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portada-desierto.jpg El desierto nunca se acaba
José Watanabe
Textofilia
Colección Lumía
México, 2013

 
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No. 66 / Febrero 2014


Acerca de la libertad

Esta mañana han comprado un pájaro
                                                    como se compra una fruta
                                                              un ramo de flores.

Dicen que Hokusai compraba pájaros para liberarlos.
También Leonardo
                       pero midiéndoles el impulso y el rumbo.

Posiblemente en la infancia he pintado pájaros
pero jamás les he hallado relación exacta con los aviones.

Estoy tentado a liberar este pájaro
                                                        a devolverle
            su derecho de morir sobre el viento.

Me van a pedir razones.

Sentiré la obligación de hablar acerca de la libertad
pero mi familia que es muy lógica
                                              dirá que afuera solo
                                                                      con el viento
                                                                      a ver qué hago.

(De Álbum de familia)

 

La mantis religiosa

Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol
hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm de
          mis ojos
Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del
         Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palo seco.
Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza
          cáscara.

Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido
a un macho
             vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
            y dispuesta.
Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
                                               a la muerte
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.
Las enciclopedias no conjeturan. Esta tampoco supone que última
         palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
           de agradecimiento.

(De El huso de la palabra)

 

Este olor, su otro

Mi hermana mayor pica perejil
                       con habilidad que se diría congénita,
y el olor viaja instantáneo a fundirse
                                 con su otro.
Su otro está en una lejana canasta de hierbas de sazón
que bajaba del techo, una canasta
                      ahora piedra fósil
suspendida
en el aire de nuestra cocina que se acabó.
El perejil anunciaba a mi padre, Don Harumi,
esperando su sopa frugal.
                                       Gracias de este país:
un japonés que no perdonaba
la ausencia en la mesa de ese secreto local de cocina!
Creo que usted adentraba ese secreto en otro más grande
para componer la belleza de su orden casero
                                 que ligaba
familia y usos y trucos de esta tierra.

Los hijos de su antiguo alrededor
            hoy somos comensales solos
y diezmados
y comemos la cena del Día de los Difuntos
                                               esparciendo
perejil en la sopa. Ya la yerba sólo es sazón, aroma
                                               sin poder,
nuestras casas, Don Harumi, están caídas.

(De Historia Natural)

 

La ranita

Duermes, mi complacida. Y veo
con qué perfección, equidistancia y malicia
se disponen en tu cuerpo tendido
tus yemas de gusto
                            concupiscente.

Ahora tus yemas están dormidas,
pero cuando están despiertas provocan muchas ocurrencias.
La que más provoca es tu ranita lúbrica
                                llamada clítoris.

(Entre las hojas de los trópicos
he visto ranitas coloradas, miniaturas
de carne húmeda
que se contraen o se adelgazan
                             y nadie las comprende
porque son temperamentales
                          como las muchachitas humanas).
Tu ranita no late contigo, tiene vida propia
pero no puede deleitarse sola.
La desmesura de su deseo
haría estallar su minúsculo cuerpo. Necesita
extender su gozo
en un cuerpo grande como el tuyo,
                               y así sobrevive,
                                                  convidándote placer.

Antes de tu sueño
viene siempre un ángel plumado y casto
que peina tu piel y censura
a nuestra ranita.
                       Es que nadie la comprende.
                       Sólo yo.

(De Cosas del cuerpo)

 

La adúltera

La frase, la limpia precisión de su lógica,
detuvo el tumulto.
                      
                     Ellos,
apretando quietamente la piedra empuñada,
obedecieron sin poder oponerse
                       la orden de la frase: mirarse
en las simas de sí mismos.

En el corro acallado
empezó a obrarse el milagro. Dicen
que Él realiza prodigios increíbles. Este,
                                 tan esencial,
quizás sea el menos proclamado: hizo
que aceptáramos nuestras vilezas
                                  con honestidad.

Por ese milagro
no fui lapidada. Como si hubieran pasado siglos
las piedras violentas cayeron de sus manos
                                       convertidas en suave arena.

(De Habitó entre nosotros)

 

En esa casa…

En esa casa, a puerta cerrada,
                        mataban chanchos.
Ver muertes y destripes
nos hubiera sido más benigno:
                                   ya habríamos olvidado.

Pero no: sentados en la vereda rota
             sólo oíamos gritos desesperados,
largos vagidos de agonía. Nuestra imaginación
                creó un animal casi humano.

Los ruidos de la muerte venían por el aire.
                       No respires, dijo alguien.
¿Fui yo el que habló? No lo sé, pero todos intuimos
que esa agonía
entraba en nosotros
           como un oscuro veneno
que algún día tenemos que devolver.

(De La piedra alada)

 

Orgasmo

¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?

(De Banderas detrás de la niebla)

 

 

 

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