeres que buscaron su propio camino sin atender a las marcas del realismo o la novela tal como la planteaban los clásicos, Charles Dickens en este caso. Porque creo que las mujeres han ido construyendo una narrativa personal y con un cierto costado propio respecto de la consagrada por los escritores varones. Pienso desde Virginia Woolf en adelante, por poner un nombre y una fecha.

¿Cómo solés encarar tus comentarios, análisis de libros? ¿Qué es la crítica?

Suelo encararlos desde el placer y la coincidencia. Porque cuando me encuentro con un autor que me atrae me dan ganas de escribir sobre él o ella y así comienzo todo acercamiento crítico. Creo que la crítica, de manera general, es un diálogo enriquecedor con la obra que nos ha seducido. Nunca pude efectuar comentarios críticos sobre libros que no me gustaban —excepto el escaso tiempo que hice crítica en suplementos literarios, donde siempre traté de no tomar lo que no me gustaba—, mientras que me fascina internarme en los libros, autores, movimientos que me atraen. Como decía antes, la crítica es un diálogo enriquecedor, no porque al texto le haga falta riqueza, pero siempre el lector —y el crítico ante todo es un lector— aporta su propia mirada, sus conocimientos, su sensibilidad y puede producir sentidos y captar aspectos del libro o la obra que no han sido leídos por otros. Y esa es la parte de enriquecimiento a la que me refiero: cuanta más gente lee un libro éste más se va favoreciendo a partir de las interpretaciones, las perspectivas de sus lectores.

Por cierto que en el caso de la crítica que se escribe y se publica, uno tiene que contar con elementos intelectuales, conceptuales para abordar la obra, porque cuantos más marcos de referencia tengamos como críticos, más vamos a ver en un determinado texto o autor. Por eso digo que la tarea intelectual del crítico es inagotable: siempre tenemos que estar leyendo tanto literatura como marcos conceptuales desde los cuales abordar la literatura que nos despierta el deseo de escribir.

¿Qué dirías que busca tu poesía? ¿Con qué topa?...

Vamos por partes. Mi poesía busca capturar un cierto instante que me ha impulsado a escribir y en el que se ha producido una especie de encuentro con una sensación o percepción del afuera. A mí no me lleva a escribir un tema o una idea, sino que de pronto siento un ritmo, una fuerza que, sin saber yo lo que quiero decir, literalmente me sienta a escribir y sigo ese impulso, escribiendo algo que no sé con certeza qué es, a dónde se dirige. En ese sentido, te diría que mi forma de escribir es todo lo contrario de intelectual. Es totalmente física, corporal. Por eso digo que la mano es la que escribe, no la cabeza. Pero una vez que ese momento de la escritura termina y me pongo a leer lo que escribí, se inicia el segundo tiempo de la escritura que es la corrección y que es tan fundamental como el primero. Y ahí trabajo y trabajo lo escrito hasta que siento que, en cierta forma, lo escrito responde a eso que me movió, en el instante de la escritura, a zambullirme en las palabras y escribir.

Desde esta perspectiva, te diría que mi poesía no aspira a reflexionar o a decir algo intelectual sobre la realidad, sino que está mucho más guiada por lo sensorial, por la percepción que aspiro a capturar en las palabras. Y cuando corrijo es para que esa sensación, esa percepción aparezca en las palabras de la manera más ajustada y con más peso sensorial, no con más claridad, pues ésta tiene que ver con las ideas, no con ese contacto con la sensación y la experiencia perceptiva que para mí es la poesía. Por supuesto que eso entraña una idea o una visión, pero no es lo fundamental, lo fundamental es la sensación. Por eso, también, me importa tanto la parte sonora del poema: no puedo corregir sin leer en voz alta para sentir ese ritmo, esa música propia de las palabras en tensión poética.

¿Libros concluidos, “cerrados” e inéditos…? ¿Son esperables para este año o el próximo?

Sí. En poesía tengo un libro listo, que espero se publique antes de fin de año —no digo el título porque no me gusta adelantar lo todavía no confirmado—, y en crítica estamos avanzando mucho con Patricia Venti, una especialista venezolana en Pizarnik, que se doctoró en España y vive allí, con una nueva biografía de Alejandra donde tomamos en cuenta todo lo que apareció después de que yo escribiera la primera biografía, en 1991, es decir los diarios, la correspondencia, mucha obra inédita y papeles de diverso tipo depositados en la Universidad de Princeton.

En La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, un personaje afirma: “…empecé a dividir los libros en diurnos y nocturnos. De verdad que hay libros que solo se pueden leer por la noche.” Y unas líneas después ejemplifica: “¡Stendhal es un autor nocturno!” ¿Te promueve algún posicionamiento la consideración?

Nunca lo pensé en esos términos pero creo que Kundera tiene razón. El único problema es que muchos de los libros que siento nocturnos —las historias de vampiros, las de fantasmas, lo fantástico— no los puedo leer de noche porque ¡me dan miedo! Parece mentira a esta altura de la vida y de las lecturas, pero confieso que mucha literatura del tipo que cité —y que me gusta mucho— me da miedo, por lo cual he tenido que leerla de día para poder dormir después. De manera general, te diría que la novela realista me parece diurna —en eso disiento con Kundera y su afirmación sobre Stendhal—, mientras que los libros donde la imaginación se explaya más, los siento nocturnos. Y en poesía, mientras que Stéphane Mallarmé y T. S. Eliot son diurnos para mí, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Pizarnik son nocturnos. Y algunos surrealistas como Enrique Molina son diurnos y otros, como Álvaro Mutis, nocturnos. En fin, son afinidades muy personales y no creo que dé para más que para responder a partir de la propia sensibilidad y el propio gusto.

¿Cuáles serían los factores determinantes de la invisibilidad de la poesía de Héctor Viel Temperley (1933-1987) hasta su transformación en “poeta de culto”?

Se ve que tu pregunta se origina en la exposición que efectué en 2014 en unas Jornadas de Investigación llevadas a cabo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del Salvador y en tres artículos sobre ese poeta admirable publicados uno en libro y dos en revistas universitarias de Argentina y Brasil. Creo que en su caso tuvo que ver con varios factores: 1º, Viel era alérgico al “café literario”, de manera que nunca circulaba por ningún lado, excepto para verse con algunos de sus amigos —Molina, Fogwill, etc.— y huía de toda exposición mediática; 2º, escribía con recursos que prescindían totalmente de lo que “se usaba” en las sucesivas modas literarias: escribía con métrica cuando los demás abominaban de ella; no escribía ni poesía política ni “trascendentalista” cuando se usó; practicaba un surrealismo que no se parecía a nada y en un momento en que no era demasiado valorizado; 3º, escribía poesía religiosa cuando dios era mala palabra, y finalmente llega a la poesía mística, flor más que ninguna ausente en el “ramo” de la poesía argentina. Sin embargo, allí es cuando lo descubren sus seguidores, porque no se trata solo de un místico al estilo de San Juan de la Cruz, sino que por su amor al surrealismo y su vitalismo, canta también a la carne, al sexo, al deporte —una crítica lo llamó “el nadador de Dios”— entendido como exaltación del cuerpo; 4º, rompe los parámetros poéticos que antes había practicado —sea en el nivel del lenguaje o en aspectos formales, para terminar en uno de los libros más revulsivos de nuestra poesía, Hospital británico, probablemente el único libro que merezca el nombre de místico en nuestra poesía, con perdón de Jacobo Fijman; en fin: transgrede todo. Y nuestro prejuicioso panorama literario no concebía que se mezclara a San Juan de la Cruz con André Breton, el sexo casi explícito y la ruptura absoluta de la estructura del verso y el poema. Por fin, era un señor de familia “bien”, v.g. provenía de una familia de la clase alta, pero nada tenía de sus tics. Porque si a Manuel Mujica Láinez se podían dar el lujo de ridiculizarlo, pese a lo gran escritor que era, por ser hombre de clase alta en sus gustos, su ritmo de vida, su estética, a Viel no sabían dónde ponerlo.

Al final, cuando pudieron mirarlo y leerlo, cayeron de espaldas… con toda razón.

La circunstancia de que también en 2014 hayas dictado un curso sobre la narradora canadiense Alice Munro, me inspira para proponerte que nos trasmitas de qué cuentos o relatos, de autores de todos los tiempos, te hubiera complacido ser la autora. Y, de paso: ¿incursionaste en la ficción?

Ah, daría un ojo por haber escrito “El jardín de senderos que se bifurcan” de Borges, “El ahogado más hermoso del mundo” de Gabriel García Márquez; “El collar” de Guy de Maupassant; los textos híbridos de El idioma materno de Fabio Morábito; “Los muertos” de James Joyce; “Caballo en el salitral” de Antonio Di Benedetto; “El otro cielo” de Julio Cortázar, La legión extranjera de Clarice Lispector, “La muerta enamorada” de Théophile Gautier, “La dama del perrito” de Chéjov, “La figura en el tapiz” de Henry James y “Conejo” de Abelardo Castillo, entre tantísimos otros.

En rigor, mi primer premio literario fue por un cuento —el único publicado hasta el día de hoy—, pero después dejé la ficción casi por completo. Hace unos cuantos años, sin embargo, volví y tengo un libro que no he movido hasta ahora, así como una especie de “novela” híbrida, a la que agarró la crisis de las editoriales españolas con contrato a punto de firmarse y quedó en un cajón.

Si como dicen, la novela es música sinfónica y el cuento es música de cámara, ¿qué tipo de música sería la poesía?

Sonatas, nocturnos, estudios o cualquier otra forma breve para instrumento solista, del piano a las cuerdas, las maderas o bronces, con intensidad, longitud y potencia variables.

¿De qué modo siguen siendo tuyos tus primeros dos o tres poemarios?

Como las fotos de infancia y adolescencia: ésa fui yo pero me parezco como una adulta a una chica o una adolescente: a veces me atrae la de antes con sus toques de frescura, su espontaneidad y su osadía que ahora ya no están, pero también sin cierto carácter, cierta seguridad, cierta noción de la versatilidad de la voz y de las rupturas posibles propias de la de hoy. Es que, para bien o para mal, a esta altura del partido soy la adulta que soy.

Luis Porta y Cristina Martínez son los autores de un volumen cuyo título es Pasiones: Cristina Piña (EUDEM, Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata, 2015).

Y que es uno de los regalos que me deparó la vida. Como lo sabemos todos los profesores, nuestra enseñanza, que es una experiencia tan apasionada, fascinante e insoportable por momentos —gracias a las exigencias no académicas sino burocráticas—, casi infaliblemente no merece premios que vayan más allá del afecto de los estudiantes. Y yo, gracias a las nuevas orientaciones de la pedagogía, que se fija no ya en las horrendas estadísticas y las frías cifras y planificaciones que atormentaron nuestra temprana práctica, sino en los afectos, las pasiones, la “transmisión” y el vínculo con los estudiantes, tuve el honor de que se me consagrara ese libro. Porque el grupo de investigaciones pedagógicas de la Universidad Nacional de Mar del Plata, dirigido por el Dr. Luis Porta, organizó, a lo largo de los años, encuestas anónimas entre los estudiantes para que señalaran quiénes fueron para ellos “profesores memorables”, a los que luego entrevistaron largamente haciéndolos hablar de su visión de la enseñanza y de sus valores como profesores, además de observar sus clases y hablar con los miembros de su cátedra y su grupo de investigación. Yo fui una de las privilegiadas porque salí elegida por los alumnos del Departamento de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata, en la que enseño desde hace 39 años —desde principios de año estoy jubilándome— y de la que fui Decana Normalizadora cuando llegó la democracia. Un libro por el que siento un cariño y un orgullo mayor que por ninguno de los otros y diversos premios que recibí. Un auténtico e inimaginable lujo.

*

Cristina Piña selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

Post-scriptum


                             (a la memoria de mi hermana)

Sin embargo,
no era eso lo que quise decirte
en tantos años
de escribir tu nombre.
Quise nombrar la alegría compartida,
las noches en que las manos juntas
nos ayudaron a cruzar el miedo,
la envidia y el amor,
sobre todo el amor,
tan poco dicho,
tan sabido.

Quise decir la adolescencia,
el viaje que fue el tesoro del pirata
porque estaban las cartas,
los secretos,
tanto de sabernos
en tantos días separadas.

Quise decirte,
y no hay reemplazo ni palabras,
que a veces todo se confunde
y camino insomne por la casa;
a pesar de los años,
los amigos,
queda un rincón en llamas,
un hueco insoportable,
algo que sangra.

(De Pie de guerra, 1988)





II

Se prueba las palabras nuevas
como cuentas de un collar:
corales las vocales,
oro batido o plata sin pulir
las consonantes.
En el fondo de la voz,
metales bajos,
materia radiactiva
para sellar la boca del ajeno
que se atreve a hablar.


IX

Hablar el lenguaje de las islas
es nadar hacia atrás,
pegar el salto a un futuro anterior:
colgarse pendientes de la boca,
collares de la palma de la voz,
incendiarse en un fuego
incesante.

(De Taller de la memoria, 1998)




Bajo la metralla

CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD, la metralla enemiga ha convertido las plazas en agujeros de noche, los pájaros del balcón, en siluetas oscuras que atraviesan el aire como signos del desastre.

CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y el rumor de pies en desbandada carcome los costados del silencio, ni siquiera un instante se ha escuchado una débil voz humana en el fragor de la batalla.

CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y desde las alcantarillas —que hasta ayer transportaban el pesado cargamento de los sueños— granadas ocultas, minas traicioneras han hecho saltar en pedazos el mundo familiar.

CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y ella, en medio del derrumbe, ha tomado su maleta, la jaula del gato y un par de plantas para unirse a la caravana que parte en desorden de la tierra devastada.

Pero al llegar a la glorieta donde nació el amor, a los árboles gemelos que
las balas enemigas perdonaron, ha levantado —con la maleta y el gato y las dos plantas— una tienda de campaña donde lo espera, invencible, con una rosa entre los labios y la canción que cantaba y cantará en sus brazos.


(De Pasajera en tránsito, 2006)



y el pájaro voló de la rama,
el gato escapó de abajo
de las mantas,
el pez dorado se escondió
entre las piedras
del acuario

todo lo pequeño
nos ha abandonado
vida mía
y apenas nos tenemos
vos y yo
en la quietud de la
madrugada

(De Magia blanca, 2008)



Hermandad

Hermanos cancerosos,
leprosos, cardíacos y accidentados,
amputados y aplastados por el dolor,
yo me he unido a ustedes
desde el grito sin descanso,
yo comulgué con ustedes
desde la miseria de un cuerpo
que se niega a obedecer,
un cuerpo autónomo en su forma de sufrir
de pedir un remedio
para el daño inaguantable.

Hermanos infartados,
tuberculosos y con delirium tremens,
con el pie baldado por la parálisis cerebral,
con el páncreas hecho trizas por la infección,
yo como de su mesa y mendigo su pan,
yo busco en la bella analgesia
el olvido de la sierra que pulveriza mis huesos,
yo comparto en la desgracia de un cuerpo
herido por la enfermedad,
la condición humana abyecta
que nos hace más hermanos
que el amor.

Hermanos sin alivio ni cordura,
hermanos en la escrófula y el herpes,
picados de viruelas, trozados por la peste,
ahogándose en un enfisema atroz,
yo sé lo que se siente cuando todo el universo
se reduce a un punto que entra en erupción
y la lava del dolor nos arrastra
nos crucifica
nos cunde
plegados en el grito y la experiencia del filo
en las entrañas o en el hueso.

Hermanos en el dolor del cuerpo,
hermanos en la bilis que se vuelca,
las células que, enloquecidas, se devoran a sí mismas,
en el aullido silencioso de la noche de hospital,
en la plegaria entrecortada rumbo al quirófano,
yo he comido la carne del delirio por el dolor
que no cesa,
he bebido el acíbar de la caricia que no calma,
he conocido la magia sin par de la morfina que de pronto sí,
de pronto envuelve los nervios calcinados
con su lienzo y su consuelo.

Hermanos cancerosos, hemipléjicos
o atravesados por una bayoneta,
somos la idéntica carne irredenta,
el mismo grito estentóreo o silencioso
donde claudica nuestra especie.


(De Meditaciones orgánicas, 2011)




Azucena

Más bella todavía
con tu nombre verdadero
lilium candidum
que evoca tu condición pura,
blanquísima y perfecta,
me saliste al paso en los
Royal Botanic Gardens
de Kew.

No importaron, de pronto,
tus hermanas
amabile, distichum, fargesii
ni los sentidos infinitos
que podían despertar
peregrinum, paradoxus, amoenus
porque estabas elegida para mí
desde tu corola curvada
y tu aroma a anunciación
y claustro.

Lilium candidum:
ni mi mano se convirtió en pistilo
ni mi cuello en tallo aéreo,
no se abrieron surcos para
dar espacio a mi raíz,
pero un leve velo blanco
se tendió
entre tus flores y mi rostro:
promesa de una futura mutación.

(De En la orilla del cuerpo, 2015)




Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Cristina Piña y Rolando Revagliatti, septiembre 2017.



http://www.revagliatti.com/030428_pinha.html
http://www.revagliatti.com/030428.html



 

No. 105 / Diciembre 2017 - Enero 2018



Entrevista


Viajar, habitar y escribir.
Entrevista a Michael Speier


Jimena Hernández Alcalá

 

14 de octubre de 2017, dentro del marco del Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México.*

Principios de octubre, un sol brillante y cálido que sería poco probable para Berlín en esta época cae sobre el Zócalo de la Ciudad de México, más bien lo ahoga, quema. Algunos buscan refugio en la sombra que lanza el asta de la bandera, y yo, como muchos otros, me resguardo en una de las carpas blancas que han tomado el Zócalo para celebrar del 12 al 14 de octubre el VI Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México. Aquí espero a Michael Speier, traductor y poeta berlinés quien hoy a las tres de la tarde participará en el acto de clausura de este festival. Nuestra cita es a las 14:30, espero que 30 minutos sean suficientes para hablar de su labor como poeta, o traductor, o ambos. Lo veo llegar fresco y con lentes oscuros. Buscamos un lugar al fondo de la carpa y esperamos que la lectura que ahora se lleva a cabo no nos distraiga demasiado ni nosotros a ellos.



En primer lugar, gracias por su tiempo. No sabía si lo tenía que entrevistar como poeta o como traductor para el Periódico de Poesía, por eso le quiero hacer preguntas sobre ambos campos, la primera sería: ¿se ha traducido a usted mismo?

No.


¿Se atrevería a hacerlo?

Creo que eso es muy difícil, porque un hablante de otra lengua tiene un oído más exacto para la traducción. No creo que uno se pueda traducir a sí mismo y casi tampoco creo que se puedan escribir poemas en otro idioma que no sea el propio. Creo que también lo mencioné ayer en la conferencia: Celan, Paul Celan dijo alguna vez que el lenguaje, el lenguaje poético es siempre algo único y no algo que ocurre dos veces. Sin embargo hay pocos autores, muy pocos, que son tan perfectos en dos idiomas que ellos mismos se hacen cargo de sus propias traducciones o que escriben en otra lengua.


Es un reto para usted…

Sí, creo. Tal vez hay personas, autores, poetas que pueden hacerlo, pero yo no puedo.


¿Le ayuda ser poeta para traducir poesía?

Sí, me parece que sí. Creo que esa es una categoría importante, ya que el resultado de una traducción debe ser también un poema. Y de hecho eso casi solo lo logran poetas o en todo caso traductores que también tienen un talento poético, que tienen una sensibilidad para la poesía. La traducción literal de un poema no sirve de nada, es una información que se puede tener, como el dibujo arquitectónico de un edificio; cuando se ve el dibujo, tal vez uno se lo puede imaginar, pero todavía no es un poema. Y hay traducciones particulares de poetas, que según yo son muy buenas, porque no son literales, sino traducciones libres. Hay una palabra especial para eso en alemán, a diferencia de una traducción eso es una adaptación poética [Nachdichtung].


Adaptación poética —repito el término para no olvidarlo. Creo que ayer también habló un poco al respecto.

Sí, creo que lo mencioné, pero de hecho creo que una adaptación poética es una categoría diferente a la simple traducción de poemas, que por supuesto también existe. Sí, a través de la traducción literal de poemas se pueden conocer muchos idiomas que uno mismo no habla, pero para un lector eso aun no es un poema y tampoco puede entender por qué debería serlo en la lengua original.


Ayer dio una conferencia en la UNAM, habló sobre Paul Celan quien se tradujo a sí mismo y, como usted, viajó mucho y vivió en varias ciudades. Usted introdujo el concepto habitar poéticamente [Dichterisch wohnen]. ¿Nos podría decir brevemente qué significa habitar poéticamente en los poemas parisinos de Celan?

Sí, por supuesto, aunque es difícil decirlo en dos oraciones, ayer me tomó casi una hora, pero tal vez se podría resumir así: para un poeta como Celan habitar no solo significa tener una vivienda o una casa, sino que está relacionado existencialmente con sus escritos. Y en especial justo París, porque él siempre quiso ir a París y porque París es desde luego una ciudad literaria con una gran tradición, y todos sus poemas sobre París, sobre su casa allí, por supuesto que tienen que ver con la literatura, con él mismo y esto quiere decir, en última instancia, que habitar y escribir forman una simbiosis para él.


Después le preguntaron si usted, como poeta, conoce por experiencia propia ese habitar poéticamente. Usted dijo que no, también dijo que no busca una casa o un lugar donde vivir. Y mi pregunta es, ¿entonces qué busca cuando visita o habita una ciudad?

Sí, así es, tal vez es algo más bien volátil, o sea algo pasajero. Cuando estoy en un lugar, me dejo ser parte de ese lugar. Quiero conocerlo, su historia, la gente de allí, entonces estoy verdaderamente allí. Y al respecto he escrito bastantes poemas, tengo poemas sobre ciudades en las que he estado, sobre lugares en los que he estado e incluso creo que tengo un poema sobre el lugar en el que vivo, mi departamento en Berlín. En realidad he escrito varios poemas sobre Berlín. Creo que es casi normal que un poeta escriba tanto sobre sus viajes como sobre el lugar donde habita y a veces viajar es habitar.


Entonces se puede habitar y viajar al mismo tiempo.

Sí, así es, y ambos pueden transformarse literariamente.


¿Y piensa que de esta visita aquí a la Ciudad de México escribirá un poema? 

Ya empecé un poco, sí, pero nunca se sabe. Los poemas son regalos, a veces se recibe uno, a veces no se recibe nada, uno no los puede pedir y uno tampoco empieza a escribir inmediatamente, primero hay que asimilar las cosas. A veces sale en un par de días, a veces toma años, eso también puede ser, pero lo más importante son las notas que se hacen y las impresiones que se tienen, diferentes a las de alguien que escribe una novela o un texto en prosa sobre un lugar, pues la realidad se percibe de una manera totalmente diferente, y se toman notas y cuando se tiene un momento de inspiración, entonces de ello resulta un poema.


Eso es muy bonito. Ayer también dijo que cuando se viaja uno está más despierto.

Sí, eso creo, en todo caso para mí es así. En los viajes uno tiene muchas nuevas impresiones poéticas, y lo nuevo siempre es más interesante. Y sí, en los viajes uno está obligado a estar más despierto que en casa, donde todo marcha por sí solo, y de ambas cosas juntas a veces resultan algo bueno, me refiero a material para nuevos textos poéticos. Tal vez no puedo decir, “estoy viajando ahora y por tanto estoy seguro de que me voy a llevar a casa unos bonitos poemas de México”. Eso no se sabe con antelación, pero cuando se da —y eso sucede con mucha frecuencia— entonces es el caso.


¿Y cree que en donde vive uno puede escribir poemas con “ojos de viajero”? Se toma un segundo, tal vez para entender la pregunta, tal vez para reflexionar, cuando parece encontrar una respuesta, se ríe.

Naturalmente eso es un poco artificial. Creo que esa es, una vez más, una mirada diferente. La mirada poética es siempre una mirada que distancia de las cosas, que quiere ver algo nuevo, y de hecho, es una mirada ajena que se tiene y es un poco artificial cuando uno observa su propio entorno en forma distanciada, pero por supuesto que se puede reflexionar sobre ello: por qué estoy aquí en este lugar, por qué estoy en esta situación, justo como lo hizo Paul Celan en sus poemas al reflexionar sobre su habitar, el lugar donde vivía, también sobre su situación de vida, incluso sobre la situación de su obra, su trabajo.


Eso es complejo.

Así es, “complejo” es una buena palabra.


Sí, y lo que acaba de explicar requiere mucho trabajo.

Sí, sí, exactamente así es.


Ayer también dijo que usted se siente un poco como un actor, porque desempeña varios papeles: investigador, poeta, también organizador de festivales… ¿Qué papel tiene ganas de representar próximamente? La pregunta provoca de nuevo su risa.

Creo que eso de los papeles es tal vez un poco exagerado, porque en realidad no tengo para nada talento histriónico, pero naturalmente es una alternancia de actividades, y por tanto, cuando escribo es algo diferente a cuando edito una revista literaria. Pero una vez más es otro espacio, un espacio distinto en el que puedo respirar de otra manera y vivir de otra manera. Y la próxima vez…, no lo sé, tal vez haga una edición de mi revista sobre México… Eso puede ser.


Vi que tiene un poema sobre Teotihuacán.

Sí, es cierto, lo escribí en una visita a México hace muchos años. ¿Vio? De los viajes salen algunas cosas. Ahora, cuando parta de México, lamentablemente ya mañana… 


No puedo evitar soltar una expresión de desilusión que lo obliga a interrumpir su discurso.

Sí, de hecho solo vine al Festival. También me parece triste, pero a veces es así. Después vuelo de regreso a Estados Unidos, en donde por ahora estoy como escritor residente en una universidad en Nueva York y allí por supuesto que también trabajo como poeta e imparto clases y las tengo que preparar y tengo que preparar mis seminarios. De nueva cuenta ese es otro papel, allí no puedo presentarme como poeta ante mis alumnos, ellos quieren aprender algo científico.


Como usted dijo, es otro espacio.

Es otro espacio, pero los espacios también se relacionan entre sí. Yo creo que tal vez eso se nota en mis conferencias, que no soy solo un investigador sino también un autor y por eso tengo otra relación con los textos, con la literatura, es decir, uno tiene que separar los espacios, pero de la misma manera éstos se relacionan a través de la persona.


Entonces, me pregunto a mí misma, ¿cómo se relaciona Michael Speier con este espacio en el que ahora estamos?: Al final, todos somos lectores, también los traductores, poetas, todos, y creo que los festivales están dedicados a los lectores. Mientras digo esta frase él asiente con la cabeza. ¿Ha tenido la oportunidad de visitar este festival como lector?

Bueno, eso tiene que ver un poco con que no hablo español, pero puedo descifrarlo y a veces entiendo más o menos lo que está en los libros. También he recibido algunos libros de otros colegas, así que de alguna manera voy a intentar leerlos. Pero también creo que es muy bonito lo que vi ayer aquí en la lectura, el público escucha con mucha atención, también a los poetas que vienen de países muy lejanos, no solo a los poetas mexicanos o latinoamericanos, y esa me parece una experiencia muy grata.


Experiencia que está a punto de repetir. Ha pasado más de media hora, sin darnos cuenta en el podio han cambiado los autores y aun queda un lugar vacío. Por el micrófono alguien llama a Michael Speier, rápidamente se pone encima su rol de poeta, me agradece y se despide. La agradecida soy yo, somos nosotros, quienes nos quedamos a escuchar algunos de sus poemas.

 
* Agradezco la ayuda brindada por Stefan Beyer en la revisión de la entrevista.
No. 108 / Abril 2018

Entrevista

“La poesía es un machete ético y estético”
Entrevista con Balam Rodrigo


David Anuar


Balam Rodrigo visita Mérida en el marco de la FILEY 2018, donde impartió durante tres días un taller de poesía y presentó dos de sus libros últimos: Colibrije, obra merecedora del premio José Emilio Pacheco 2016, y Marabunta, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017. Balam, poeta chiapaneco nacido en Villa de Comaltitlán, es autor de una veintena de libros de poesía, y su más reciente galardón es el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018 por su obra Libro centroamericano de los muertos.
 
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Recientemente, Armando Salgado te hizo una excelente entrevista que fue publicada el 12 de marzo en La Gualdra (suplemento cultural de La Jornada de Zacatecas) en el número 330. Trataré, en lo posible, de explorar otros meandros, a la vez que haré referencia a esa entrevista para profundizar o retomar algunas de tus palabras. Bueno, Balam, como poetas conocemos la importancia del nombrar, en este sentido, tu nombre no es “común”, ¿qué me puedes decir al respecto, hay alguna historia detrás de él?

Hay una historia muy particular. Mi nombre tiene que ver, además de que tuve una bisabuela maya, con el hecho de que mi padre y mi madre fueron lectores, de pocos libros –me aclara–, y entre esos pocos estaba el Popol Vuh. Mi padre decidió ponerme entonces Balam por el primer hombre de maíz, Balam Quitzé. De hecho, ese iba a ser mi nombre. Es un nombre maya, muy del sur, muy centroamericano también, hay que recordar que la influencia de la cultura maya no es solo en la península, sino que va desde Chiapas hasta Honduras. Lo curioso está en que mi madre dijo “momento, por qué se va a llamar Balam Quitzé, si yo también quiero colaborar con uno de los nombres de este chamaco.” Entonces, mi madre, ella me dijo así, que desde niña, en tercero o cuarto de primaria, leyó el Poema del Mío Cid, y se enamoró del Cid campeador, Rodrigo Díaz de Vivar. Ella entonces se prometió que cuando tuviese a su primer hijo varón le iba a poner de nombre Rodrigo. Mis dos nombres propios y que utilizo como escritor, están marcados por lo literario. Entre las confusiones que ha generado mi nombre, además de que soy creyente cristiano evangélico, es que algunos hermanos me decían Balaam, como el de la Biblia, y pues yo les decía que no soy de Beor ni hablo como burro, entonces mi nombre no es hebreo, ni arameo o sumerio, es maya. Lo otro es que muchos me dicen Rodrigo Balam, porque piensan que es mi apellido, sobre todo porque aquí en la península es un apellido común, pero no, es mi nombre. Esa es la historia, no puedo decir que estuviese marcado o signado para la escritura, pero sí al menos acuerpado por un nombre literario.


Recuerdo que en algunas charlas anteriores que hemos tenido, me has contado que te dedicas a la escritura de tiempo completo. ¿Cómo le haces?

Creérsela y proponérsela. Soy un hombre de fe. Recuerdo que cuando comencé esto decidí dejar la academia por un lado, y tampoco seguir una carrera de orden religioso, un pastorado. Me dije, “si he podido vivir o sobrevivir con los otros oficios que he ejercido, por qué no habría de ser la escritura uno de esos oficios.” Me propuse hacerlo de una manera disciplinada y que muchas de las cosas que yo hiciera como trabajo estuvieran relacionadas con la escritura. Trabajo como loco todo el tiempo y me estoy inventando cosas, imparto talleres, hago corrección de estilo… Otra cosa que ha sucedido es que mis libros han tenido la bendición de recibir premios y eso me ha dado dinero que me permite comprar tiempo para prolongar este sueño. Pero eso sí, no me quedo en la hamaca de los premios ni a ser mecido por los vientos de la fama, porque me parecen accesorios e inútiles. Siempre me estoy reinventando. Mi último libro es el que no he escrito y el que voy a escribir, y son varios y no solo de un género. Entonces siempre estoy buscando la manera de sobrevivir y mantener a mi familia a través de este oficio que, además, me parece muy noble, aunque es muy complicado desde la poesía. Ahora, por ejemplo, tuve mi reingreso al Sistema Nacional de Creadores, que es una manera de vivir decorosamente. Hay que reconocer que entre las obligaciones del Estado está el dar apoyos a la cultura. El gobierno no me mantiene y menos me da nada, simplemente yo apelo al derecho que tengo de participar y en caso de ser seleccionado, pues cumplir ética y cabalmente. Lo que a veces sucede es que el mismo creador le exige a los políticos y él mismo no se ve en el espejo, pues no cumple con lo que promete, entonces está peor que un político, pues se supone que somos parte de esa aparente conciencia, la intelectualidad y el pensamiento crítico, y a veces eso no sucede.


Sabemos que todo oficio requiere de pericia técnica, de tiempo, de disciplina, ¿cómo es tu proceso de escritura?, ¿cómo da a luz Balam Rodrigo a sus libros?

Van surgiendo ideas de libros que quiero escribir, que no he podido escribir y otros que voy escribiendo poco a poco. En promedio, una idea, si podemos ponerle números, puede durar 1 ó 2 años para que se geste, y hasta 10 años para que madure y logre escribirla. Soy muy obsesivo con el trabajo. Voy trabajando entre 4 ó 5 ideas de libros a la vez, que no siempre terminan o culminan, pero de esas al menos 3 las voy trabajando mentalmente. Leo, investigo sobre los temas, releo autores, y por disparatado que suene, escribo todo a mano, hago notas en libretas y voy dándole forma al libro. Me ha sucedido, por ejemplo, con Braille para sordos [2013], que fue uno de los primeros libros que yo quise escribir combinando fotografía y poesía, pero cuando tuve la idea no tenía los arrestos técnicos ni creativos para lograrlo, no era el momento. Después, cuando sentí e intuí que era el momento tras haber visto arte y documentarme y tener notas y todo un bagaje interno, me llegó un golpe obsesivo de trabajo y el libro salió en menos 10 días, trabajando día y noche. Así es como trabajo, cuando llega el momento necesito, debo escribirlo, me pongo a trabajar y a veces no duermo durante 3 o 4 días. En los últimos libros que he escrito de ese modo están Braille para sordos, y el Libro centroamericano de los muertos [2018], lo hice en 9 días, pero estuve como dos semanas sin casi dormir, muy malhumorado con la familia, y eso sí, fue el primer libro que pude escribir con el ruido de mis hijos jugando por todos lados. Muchos necesitan como cierta música y esos clichés, la verdad es que todo lo hago en mi ámbito familiar o doméstico, escribo en la casa, en la mesa, cuando estoy comiendo, o en el estudio. Ahora estoy trabajando 5 libros que estoy pergeñando, dos de ensayo a la par que estoy reescribiendo otros 3. Eso sí, yo creo que he escrito libros muy malos y decido publicarlos, porque tengo el descaro de hacerlo, pero me sirven para saber lo que ya no quiero hacer o para darle un punto final y cerrar un capítulo creativo.


Recuerdo que Jaime Sabines decía que antes de ser poetas había que aprender a ser humanos, en este sentido, ¿cuáles son los otros oficios que han forjado ese lado humano de Balam Rodrigo?

Hace unos años una escritora de Polonia me pidió algunos poemas para traducirlos con sus alumnos. Entre las cosas que me preguntaba, le interesaba saber qué oficios había ejercido. Hice un listado muy grande y ahí pude darme cuenta de todos los oficios que había tenido. El primero, y que ejercía con mi padre, fue el de vendedor ambulante, comerciante callejero, de ambos lados de la frontera. Ese oficio me gusta mucho, siempre he sido comerciante de un modo u otro. También trabajé haciendo censo en el llamado Tortibono de la CONASUPO, iba por las colonias repartiendo tarjetas y censando. Fui escribano de un militar en San Cristóbal, gracias a un tío que tenía muy mala ortografía y me pidió que yo lo sustituyera. Con mi familia tuvimos una fonda, ahí fui mesero y tortero. En la calle, junto a mis hermanos, vendíamos pollo, fruta, coco, galletas en paquetitos. En la Ciudad de México ejercí muchos más oficios, seguí vendiendo en la calle, fui pintor de brocha gorda en las casas, velador, lavaplatos, cocinero de mariscos, y aprovechando los constantes viajes a Chiapas, llevábamos y vendíamos ropa de segunda, americana. También en la Ciudad de México vendí queso, café, artesanías, lupas y libros en la Facultad de Ciencias. Trabajé en un programa de televisión como asesor, fui colector científico, profesor universitario en la UNAM, y también en preparatoria y secundaria. Otra cosa que hice fue contestar teléfonos en los programas de televisión, igual en telefonía. Fui jugador profesional de futbol en Chiapas y en Pumas. También fui predicador. Ahora he estado metido en otros oficios como revisor técnico de libros, editor, cuidador de colecciones de poesía, tallerista. Y seguro se me escapan algunos oficios, pero mira que no tendría empacho en ejercerlos de nuevo, ahora hasta vendo mis libros de poesía, a veces, cuando se deja.



Ahora hablabas un poco sobre la frontera y tus experiencias como comerciante desde niño. Sabemos que la poesía es un fenómeno universal, pero al mismo tiempo localizado geográfica y temporalmente, al leer tu obra me ha parecido percibir un posicionamiento, un lugar de escritura muy propio, ¿desde dónde escribe Balam Rodrigo?

Cuando yo comencé a escribir poesía se debió a una necesidad de saber cuál era mi lugar en el mundo en términos identitarios. Me di cuenta de que los chiapanecos, no porque seamos especiales ni mucho menos, pertenecíamos a otra latitud dentro de ese cliché que es la mexicanidad. Me di cuenta que no era mexicano como los otros del centro o el norte del país. Y gracias a mi padre, que fue un gran centroamericano porque fue un gran chiapaneco, adquirí conciencia de eso, porque él nos platicaba cómo fue discriminado cuando era niño en la Ciudad de México por ser del sur. Eso me hizo darme cuenta cuál era mi lugar identitario en el mundo. Entonces, me dije, tengo que encontrar un modo, una manera de reivindicar mi centroamericaneidad, mi sureñidad y mi ser como chiapaneco. Eso lo encontré en la escritura. Particularmente en la poesía, porque ahí encontré la libertad de poder escribir muy cercano a la forma de hablar del Soconusco, y de transformar esa forma de ser y de vivir en un estado de conciencia poético, escritural y proyectarlo en la página. Cuál fue mi sorpresa… que algunas de las primeras personas que leyeron mis textos, incluidos algunos jurados, pensaron que yo tenía una influencia neobarrosa de Sudamérica, pero no, en realidad estaba reflejando las formas del habla del Soconusco. Todo ese bagaje que yo adquirí en la niñez, esas experiencias fronterizas, esos límites creados, me han permitido ahora posicionar, como decís, una geopoética en términos de lenguaje. Y la globalización ha venido a exacerbar los ánimos locales, lo que ahora se ha llamado la glocalidad. Yo me di cuenta de que podía sacar mucho más de la escritura si yo lo hacía tal como yo era cuando hablaba, para ser honesto y consecuente conmigo mismo. Y esto no para verlo como algo regional o provinciano, la idea era sacarlo de ahí y atender a lo universal, entonces eso me llevó a los estados de conciencia de lenguaje fronterizo, para lograr un maridaje en términos poéticos. Cada vez más, mi escritura, al menos en la trilogía de libros reciente que estoy acabando de escribir [Marabunta, Libro centroamericano de los muertos y un libro de ensayo que está en proceso de escritura], también hay un posicionamiento ético, si primero yo estaba tan metido en el logismo y en reflejar ese estado del lenguaje, después quise reflejar ese estado de inconformidad y manifestar mi queja, mi pesadumbre, mi decepción ante la infamia, ante la injusticia social, pero que primero fuese poesía, literatura. Y bueno, ahí están esos libros de carácter testimonial y documental que creo yo tan necesarios.


Este posicionamiento geopoético, en un primer momento estético, también te ha llevado a un posicionamiento ético, frente a algo que le decías a Armando Salgado en una entrevista reciente, que te había tocado hacer poesía con las sílabas del horror, haciendo referencia a tu trilogía centroamericana. Sin embargo, también me parece que en tu poesía es posible identificar otras sílabas como el silencio o Dios como en Iceberg negro [2015] o Colibrije [2016]. A tu parecer, ¿qué otras sílabas hay en la poesía de Balam Rodrigo, y si es posible establecer etapas en ese silabario?

Sí. Podría agregar algunas sílabas. Primero la de una erótica vegetal, que es posible advertir en mis primeros libros y su relación con el fasto vegetal. El paisaje y los escenarios naturales de Chiapas, los ríos, la selva, la ceiba, los sabinos. Además, estudié bilogía y me enfoqué en botánica, lo cual amplió mi horizonte, al darme una visión científica del mundo natural. Otra sílaba es el mar, que tiene todas mis admiraciones y que encierra muchas interrogantes. Como soconusquense, además nos llaman costeños o mareños, hay una forma de ver el mundo desde el mar. Hay muchas sílabas de mar, muchas sílabas de arena en mi poesía, desde Poemas de mar amaranto [2005] hasta la reunión de buena parte de mi poesía sobre este tema que es Libro de sal [2013]. En los intersticios de todos mis libros aparece mi vinculo personal con Dios, el Dios del cristianismo, con Jehová, cuya culminación aparece en Iceberg negro [2015], que es un libro de un atribulado deslumbramiento de mi relación con Dios y también una lucha feroz porque dejé la ciencia por un lado, pero también el trabajo teológico, pastoral. En ese libro escribí sobre esas tribulaciones, y sobre todo ese silencio, que siendo de un lugar tropical, Iceberg negro es una interrogación muy nórdica, del hombre frente a la página en blanco, ese congelamiento, el hombre frente a un iceberg, un témpano, uno puede ver a Dios, ahí, en la inmensidad. Y el silencio como esa blancura permanente, esa inédita página de Dios tan gigante. Otras sílabas son la exploración de la fotografía y el arte plástico. Por ejemplo, en la tercera parte de Libelo de varia necrología [2008], en Braille para sordos [2013], o en Sobras reunidas [2016]. He tratado de ir cambiando y de responder a muchas preguntas con otras interrogantes. Estas son varias de las maneras o derroteros en los que me he metido.


Quizá yo agregaría una sílaba más a tu silabario. Me parece que en Sobras reunidas [2016] hay unas sílabas de un Balam que deseamos ver más, un Balam irónico, mordaz, que muerde a los poetas. Pasemos a otras cosas, recientemente, en una entrevista que te hizo Elio Enríquez para un diario de Chiapas, te preguntaba qué era para ti la poesía, y respondiste que un “machetazo de maravilla”, ¿qué es la poesía para Balam Rodrigo?

Para mí la poesía es un machete ético y estético, necesario para decapitar la estupidez, la infamia, la cabeza anestesiada de la banalidad, de la escritura sentimentaloide. Creo que aquellos poetas que somos del sur de México y de Centroamérica tenemos un vínculo muy orgánico con el machete. Yo de niño y aún hasta hace poco así limpiaba el patio. El machete para nosotros, no creo yo que estemos hechos de pluma y espada, eso se me haría muy burgués y occidental, sino de machete y maleza. Me atrevo a decir que mucho del ritmo de la poesía centroamericana y del sur de México se debe al ritmo con el que se limpia usando el machete, ese taaaz, taaaz, en el monte, en la selva, uno puede escuchar ese sonido rítmico y armónico. Muchos de los poetas centroamericanos y del sur de México, que técnicamente podrían acusarse de imperfección, tenemos ese ritmo. Con el machete desbrozamos la selva, limpiamos el lugar donde vamos a pasar un rato en el campo, para iniciar una guerrilla, para pelear, para defendernos, pero también le sacamos punta a nuestro lápiz. Yo intento, en mucho, que mi poesía sea un machetazo con la lengua, la lengua como un machete de dos filos que pueda decapitar la anestesiada estupidez. También un poco pretendo cambiar la figura del machete cargada de violencia por este otro machete poético para desbrozar la maleza de la injusticia y de ahí creo yo mucho de la poesía testimonial o social que me he propuesto escribir últimamente. Y entre esas se encuentra la poesía de Sobras reunidas, ahí están los machetazos que intento asestarle al mundillo literario de los poetas que me parece tan banal, tan aburrido, tan megalómano, ¿no? Entonces lo que me gustaría hacer con esa fauna nociva es desbrozarla un poco, sobre todo los que tienen esas maneras tan reprobables de actuar frente a los demás, desde el aparente poder, casi como dictadores, que les hace sentir una superioridad intelectual frente a la persona común y corriente. Para ellos sí levanto mi machete más ácido por la vía del humor, la coloquialidad, la ironía del sur y Centroamérica.


Hemos hablado de la maravilla que intentas usar para despertar a los adormilados, para iluminar conciencias, pero también creo que podemos hablar de otro tipo de maravilla. Creo que frente a la banalidad de nuestro mundo contemporáneo, un elemento sustancial y consustancial de la poesía debe ser, precisamente, la maravilla. ¿Cuándo nació en Balam la maravilla de la poesía?, ¿cómo fue tu primer contacto con ella?

Le debo mucho a las historias que me contaba mi padre. Él era un gran conversador. El vendía en la calle desde los 4 años, y entonces él iba recogiendo historias. Una de las cosas que yo recuerdo de mi más profunda infancia es él contándonos historias de mi abuelo, de espantos, de mitos, de leyendas del pueblo de Chiapas. Él inventaba cuentos e historias, era una forma de educarnos. La oralidad en la gente del sur es primordial. En mi familia es tan importante lo que vivimos como lo que soñamos, entonces cuando nos vemos platicamos sí de la vida cotidiana pero sobre todo de lo que soñamos. Platicar de los sueños es una cosa que siempre me maravilló, el lenguaje encantatorio que tienen, lo que Octavio Paz dice, la poesía debe cantar y contar. Luego, con el tiempo, otra de las vías de maravilla que encontré fue la lectura de la Biblia, sus historias y poesía profunda. Sumando a lo anterior, en mi pueblo hay una danza de los moros y los cristianos, los chavaricos, y que son danzas verbales. El Cantar de Roldán y los Doce pares de Francia son romances en octosílabos cantados por los danzantes. Ahí estaba escuchando yo poesía en estado primigenio, ahí comencé a educar la musicalidad del oído. También de niño me enfermaba mucho y entonces me la pasaba leyendo, mis padres me incentivaron, y aunque no había muchos libros en mi casa, ellos me compraron la Enciclopedia de Readers Digest, y yo me la leí toda, como cinco veces, ahí un poco inició mi encantamiento por el lenguaje. Pero yo creo que todo comenzó con la oralidad, las leyendas, los cuentos, y también escuchar las oraciones, los ensalmos, los rezos, aunque yo no soy católico, pues íbamos a velorios, a los rezos, salíamos a pedir conserva en el día de muertos.


Sin lectores no hay literatura, y sin quien escuche no hay oralidad. Digo, uno mismo puede ser su propia escucha o lector. Entonces, para cerrar esta charla, yo quisiera que me contaras la experiencia o anécdota más entrañable con uno de tus lectores.

Hay varias, pero la que quiero contar es la del poeta José Luis Amparo, que es nayarita y escribe una poesía lírica muy poderosa. Él dejó mucho tiempo de escribir. Cuando lo conocí me platicó lo que ahora voy a relatar. Él es médico, se casó, y a su esposa no le gustaba mucho la poesía ni los poetas. Un poco lo obligó a dejar ese mundo. Después de que sus hijos se fueron a la universidad y terminó de criarlos, se divorció, y se fue a poner un dispensario médico a Sonora, por ciudad Obregón en un lugar llamado Cócorit. Ahí conoció a una muchacha joven, se enamoró de ella, y ese cambio hizo que volviera a escribir. Pero él me dijo “mira algo que me ayudó a decidirme a escribir y a volver a participar en concursos, es que una vez yo me encontré en internet un libro tuyo que se llama Silencia [2007]”. Pero como él no sabía cómo imprimirlo o no quería, escribió todo el libro a mano en una libreta, lo recreó. Y me contó que ese libro lo ayudó a despertar después de tantos años, y lo influyó mucho para meterse de nuevo en la poesía. Saber que alguien recreó a mano un libro mío fue muy conmovedor. Uno nunca se imagina lo que sucede con un libro…


13 de marzo de 2018, Mérida, Yucatán

 

Reseña a Colibrije de Balam Rodrigo, por David Anuar