No. 66 / Febrero 2014



Nicanor Vélez


Por Juan Pablo Roa
 


Nicanor Vélez, nacido en Medellín en 1959, llegó a París, en 1981, a los muy tempranos 19 años de edad, y alli estudió en la Escuela de Altos Estudios en donde se graduó y se especializó en lingüística. Sin embargo, el amor se atravesó en su camino, y en uno de sus viajes a Barcelona conoció a su compañera sentimental, Encarnación Martín de la Sierra —la Gruchenka de sus poemas—, y dejó París. Una vez en Barcelona, se vio obligado a revalidar la casi totalidad de sus estudios parisinos. Muy pronto, en la universidad catalana de Bellaterra, donde convalidaba sus estudios, el eminente filólogo español José Manuel Blecua, le ofreció un trabajo como corrector y evaluador de control de calidad en la editorial Círculo de Lectores en 1989 y, prácticamente, desde entonces trabajó allí y se hizo un lugar propio en el mundo editorial. Años después, al crearse el sello Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, que pretendía ponerse a la altura de la colección de la Bibliothèque de la Pléiade de Gallimard en Francia, algo que, hasta ese momento no existía en el ámbito hispanoamericano, a Nicanor le surgió la idea de crear, además de la colección de obras completas que ya se estaba haciendo en Galaxia, una colección de poesía que fuera un punto de referencia para el orbe hispano. Fruto de su trabajo y magisterio, la colección de poesía publicó, bajo su dirección, más de cincuenta volúmenes dedicados a los grandes poetas de nuestro tiempo, tanto en lengua española como, en edición bilingüe, a poetas de otras lenguas, entre los que se cuentan Gonzalo Rojas, Giovanni Quessep, Elytis, Valente, Vallejo, Gamoneda, Huidobro, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, Huidobro, Machado, Rilke, Pessoa, Rimbaud, Blanca Varela, Novalis, Auden o Eugenio Montale entre otros. No quiero cerrar este párrafo sin esbozar al menos la otra cara de la moneda: las obras completas que son hoy referencia mundial, colección para la que Nicanor Vélez editó la obra entera de autores, también muy relacionados con la poesía, como Borges, García Lorca, Octavo Paz, Neruda, Cortázar, Valente Nerval, Rubén Darío y Jaime Gil de Biedma.

Dos líneas aparte merecerían tres temas que, por razón de la brevedad de estas páginas, apenas enumero sucintamente, a fin de ilustrar la relevancia de algunas de las publicaciones más sonadas que estuvieron directamente relacionadas con el Nicanor Vélez editor: las obras completas de Octavio Paz, la publicación de Giovanni Quessep, único colombiano publicado en la colección de poesía, y la aparición de Las ínsulas extrañas, la antología más importante en lengua española de los últimos cincuenta años del siglo XX.

Las obras completas de Paz marcaron un hito en la poesía y la literatura iberoamericanas, por la manera en que se fueron elaborando a medida que el escritor mexicano continuaba su producción, y porque al preparar el material definitivo, tal como se puede leer en la correspondencia entre este premio Nobel y Vélez, entre ambos fueron descubriendo la manera de reordenar, reescribir y componer nuevos títulos que completaran una idea, un perfil o una simple corrección que alentaba a Paz a llegar a fondo en algunos puntos de su propia creación.

A su vez, la aparición de la poesía reunida de Giovanni Quessep, Metamorfosis del jardín, con prólogo y notas del propio Nicanor, supuso un reconocimiento internacional a un poeta colombiano que en su tierra ha sido ignorado por la crítica nacional —por no decir menospreciado o subvalorado—, un llamado de atención a nuestro sistema literario. Por supuesto, invito al lector a leer el prólogo de este volumen, en cuyas páginas encontrará un trozo muy poco divulgado de nuestra historia, vista desde la provincia y desde la perspectiva de los recién llegados a Colombia. No olvidemos que nuestro Giovanni Quessep es descendiente de libaneses llegados a nuestro territorio huyendo del Imperio otomano, junto con sirios y demás inmigrantes de esa zona geográfica, que en Colombia terminaron siendo mal llamados «turcos» por nuestra ignorancia xenófoba de entonces (el abuelo paterno de Quessep fue uno de los cientos de libaneses que llegaron a Colombia con pasaporte turco huyendo de sus países durante la opresión otomana).

En último término, aludo a Las ínsulas extrañas. Antología poética en lengua española (1950-2000), porque se trató de una antología muy ambiciosa que despertó pasiones y pequeños escándalos, pues se tomaron decisiones tan trascendentales como excluir, al último momento de la selección, nombres como Alejandra Pizarnik o Álvaro Mutis, entre los más reclamados. Equivocados o no, la trascendencia de esta antología no sólo consistió en pretender superar el ejemplo histórico de la célebre antología Laurel (publicada en México por los mexicanos Paz y Villaurrutia, y los españoles Prados y Gil Albert en 1941), sino erigirse como un corpus intercontinental de las mejores voces en nuestra lengua, durante la segunda mitad del siglo XX. Y, lo mas importante, se trataba de un corpus que miraba hacia nuestra propia tradición desde las dos orillas del Atlántico, pues la selección la llevaron a cabo, durante años, los poetas José Ángel Valente (España), Eduardo Milán (Uruguay), Blanca Varela (Perú) y Andrés Sánchez Robayna (España).

Pero dejemos las virtudes del editor, pues, como puede apreciarse, su producción es enorme, y, como consecuencia, al abordar su figura el discurso tiende a hablar mucho menos de su poesía y de sus ensayos, en donde está todo lo que, a partir de su quehacer como editor, el poeta y el ensayista que fue, reelaboró y sintetizó como artista.

En cuanto a su obra ensayística, me limito a escribir, brevemente, que Vélez se ha ocupado hondamente en sus ensayos de la obra de José Asunción Silva, Pablo Neruda, Octavio Paz, Gonzalo Rojas, José Ángel Valente, Juan Ramón Jiménez, Eduardo Milán, Giovanni Quessep, así como de estudios generales sobre poesía, temas que próximamente se recopilarán en España bajo el título de Materia de palabras y silencios (en prensa). Más allá de estos temas, lo que puedo decir de sus ensayos es que su lectura es, ni más ni menos, un entrar de lleno en su poesía, en su meditación acerada y lírica en torno al poema y a la escritura de la poesía: el acto creativo como eslabón entre el cuerpo, el sentir y el pensamiento perseguidos con rigor, con el «ostinatorigore» de Leonardo Davinci.

Por lo que concierne al artista, puedo decir que la primera particularidad de su poesía consiste en que se trata de una visión inmanente del mundo, material y sensual, en la que el poema funciona como telón de fondo sobre el que se fragua una proyección efímera que es la vida, iluminada por el poema: en diferentes ocasiones se refirió al poema como una especie de relámpago que en su fulgor nos revela detalles de la vida que están siempre ahí, delante de nosotros, pero que no vemos ni podemos apreciar sino gracias a la iluminación que emana del poema y que nos revela el misterio y la gracias de la vida de cada día. Otra peculiaridad de su poesía es la constante presencia del amor erótico, de la sensualidad inmanente del cuerpo, un elemento que bien puede intuirse en los títulos de sus tres poemarios publicados en vida: La memoria del tacto, La luz que parpadea y La vida que respira. Como afirma Carlos Javier Morales, en una entrevista a Nicanor para Poesía digital, la poesía de nuestro poeta, «Dotada de una sencilla pero intensa sensualidad […] indaga en la dimensión trascendente del amor erótico y en el significado más profundo del cuerpo amado, sin perder por ello su inmediata y natural corporeidad. El amor se presenta —junto a la experiencia poética, el instante, el transcurrir, la muerte, etcétera— como un camino para exorcizar el tiempo y ver así la esencia de uno mismo más allá de las continuas mutaciones del existir diario».

Lo grave, lo difícil en Nicanor Vélez, es que no es posible separar al poeta del ensayista del editor: una manera, la suya, demasiado intrincada, tal vez, de hacer coincidir vida y poesía. Sirva como ejemplo, el inicio de una de sus cartas en las que nos deseaba, a sus remitentes, unas felices fiestas de fin de año, parodiando, en el último renglón, a su admirado Aurelio Arturo:

La vida es lo que tenemos. El resto es filosofía... Y lo que tenemos, realmente, es tan simple y evidente que la mayoría de las veces pasa desapercibido. Con certeza, sólo tenemos nuestro cuerpo, nuestras sensaciones, nuestros sentimientos, nuestros sueños y nuestras pesadillas; en definitiva, es todo aquello que es consustancial a nosotros mismos.

El resto es lo que poseemos o aspiramos poseer: juego de simulacros y apariencias.

Me quedo con lo que tengo. Y dentro de ello está todo lo que hemos compartido y lo que seguiremos compartiendo… a través de los «días que uno tras otro son la vida».