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Amiri Baraka

No. 66 / Febrero 2014



Amiri Baraka (1934-2014)
Por Pedro Serrano

Das Kapital
de Amiri Baraka fue uno de los primeros poemas que traduje del inglés. Eliot Weinberger lo incluyó en su antología de poesía norteamericana, que publicó El Equilibrista hace años y a mí me comisionaron su traducción. Baraka no era entonces un poeta que yo conociera, pero el descubrimiento de sus poemas ha sido muy importante para mí. Esos poemas proyectaban visos enrarecidos y añadían a su atractivo dificultades de no fácil solución. Traducirlo fue la una iniciación en un rito semejante al de la escritura de un poema pero más indescifrable aún, en su consumación: partir de la oscuridad e internarme aprendiendo en ella, no saber de principio y empezar a saber conforme el poema sé destejía en español y volvía a encontrar su forma, reconocer una escritura que era la vez desconocida y mía. Traduje entonces tres poemas suyos, uno sobre la estrella del Islam, otro sobre las mujeres negras y este, que era el más extenso y es el que más me interesó, una alegoría sobre la carátula y las catacumbas del poder, la cara de un presidente cayendo en sus manos, el misterio del Dinero y el aliento de Marx como propulsión. El poema está escrito en un ritmo versicular que viene del jazz estadounidense, de los hallazgos prosódicos de Langston Hughes y de la torva imaginería de T. S. Eliot, con sus ratas corriendo sobre vidrios rotos por sórdidas canaletas subterráneas, a milímetros de nuestros pies o detrás del muro.





Amiri Baraka
Traducción de Pedro Serrano


Das Kapital

Estrangulando mujeres en los baldíos de los suburbios sus cuerpos pudriéndose por ahí mientras se beben martinis los viajeros abonados buscando su ejemplar del New Yorker sienten un chiflón y más tarde podrán ponerse más borrachos

mientras ven en la tele el programa repetido sobre Ford. Habrá ríos de ellos bajándose, saliendo por ahí por donde las mataron. Dos de ellas estranguladas por el maniático.

Hay maniáticos ocultos por todos lados, ¿qué no los ves? Docenas y docenas, toneladas de maniáticos (aunque son una minoría). Pero nos aterrorizan de manera uniforme, por todos lados observamos las paredes de nuestras casas, los botes de basura repletos desperdigados por nuestras descuidadas ciudades, y podría darnos

pavor. Una rata se escurre junto a nosotros de pasada a un banquete, ¿no oyes los

brindis que se echan a través de las paredes, llenas de rumores de ratas? Fogonazos, el

hijo de alguna mujer tropezará para morir con un charco de sangre alrededor de la cabeza. Eso no lo hará el maniático. Estas casas viejas se desmoronan, los desempleados se caen, ruedan al lado nuestro, desesperados, con los dedos cenicientos, acosados. El aire es frío el invierno se acumula encima de nosotros y se consolida grado tras grado. Necesitamos una aspirina o algo y apretarnos mucho los sacos. El hombre calvo en la televisión va por un camino arbolado no es posible aguantar, ni entender, su desabrida ignorancia. La gente cambia de canal en busca de Good Times y se encuentra a un negro con un sombrero metido hasta las narices. Resplandores de maniáticas sombras antes de ir a la cama, antes de bajar la cortina puedes ver que las hojas están siendo desperdigadas calle abajo ya es demasiado oscuro para ver qué hay escrito en ellas, las fechas, y lo mucho que debemos. Las calles también pronto van a estar vacías, después de que los fieles regresen a sus casas de la iglesia, ya salvados de nuevo del Maniaco... excepto que un close-up al rostro del místico mayor, la cara rodando hasta sus manos, te provoca escalofríos por todo el cuerpo, y buscas rastros de la vida de los maniáticos. Incluso allí, entre los mitofrénicos.

¿Qué puedes hacer? Ya es hora al fin de irse a la cama. Las sombras se cierran alrededor y el cuarto está callado Casi todos sabemos que hay un maniático suelto. Nuestras vidas un amasijo de frustraciones y de insatisfechas capacidades. Las chicas muertas, el ruido de las ratas, las sombrías y relampagueantes luces, la voz muerta en la televisión, ¿había sangre y pelos bajo las uñas del predicador? Nos quedamos rumiando algunas otras pistas mientras nos vamos a dormir, los esqueletos de los billetes de dólar, restos del muerto y gastado trabajo, nos alejan de la escena del crimen, hasta que en una especie de ataque recordamos que cualquier lugar es la escena del crimen. Y mañana tener que enfrentar que eso gime a través de nosotros como el viento, tener que enfrentarlo, como una vieja canción en radio city, al trabajar por el dólarrr gringo, cuando éramos niños, y entonces pensábamos que no era el viento, sino el maniático rascando nuestras ventanas. Quién es el maniático, y por qué en todos los lados y al mismo tiempo...