No. 66 / Febrero 2014



La ausencia de un poeta


Por Lola Ferreira
 

La experiencia de trabajar con Nicanor Vélez durante muchos años es uno de los regalos inmerecidos que he recibido de la vida. Lo anterior, que es una verdad inamovible en mi corazón, no es óbice para que nuestras peleas a lo largo de los más de veinte años de estrecha relación pudieran ser legendarias. Nicanor aplicaba idéntico rigor y pasión, y también parecida obstinación, a cuanto hacia. Sin dichas cualidades no podría haberse forjado la espléndida arquitectura del catálogo de Poesía de Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg que él construyó en horas y horas de minuciosa aplicación a estacolección o a las memorables obras completas que tuvo a su cargo. De su valor escriben personas —muchas de ellas poetas— con más autoridad que yo. Lo que me corresponde apuntar, o al menos lo que intento apuntar, es lo que el poeta Nicanor Vélez aportaba a la vidade los otros, y que creo poder resumir en lo que sigue: verdad, pasión y un amor, profundo y lúcido, a la vida. Diríase, o al menos así lo he experimentado yo, que el vacío que deja la ausencia de un poeta tiene una distinta naturaleza del igualmente profundo que nos deja la desaparición de otros seres queridos. La relación con el poeta no solo mejora y enriquece nuestra búsqueda de la belleza, añade verdad a la propia experiencia de vivir: dota de consistencia a nuestra vida. Nada de ello es transmisible en doctrina, enemiga esencial de la poesía, pero es algo de lo que nos hace partícipes, y en lo que nos involucra con fuerza mayor a la de nuestra propia conciencia, el estar en el mundo del poeta.

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Por ello no es raro que ahora, próximos a cumplirse dos años de su muerte, todavía al cruzar ciertas esquinas de la calle O'Donnell haya días en que yo busque la presencia de Nicanor. Como todavía busco su mirada, luminosa y acogedora, y su risa franca. O mis ganas de coger el teléfono ahora mismo para hablarle y pedirle que me lea algunos versos.