No. 66 / Febrero 2014



Ajeno


Por Isabel Lerma
 

Desde que inauguraron el AVE Madrid-Barcelona, mis conversaciones con Nicanor solían empezar así: “Nic, ¿tren o avión?” Entonces él preguntaba: “¿A qué hora es la presentación?” “A las once” (casi siempre eran a las once). “Uy, no sé, porque en el tren voy mejor”. “Entonces AVE”. “Pero, claro, tendré que madrugar muchísimo”. “Entonces puente aéreo”. “Pero para el aeropuerto a esa hora, el tráfico es terrible...”. Así durante un rato, para decidir, casi como en una tirada de dados, unas veces avión, otras veces tren. Era el momento de la pregunta clave. “¿Iremos a comer donde Gustavo?” “Iremos y habrá entraña”. Le encantaba.

No consigo recordar si la última vez que Nicanor estuvo en Madrid, el pequeño restaurante que estaba al girar la esquina ya había cerrado o no. Sí sé con certeza que allí tuve la fortuna de asistir a las comidas o cenas más interesantes, más vivas, más entretenidas y más ilustrativas: las que tenían que ver con los poetas de Nicanor. Me embelesaba escuchar y escucharle.

No es que el mundo, como se suele decir, sea más feo sin aquellos a los que queremos, es que de repente nos es ajeno. Y no es esta una sensación que se repare con el tiempo (gran timo el tiempo) porque cada vez nos vemos, y de hecho estamos, más alejados de las coordenadas que somos capaces de reconocer. O dicho por Nicanor: “El dolor es una cosa rara./ Se mete dentro,/ y cuesta mucho --¡cuánto cuesta!--/ para que asome su cabeza”. Si no fuera porque no reconocemos el escenario, no creeríamos que Nicanor ya no está. Dicen que moriste, Nic.


Isabel Lerma