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soloestedia.jpg Solo este día, antología poética
Rosario Castellanos
Selección y nota introductoria de Vicente Quirarte
Joaquín Mortiz
México, 2013

Por Alejandro Higashi
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No. 66 / Febrero 2014


 

Esta antología resulta extraordinaria, en su sentido etimológico de “poco frecuente”, por muchas razones: se fija en una parte sustancial de la obra de Rosario Castellanos que, lamentablemente, ha sido opacada durante muchos años por su propia obra narrativa, hasta hacernos olvidar que, antes de 1957, año en el que se publica Balún Canán, nuestra autora debía su fama por completo a la poesía. Se trata de una antología realizada por otro poeta y su mano se nota en la cuidadosa selección y ensamblaje de las partes, desde los textos elegidos y las herramientas de estudio que acompañan la edición, hasta el significativo título. Quizá se dificulte encontrar las semejanzas entre ambos a simple vista, porque si sus poéticas coinciden en su capacidad para transformar las experiencias personales en la materia memorable de la palabra poética, se distancian en todo lo demás; coinciden ambos, sin embargo, en sus trayectorias creativas: ha escrito Eduardo Casar de Vicente que “nuclearmente poeta, Quirarte se despliega sobre los más variados géneros de la literatura”, pues “el manejo de la dimensión poética del lenguaje está presente para abarcar con él al pensamiento reflexivo de sus ensayos, a la parte cóncava de los personajes de sus cuentos, a la minuciosa mirada que habla de sus crónicas de cosas simples”. De Rosario Castellanos, el mismo Quirarte ha escrito: “Xavier Villaurrutia señaló que cuando un escritor es poeta, toda su escritura está regida por esta exigencia” (11-12). Antología realizada por un poeta, Vicente Quirarte, pero por un poeta que tiene un pie bien puesto en la academia, según se advierte que su propuesta antológica también incluye el trazado cuidadoso de una cuadrícula de estudio en la que destaca la cronología de los poemas como el mejor escaparte para mostrar la maduración orgánica de una escritura. Se dice fácil, pero encontrar un hilo conductor en la obra de una poeta peleada con el conformismo del estancamiento es todo un reto: a lo largo de su vida, Rosario Castellanos optó por escribir poesía de muchas maneras; una de las más extremas, como señala el mismo Vicente Quirarte, la conduciría a su primera novela, Balún Canán, colmada por la intensidad de su imagen poética, pero bien dosificada en la trama de las hondas contradicciones sociales en la geografía de Comitán y sus alrededores. Se trata de una antología que no cree mucho en distinciones de género, de manera que la selección no se guía por un tópico particular de la poesía “femenina” (y la propia poesía de Castellanos parecía refractaria a ello), sino por un conocimiento profundo de los distintos ejes de su obra, desde el verso cincelado de ascendencia clásica, hasta lo que ella misma llama “palabras” “vulgares, groseras”, “las que sirven para decir lo que hay que decir” (28), pasando por una galería amplia y variada que reúne en el mismo poema las imágenes más conmovedoras y las frases más graciosas.

Solo este día tiene también la virtud de la oportunidad. Hoy en día, cuando las antologías de autores individuales tienden a desaparecer ante la avalancha de antologías que rescatan generaciones o agrupan poetas con credos estéticos semejantes, libros como éste (o colecciones modestas, pero bien afincadas en el panorama cultural como Material de lectura de la Universidad Nacional Autónoma de México) rescatan la antología centrada en un solo autor como una genuina herramienta de lectura. Desde Poesía en movimiento de 1966, hemos vivido un auge editorial de antologías centradas en programas estéticos o en generaciones poéticas, preocupadas por asegurarse un lugar en la historia literaria merced a las herramientas de una feroz especulación canónica; en este auge editorial, por desgracia, rara vez se le confiere importancia a la figura del lector. Lo mismo sucede con al terrible panteón de las Obras completas de un autor, otra forma prestigiosa y abultada de la especulación canónica en la que un solo volumen reúne los escritos de un mismo autor; aquí, el exceso amenaza siempre al lector poco avezado, pues a menudo, con unas obras completas en las manos (como botas de plomo), termina por sucumbir fácilmente al mar embravecido de las páginas y páginas se le presentan delante, de modo que tampoco resulta la herramienta idónea para iniciar una aventura lectora. Vicente Quirarte, con Solo este día, vuelve los ojos a una pedagogía poética y, con ello, restituye ese vínculo de comunicación didáctica con ese lector que necesita un mapa para adentrarse al universo poético de Rosario Castellanos, organizado cronológicamente para entender el vaivén de sus intereses personales y su evolución artística, pero sin abandonar una noción personal de gusto donde la selección misma indica cómo y hacia dónde mirar. La antología didáctica, infrecuente, sirve para dejar que el lector se familiarice con la poesía y, con este sencillo movimiento de presentación, inocular el virus del interés para volverlo un adicto que, incitado por este primer acercamiento, vuelva a los libros completos de la autora.

En cierto sentido, Solo este día es un libro de viajes más de los que tanto apasionan a Vicente Quirarte. Como en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos en Tierra Santa (2003), Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (2009) o Encuentro con Israel, mexicanos en la Cátedra Rosario Castellanos (2013), Quirarte investiga, selecciona con la pasión y las exigencias de un gusto exquisito, edita y luego presenta, un conjunto de textos de viaje que rápidamente se transforman en una invitación. Solo este día es una invitación al viaje que inicia con una “Nota introductoria” (9-19), apretada síntesis donde desde la biografía personal de Castellanos, plana en muchos sentidos por voluntad propia, resulta más fácil apreciar las cimas de su expresión poética y las simas vitales a las que también puede conducir. Con la gracia del cronista avezado, Quirarte elige amarrar los nudos narrativos de su biografía que pueden arrojar más luz sobre su obra poética. Inicia con el imprevisto desenlace de su vida en Tel Aviv en 1974 que dio paso a su consagración “de manera inmediata en patrimonio emotivo de México” (11), para volver rápidamente sobre sus años de formación y su retorno ya como una mujer madura a Chiapas. Revisa luego varias etapas poéticas: la del poema largo, construida a la sombra de otros grandes poemas mexicanos, nada menos que “Muerte sin fin” de Gorostiza o “Primero sueño” de Sor Juana; el desafío de una poesía escrita contra sí misma, cuya profunda ironía cristaliza en el título de su colección de 1972, Poesía no eres tú. Esta trayectoria vital le sirve a Quirarte para plantear diferentes problemas y soluciones estéticas en la poesía de Castellanos: la poesía como una herramienta cognitiva y no solo sentimental; no en balde, Solo este día inicia con una cita de Rosario Castellanos en la que señala que “escribir poesía ha sido, más que nada, explicarme a mí misma las cosas que no entiendo”. Una expresión poética que pasa naturalmente de la poesía a la novela sin perder en su narrativa la intensidad poética y en su poesía, muchas reminiscencias de la prosa. Las preocupaciones de una infancia pasada en el entorno repleto de contrastes sociales e injusticias de Comitán, en el que descubre al mismo tiempo el lado oscuro de la naturaleza humana (“Fraude era la palabra en nuestra boca”, escribirá en “Crónica final”) y la conciencia de que la vocación epistemológica del poema conduce fácilmente a la concepción, heredada de los Contemporáneos, de que “el poema es una apropiación del mundo, traducción de una conciencia colectiva”. Esta conciencia permite a Castellanos rechazar el reduccionismo narcisista del “yo” (“cuando decimos ‘yo’ / nos atamos al cuello una vocal redonda, / una cuerda de ahorcar; nos taladramos / la nariz con un aro como el que rige al buey; / nos ceñimos al grillete del prisionero”) y se concentra en una solidaridad poética con el otro, como en el “Diálogo con los oficios aldeanos”, donde la voz poética encuentra una serie de respuestas existenciales en el trabajo de las distintas artesanas que visita: a las lavanderas del Grijalva pedirá “un río hermoso” para lavar sus propios días; a las mujeres que seleccionan los granos de café del Soconusco, les pide sabiduría para escoger sus pasos “como vosotras, justas”; a las tejedoras de Zinacanta, pide le muestren su destino en las complejas tramas del telar. La ironía en Rosario Castellanos no es una ironía incómoda, porque no se ejerce contra el otro; como escribe Quirarte, “la ironía de Rosario Castellanos es más auténtica y se transforma en elemento central de su poética porque está dirigida, en primera instancia, contra sí misma” (16). La ironía –y, más aún, la autoironía– es un mecanismo poético muy sutil que requiere, para su disfrute, de una agudeza lectora extrema. De ahí que esta reflexión final resulte imprescindible para entender el texto de Rosario Castellanos que presenta Solo este día: “Si ‘poesía no eres tú’, entonces ¿qué?”, donde la misma autora empieza burlándose de las contradicciones del primer verso de sus “Apuntes para una declaración de fe”, “El mundo gime estéril, como un hongo”, pues “como en su momento me hicieron ver los comentaristas, el hongo es la antítesis de la esterilidad, ya que prolifera con una desvergonzada abundancia y casi con una falta completa de estímulos”. No había contradicción, pues lo que deseaba expresar es que “el mundo tenía una generación tan espontánea como la del hongo, que no había surgido de ningún proyecto divino, que no era el resultado de las leyes internas de la materia” (23).

La selección poética progresa con enorme fluidez y en una curva de dificultad que va de la expresión retórica de una poesía que convive con los poemas extensos de la generación previa, Contemporáneos, hasta una poesía más cercana en la que se prolifera la realidad inmediata como un estímulo para la reflexión estética. La primera parte nos acerca a la poesía más exquisita del México de finales de los años cuarenta, con poemas como “Apuntes para una declaración de fe” o “Trayectoria del polvo”, de extensión considerable y profundidad existencial más que espiritual, inspirados en los grandes poemas de Contemporáneos (fundamentalmente, “Muerte sin fin” de Gorostiza, pero creo que no pueden olvidarse los mejores Nocturnos de Villaurrutia), sin perder el sello propio que le confería el referirse a una realidad inmediata, con una perspectiva crítica e incisiva que recordaba en ocasiones lo mejor del Lorca de Poeta en Nueva York:

Los rascacielos ya los ha visto de lejos:
los colmenares rubios donde los hombres nacen,
trabajan, se enriquecen y se pudren
sin preguntarse nunca para qué todo esto,
sin indagar jamás cómo se viste el lirio
y sin arrepentirse de su contento estúpido.

Abandonemos ya tanto cansancio.
Dejemos que los muertos entierren a sus muertos
y busquemos la aurora
apasionadamente atentos a su signo
        (“Apuntes para una declaración de fe”, 36).


Conforme los poemas largos se reducen en extensión, con mágica proporción se reducirán las ambiciones temáticas de la autora; ahora, por encima de la metafísica de la existencia en “Muerte sin fin”, llamará la atención de Rosario Castellanos la “mujer que vende frutas en la plaza”, la ceiba, la marimba, la palmera, etc. y, solo de cuando en cuando, volverá al poema extenso y de calado existencial, como “El resplandor del ser”, “Lamentación de Dido” o el “Monólogo de la extranjera”. Conforme vengan más poemas y más libros, su poesía madura y se presenta investida de más y mejores estrategias para referirse a su presente inmediato, sin abandonar la expresión poética que cinceló con amor y artificio durante los años previos; así, se referirá sin resquemor a la “Telenovela”, donde el estilo superficial e irónico no puede distraernos de lo que en el fondo es una profunda reflexión social sobre los efectos de la “representación”, antes literaria y ahora televisiva y tele-evasiva del marketing:

El sitio que dejó vacante Homero,
el centro que ocupaba Scherezada
(o antes de la invención del lenguaje, el lugar
en que se congregaba la gente de la tribu
para escuchar al fuego)
ahora está ocupada por la Gran Caja Idiota.

Los hermanos olvidan sus rencillas
y fraternizan en el mismo sofá; señora y sierva
declaran abolidas diferencias de clase
y ahora son alga más que iguales: cómplices.

[...]

Porque una viuda cose hasta perder la vista
para costear el baile de su hija quinceañera
que se avergüenza de ella y de su sacrificio
y la hace figurar como a una criada.

[...]

Pero también porque la debutante
ahuyenta a todos con su mal aliento.
Porque la lavandera entona una aleluya
en loor del poderoso detergente.
Porque el amor está garantizado
por un desodorante
y una marca especial de cigarrillos
y hay que brindar por él con alguna bebida
que nos hace felices y distintos.

Y hay que comprar, comprar, comprar, comprar.
Porque compra es sinónimo de orgasmo,
porque compra es igual a beatitud,
porque el que compra se hace semejante a los dioses.

[...]

Cuando el programa se acaba
la reunión se disuelve.
Cada uno va a su cuarto
mascullando un –apenas– “buenas noches”.

Y duerme. Y tiene hermosos sueños prefabricados.
                (“Telenovela”, 258-261).



Para valorar la profundidad y vigencia de la propuesta, no está de más comparar el desarrollo del poema con las reflexiones de Heriberto Yépez en Contra la tele-visión (2008), que en su portada se subtitula como “El Filósofo vs. la Caja Idiota”, donde muestra capacidad ilimitada de la televisión para imponer paradigmas de pensamiento en planos muy distintos, desde una identidad nacional hasta la construcción del individuo. Rosario Castellanos avisa ya sobre la capacidad invasiva de la televisión en el núcleo familiar, sobre sus dotes para construir una noción de amor levantada sobre los bienes materiales y el poder adquisitivo, para otorgarnos una noción de individuo (lo “que nos hace felices y distintos”) y una sensación de poder autocrático (“el que compra se hace semejante a los dioses”).

En “Kinsey Report”, un conjunto de voces animan los resultados de las encuestas realizadas sobre las conductas sexuales de una clase media mexicana (de ahí la alusión del título al trabajo de Alfred C. Kinsey en los años 40 y 50), aunque dichas conductas no se presentan aisladamente, sino asociadas a diferentes papeles sociales femeninos (la casada, la soltera, la divorciada, la monja, la homosexual y la virgen). Todas ellas sinceras, todas ellas con algo de neurosis, todas ellas incompletas, todas ellas vistas con algo de humor, todas ellas insatisfechas en el plano de la sexualidad:

–¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir
que se levantó un acta en alguna oficina
y se volvió amarilla con el tiempo
y que hubo ceremonia en una iglesia
con padrinos y todo. Y el banquete
y la semana entera en Acapulco.

Con frecuencia, que puedo predecir,
mi marido hace uso de sus derechos o,
como él gusta llamarlo, paga el débito
conyugal. Y me da la espalda. Y ronca.
Yo me resisto siempre. Por decoro.
Pero, siempre también, cedo. Por obediencia
            (“Kinsey Report”, 264).


Entre ambos, en apariencia tan alejados, hay muchas semejanzas. Si los primeros poemas gravitan en un estilo de adjetivada densidad y hasta algo de fárrago, como “Apuntes para una declaración de fe”, lo cierto es que detrás de este maquillaje del poema largo y filosófico, cavilante y cansino a ratos, se escoden muchas de sus reflexiones sobre la vida inmediata, desde los temas más sórdidos, como el suicidio, hasta los más triviales, como el refresco de moda, sin solución de continuidad:

Porque si un día cansados de este morir a plazos
queremos suicidarnos abriéndonos las venas
como cualquier romano,
nos sorprende saber que no tenemos sangre
ni tinta enrojecida:
que nos circula un aire tan gratis como el agua.
Nos sorprende palpar un corazón en huelga
y unos sesos sin tapa saltarina
y un estómago inmune a los venenos.
El suicidio también pasó de moda
y no conviene dar un paso en falso
cuando mejor podemos deslizarnos.
¡Qué gracia de patines sobre el hielo!
¡Qué tobogán más fino! ¡Qué pista lubricada!
¡Qué maquinaria exacta y aceitada!

Así nos deslizamos pulcramente
en los tés de las cinco –no en punto– de la tarde,
en el cocktail o el pic-nic o en cualquiera
costumbre traducida del inglés.
Padecemos alergia por las rosas,
por los claros de luna, por los valses
y las declaraciones amorosas por carta.
A nadie se le ocurre morir tuberculoso
ni escalar los balcones ni suspirar en vano.
Ya no somos románticos.
Es la generación moderna y problemática
que toma coca-cola y que habla por teléfono
y que escribe poemas en el dorso de un cheque.
                       (“Apuntes para una declaración de fe”, 34).



La selección que se propone está hecha para despertar la curiosidad y dirigir, de nuevo, a los libros mismos. Sólo es punta de flecha para iniciar el trayecto personal, más allá de las recomendaciones de Solo este día. Una antología didáctica que restablece vasos comunicantes: los que van del lector al poeta, mediante una selección que encamina con lucidez y sensibilidad; pero también los que van del siglo pasado, el que le tocó vivir a Castellanos, con nuestro siglo XXI, donde podemos vernos todavía compartiendo tantas y tantas obsesiones.