No. 101 / Julio-Agosto 2017


Poesía y política
 

Va pensiero


Jorge Aulicino

 


Casi todo lo que hubo y hay de debate alrededor de la poesía tiene que ver con la dirección del sentido. Ese es y seguirá siendo el centro de la discusión política sobre la poesía.

Si al autor de un poema se le considera emisor, la mitad del debate está resuelto: la poesía es política como cualquier otro discurso y el signo de su política depende de la dirección en que el emisor haya encaminado el sentido, y aun de lo que rodea al emisor, su nombre, su domicilio, sus gustos literarios, sus pronunciamientos o silencios sobre causas diversas, los lugares que suele frecuentar, el color de sus macetas…

Pero si la mitad del debate está resuelto y si lo emitido lleva la dirección impresa por el emisor, falta definir la otra mitad, esto es, por qué el emisor elige emitir en un lenguaje literario específicamente en el lenguaje poético algo que sería más práctico y efectivo producir en un lenguaje definidamente político o publicitario. Nunca será, quizá, bien comprendido que alguien cuyo propósito es hacer llegar un mensaje público, de clara y decidida orientación política, elija un género que se edita en muy pequeñas ediciones, para que lean pequeños círculos de lectores, que ni siquiera están formados por personas influyentes, salvo excepciones.

La incongruencia de usar un pequeño revólver "cargado de futuro" en un lugar de una flota provista de misiles cuando lo que se pretende es modificar conductas, si no estructuras sociales, debería hacernos desistir de la discusión acerca del poder político de la poesía, aun de la que está "cargada de futuro".

Sin embargo, la discusión sobre la poesía y la política encubre la discusión acerca de la dirección de sentido que un autor puede o no imprimir a su criatura. Los surrealistas resolvieron el asunto de un papirotazo: el sentido de la poesía no se puede predeterminar, antes bien es producto de fuerzas inconscientes que el poeta no maneja en lo absoluto. Esto mismo garantiza su dirección política: la poesía es revolucionaria porque es una pieza descontrolada rebotando dentro de un sistema que aspira al control total de una clase sobre otra. Dicho de otro modo, la poesía es revolucionaria en la misma medida en que es inconsciente. Cuanto menos inconsciente ha sido, menos ha cambiado en la sociedad, según podría verse a través de los siglos, si uno compartiera la visión de los surrealistas.

Esta tesis tenía un problema que Sigmund Freud advirtió de inmediato. Convertido, como ironizaría más tarde, en "santo patrono" de los surrealistas franceses, Freud fue esquivo con André Breton porque percibía que desde el punto de vista clínico el automatismo psíquico sin referentes ni contexto carece de interés. Se lo señaló a Breton de ese modo en 1932, después de diez años de frustrados intentos de acercamiento por parte del jefe del movimiento alumbrado en 1924. En 1938 finalmente confesó en una carta a Stephan Zweig que consideraba a los surrealistas "chiflados incurables (digamos que en un 95 por 100, como el alcohol)", excepto Dalí, de quien admiró según la misma carta a Zwieg "sus ojos cándidos y fanáticos y su indudable maestría técnica". Había advertido Freud que en el programa del sinsentido de los surrealistas había un sentido, independientemente de cuáles fueran los encadenamientos inconscientes de los versos, de todos ellos. Esto bastaba para darle un sentido para colmo, único al más descabellado de esos aparatos verbales. Por lo cual el surrealismo entraba en contradicción consigo mismo: sus versos no tenían libertad alguna, iban todos dirigidos a burlar el control de la razón social. Ese era su mensaje masivo. Incongruencias con banderitas y señales, y, para colmo de males, con las mismas banderitas y las mismas señales. Ya sea que no les vieran sentido o que no lo tuvieran en efecto, los poemas surrealistas debían ser una bomba contra la sensatez general.

Décadas más tarde, el llamado Mayo Francés, que tantas veces invocó el espíritu libertario en general y el del surrealismo en particular, produjo apenas cambios en el sistema educativo y una victoria electoral del gaullismo.

Nunca nadie volvió a pensar que el sentido de la poesía estaba en su incongruencia, y aunque fueron los tiempos en que Marshall McLuhan escribió su célebre apotegma "el medio es el mensaje", quedó claro que la sustancia revolucionaria y libertaria del surrealismo estaba en el texto de su programa, no en su obra poética. Esto es, no había mensaje en el medio. El mensaje estaba en el emisor. No obstante, la libertad, por arbitraria que a veces parezca, fue comprendida como necesidad de la poesía y el surrealismo dejó su huella en el sitio en que menos deseaba dejarla. En la técnica.

Que su revolución de la sociedad entera terminara en una revolución estética puede ser visto como una humillación para Breton, no tal vez para muchos de sus compañeros que se alejaron antes del surrealismo y que escribieron con libertad en medio de las bombas. Y que supieron usar propagandísticamente la poesía en la causa de la libertad, mediante el único artificio propio que la poesía puede aportar a la propaganda: la metáfora y sus derivados; esto es, casi el lenguaje entero en pleno funcionamiento.

Tal el estado de la cuestión: la especificidad que el género trae a la política es aquella de la totalidad del lenguaje derivado de la metáfora cualquier cosa que pueda ser puesta en el sitio de otra sin desplazarla. Y eso es el lenguaje en plenitud cuando calza en esta integridad indestructible de sentidos con la necesidad de la época y encuentra los medios técnicos para reproducirse. Tales medios son infinitos si coinciden necesidad y libertad. Y tal vez no es el mejor ejemplo el poema "Libertad" de Paul Eluard arrojado por los aviones aliados sobre Francia, sino aquel coro de los esclavos judíos en Nabucco, ante cuyas primeras notas los italianos se ponían de pie con lágrimas en los ojos, porque habían convertido el himno ficticio de un pueblo bíblico, inspirado en un salmo, en su propio himno. Y a Giusseppe Verdi y su libretista, Temistocle Solera, en poetas políticos.