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Silabario del camino.
Poesía reunida 1973-2014
Juan Manuel Roca
Letra a Letra,
Medellín, 2016.


 
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No. 93 / Octubre 2016



Monólogo del boxeador

¿Por qué te has hecho boxeador, le
preguntaron al irlandés Barry McGuigan,
campeón peso pluma. Él respondió:
«—No puedo ser poeta. No sé escribir historias...»
Joyce Carol Oates



No sé escribir,
Aunque por rara paradoja
Sea peso pluma.
Aun así esculpo vacíos en el aire:
Que donde esté mi rostro
No esté el puño rival.
Doy una lección de ventanas,
Hago fintas y huecos en el aire.
Yo me enfrento en los tinglados
A la más oscura pesadilla:
El otro y su sombra.
No le temo a la muerte.
Cuando venga,
Que sea en cámara lenta,
Como esos golpes
Que veo venir desde el pasado.
Mi religión es el riesgo:
Acudo a su liturgia
Cuando suena la campana,
Pero al paso de los golpes
Me amedrenta la vejez.
Por eso elevo una plegaria:
San Joe Louis, que la muerte
No me venza por puntos,
Que lo haga por K.O.




i. Artes del silencio
A veces he creído verlo
Entre las grandes hordas que se fugan
Por los paisajes móviles del hambre.
Él regresa de las artes del silencio.
Va junto al cortejo que huye de sus casas
Como de un paisaje
Enjaulado por los muertos.




Testamento de Pedro Páramo
Polvo de las desgracias
Y un jarro roto
Que gotea en otra edad,
Los murmullos de Comala
Que es la patria del viento,
Un cielo de cobalto
Asomado a un muro blanco
Despellejado por el sol,
El perchero de un cactus
Para colgar la piel del verano,
Una calle empedrada
Por donde bajan los relinchos
Antes de que bajen los caballos,
Señales de quien deja la huella
Antes de poner el paso,
Un puñado de nada
Es todo lo que hereda mi hijo,
Nieto y bisnieto de fantasmas.




El amor es ciego
Los enamorados, ciegos el uno del otro, se conducen por las calles del mundo, se apoyan en bastones de aire, no tienen ojos para mirar un paisaje distinto al de sus noches. Ciegos el uno del otro, leen su piel con las leves yemas de sus dedos, se miran con el deseo, son sus propios lazarillos. Los mapas que señalan su camino se han ido desgastando por las visitas permanentes de su tacto. Los enamorados, espejo de mano el uno del otro, guardan en sus dedos historias y secretos. Por eso, cuando usan guantes en invierno suelen perder la memoria. El sueño de atravesar el espejo no desvela a los amantes porque en su memoria táctil reconcilian el adentro y el afuera, como si habitaran otros aires, otros lugares. En medio de cataclismos y desastres se han visto parejas de enamorados que parecen no escuchar cómo caen las torres de las iglesias y ni siquiera las paredes de su propia morada. Cuando fui ciego, Casandra, recorrí el relieve de tus formas y tus pezones como cúpulas morenas me iniciaron en el Braille de tu cuerpo. No he encontrado una lectura más luminosa que tu piel.


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