No. 101 / Julio-Agosto 2017


 
¿Por qué y para qué escribir?

Escribí


Elvira Hernández

 

En mi niñez casi no hablaba pero apenas aprendí a escribir y a leer abrí la puerta hacia un mundo distinto lleno de hablas. Escribir era mi mejor momento de conversación; en el papel la realidad se volvía admisible. En otro instante, frente a la palabra “ultramarinos”, por ejemplo, que me maravilló, pude darme cuenta que la palabra por sí sola ya decía algo, y que era necesario proseguir en esas averiguaciones. Entonces ignoraba que había tenido un encuentro con su dimensión poética. Más tarde, en mi adolescencia, más allá de las cartas que escribía a mis amigos y de las anotaciones que hacía de lo visto, y que ahora pienso en esa escritura como un derecho humano, me fui tras esa ave que sin duda era inclasificable y cuyos trazos y vuelos, que parecían salir de la nada, me quitaban el peso y la dureza de los días, me hacían meditar y me llevaban a lugares de conocimiento insospechado. Era otra experiencia real. 

Así como no hubo un por qué escribir, ya que estaba inmersa en esa corriente que me llevaba, de igual manera no hubo esa otra pregunta inicial: para qué escribir. Estaba en medio de una atmósfera de gratuidad, de una homeostasis, de encontrarme haciendo un camino de vida que me parecía muy privado y que había cultivado de manera natural. Eso cambió cuando escribí La bandera de Chile, en tiempos de dictadura militar, en un contexto de cárcel. Ese fue el momento más difícil desde todo punto de vista porque tuve también que decidir y sopesar si yo sería una escritora, es decir, si saldría hacia la publicación, hacia lo público, o mi ejercicio escritural seguiría en el ámbito del cuaderno privado. Si podría escribir para mí y para otros al mismo tiempo y conseguir que un posible yo autobiográfico no tuviera más importancia que esos otros yoes humanos, en tiempos en que lo humano, la humanidad y el humanismo parecían desvanecerse.