No. 101 / Julio-Agosto 2017


Espacio infantil

                                    De palabras y bestias


Luisa Manero Serna



En este espacio presento una selección de poemas sobre animales provenientes de tres libros infantiles: La casa del dragón y otros poemas de horror de María Baranda (Ediciones SM, 2014), Animales animados de Jorge Luján y Julia Friese (Colofón, 2016) y La pájara pinta de Juan Gedovius (Ediciones SM, 2012). Como introducción a esta pequeña antología, escribo algunas ideas sueltas sobre bestias, niños y poesía.

**

Los animales son transfigurados cuando los toca la palabra del poema. Dejan de ser pelo y tentáculo, se convierten en mito, espejo y sombra del ser humano. Se vuelven espacio: los planetas habitan en sus ojos, la historia del tiempo es dibujada en sus rayas y sus manchas. Los animales que la palabra transforma son los que habitan en nuestro cuerpo. Los que andan fuera, ahí nada más haciendo no sé qué, deslizándose, chupando el polvo, vertiendo sus huevos en las plantas, son ajenos a su nombre, porque en realidad el nombre no es suyo, sino nuestro.

No sabemos nada de lo que un animal trae dentro. Es uno de los misterios más grandes.

Por lo mismo, escribir sobre un animal es dar un clavado en el agua del desconocimiento ante nosotros mismos. Es explorar en el hueco negro que sale cuando cerramos los ojos. Es poner máscaras de serpiente venenosa, de dios felino, de canción de pájaro, a los movimientos involuntarios de nuestros miembros, de nuestros pensamientos y de nuestros humores. En una entrevista, a Elsa Cross le preguntaron por qué le interesaba la naturaleza. Ella contestó que no era que le interese la naturaleza, sino que la naturaleza era un medio para algo. A veces esto es muy claro. Los dos primeros tigres de la poesía que se me vienen a la mente, el de Lizalde y el de Blake, son medios para la angustia y para el temor a dios.

Las cosas pueden cambiar cuando un niño lee un poema. Por supuesto, los animales siguen deslizándose y poniendo huevos y a ellos no les importa que exista el haikú del zopilote de Tablada, pero más allá de esa verdad, muchos niños que buscan un poema de pajaritos lo leen porque les encantan los pajaritos. Es cierto que, en paralelo a su gusto por los pájaros, algo les despierta de su charco anímico. Pero es común que aquello que los hace agarrar el libro y leer (o pedir que les lean) el poema del pajarito es que ver un pajarito volar sumamente alto y llevarse un mechón de pelo de perro para hacer su nido los hace sentir que el mundo es un lugar muy bello.

Por eso a los niños les escribimos tanto sobre animales. El sentido de escuchar las palabras del poema es el pájaro que vieron. Lo digo porque éste era mi caso. Me acuerdo bien de lo que pensaba y sentía cuando era chica.

Claro que, por otro lado, existen adultos que disfrutan imaginar un tigre en la casa de Lizalde porque les encantan los tigres. Que no meten la cabeza en un espejo, sino que piensan en tigres cuando leen sobre tigres. También hay niños que leen sobre un pajarito que no encuentra a su madre y se ponen a llorar porque no quieren perder a su mamá.

Siempre me he preguntado por qué los haikús de Tablada aparecen con tanta frecuencia en antologías de poemas para niños. No sé, tal vez simplemente porque a los editores les gustan y saben que a los niños también les pueden gustar, y solo eso. El caso de Tablada me hace recordar que todo lo que esperamos de un poema depende del libro que lo contiene. Mi edición facsimilar de los haikús se la enseño a mi novio, y la antología colorida de hojas gordas, letras grandotas y bichos de ojos grandotes, que incluye los haikús de Tablada, se la enseño a mi sobrino.

(Cambiando de tema, creo que los niños no solo se interesan por las cosas pensadas específicamente para ellos. No deberíamos de confinarlos a lo que se vende en la sección infantil —y no es regla que los libros de la sección de adultos les dañará el inconsciente. Quién sabe. A lo mejor un día le leo a mi sobrino los tigres de Lizalde y de Blake, y se ataca de la risa y me pide que se los lea otra vez.)

Se me vienen a la cabeza varias ideas al escribir esto. La primera, que aunque los niños disfrutan los poemas sobre bichos, no hay que descartar que les puedan interesar muchos otros temas. La segunda, que de vez en cuando ha de ser sano dejar de ver la cara de la humanidad reflejada en todos lados e interesarnos por lo que nos es ajeno (como el mundo de las bestias, por ejemplo). Tercero, que un poema se vuelve para niños o para adultos dependiendo de quién lo lea y de la circunstancia del lector y del texto. Pero lo que más me interesa decir aquí es que, sin importar en qué cajón del ciclo de la vida nos encontremos, seguimos leyendo y escribiendo sobre insectos, pescados y culebras porque en el fondo, digamos lo que digamos, los usemos para una cosa o para otra, a todos nos gustan los animales.

**
 


La pájara pinta
(fragmento)
Canción popular, versión de Juan Gedovius

Estaba la pájara pinta
a la sombra del verde limón
Con el pico recoge la hoja,
con las alas recoge la flor.
¡Ay, ay, ay!
¿Dónde estará mi amor?

 

**

De Animales animados
 


La garza esconde espantada
la cabeza bajo el ala
porque sabe que sostiene
al planeta en una pata.

*

Bajo el arco de la luna
la jirafa corretea,
casi toca con su cuello
a esa luna enamorada
que la baña y la desvela.

*

Lu lu lu luz
pequeño faro a la deriva

lu lu luz
explorando las minas del aire

lu luz
esparciendo estrellas

lu
ciérnaga.

**

De La casa del dragón y otros poemas de horror
 
 


Los ojos del perro

Los ojos de ese perro nunca cambian
son los mismos que brillan de día y de noche.

El mundo parece girar de lejos cuando él mira
y todo es gris y casi blanco
como si hubiera un aire que los traspasara.

Los ojos de ese perro son de aire,
no guarda nunca ni el eco de un ladrido,
ni siquiera un parpadeo que señale
el fondo de las cosas.

No mires a los ojos a ese perro,
su corazón es niebla
y su sombra
la voz invisible de otro sueño.

 

El coyote y su sueño

Un coyote sueña
mar adentro de su cueva.

Piensa en barcos
que lo lleven dejos
donde nadie se asuste
con su aullido.

Sueña que es un caballo
que va trotando
y que a su paso
se detienen todos
a saludarlo.

Y siente la noche
como si fuera una lámpara
de puras estrellas
donde su voz
es la llama de una vela.

Un coyote sueña
mientras todos duermen
para perderse lejos,
lejos de su miedo.