Como si se tratara de un preludio, “La vieja casa”, este primer poema en tres actos del libro Apunte a lápiz, del escritor dominicano René Rodríguez Soriano, nos invita a observar el universo de su casa materna para luego presentarnos una serie de 19 bocetos que develan esa suerte de nobleza que sólo puede ser heredada de la tierra, y que llega sola, como si fuera un privilegio, a aquellos que nacen sabiendo que una porción de campo, de cielo, de río o de sabana, les ha pertenecido desde siempre.
“La vieja casa” es el pedazo de tierra, el espacio en el que el poeta se lanza para poner a prueba su memoria y su habilidad paisajística, redescubriéndose en el color y la textura, en los sonidos y sabores que advirtió puros en la niñez, o durante la inquieta sensualidad adolescente, para ser revelados una vida después, con tanta transparencia.
Sin duda, ilustra este libro una de las más caras tendencias del llamado modernismo: la búsqueda (nunca tardía) de la belleza. Porque cada uno de sus poemas es un acto estético en sí mismo: “¿Se habrá cocido alguna vez/ en horno alguno/ pan tan dulce y tan frugal/ como el que comí en sus manos?"
El libro es también, un experimento plástico que nos permite resignificar el mundo del poeta, a través de una lectura que no exige la más mínima elucubración de nuestra parte; porque la euforia verbal de Rodríguez Soriano y sus ideas, se traducen en un suave y sabio lirismo en el que lo elemental de la palabra o la complejidad más formal (cuando nos expone a sus juegos sinestésicos o a alguna que otra moderada aliteración) convierten estos poemas en una obra impresionista y polifónica.
Concebido como un diálogo incesante y silencioso entre los elementos del paisaje, los enseres domésticos, la mirada de los padres y los fantasmas campesinos, el poemario es un eco sentimental en el que el carácter mágico de la infancia, ensombrece cualquier atisbo de melancolía: “Si miro hacia el profundo y amplio verde/ Me pierdo en la mañana mansa y húmeda:/ No hago otra cosa que mirarme en su sonrisa/ /Sosegada ventana de la estancia./ Franca, alta, encorvada y solidaria”.
Porque desde "La vieja casa", el poeta escucha las canciones del abuelo o las tonadas de los trabajadores en el campo y observa cómo se dibuja un mapa bajo la torva luz de una astilla de cuava; o descifra el misterioso pentagrama del abecedario y los números, antes de amar por primera vez, en el cafetal del lado oeste del patio que es el mismo lugar desde el cual hoy se regocija: su habitación y su morada, su lugar en la poesía. O, como expresó, con tanta hondura y belleza Aurelio Arturo: "un largo, un oscuro salón, tal vez la infancia", en su Canción del ayer (Morada al sur).
El pasado mes de julio, René Rodríguez Soriano nos ofreció su palabra en el I Festival Internacional de Poesía Afrocaribe en Barranquilla. Una suerte de alegría para POEmARíO, para todos los que tuvimos el privilegio de conocer algunas de sus obras y escucharlo en este otro lugar del gran Caribe.
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