Acerca de la libertad Esta mañana han comprado un pájaro como se compra una fruta un ramo de flores. Dicen que Hokusai compraba pájaros para liberarlos. También Leonardo pero midiéndoles el impulso y el rumbo. Posiblemente en la infancia he pintado pájaros pero jamás les he hallado relación exacta con los aviones. Estoy tentado a liberar este pájaro a devolverle su derecho de morir sobre el viento. Me van a pedir razones. Sentiré la obligación de hablar acerca de la libertad pero mi familia que es muy lógica dirá que afuera solo con el viento a ver qué hago.
(De Álbum de familia)
La mantis religiosa Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm de mis ojos Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del Chanchamayo y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas, confiando excesivamente en su imitación de ramita o palo seco. Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre, pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza cáscara. Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido a un macho vacío. La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así: el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando hembra y la hembra ya estaba aparecida a su lado, acaso demasiado presta y dispuesta. Duradero es el coito de las mantis. En el beso ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido, que va licuándole los órganos y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo, y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula a la muerte Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita. Las enciclopedias no conjeturan. Esta tampoco supone que última palabra queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta del macho. Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra de agradecimiento.
(De El huso de la palabra)
Este olor, su otro Mi hermana mayor pica perejil con habilidad que se diría congénita, y el olor viaja instantáneo a fundirse con su otro. Su otro está en una lejana canasta de hierbas de sazón que bajaba del techo, una canasta ahora piedra fósil suspendida en el aire de nuestra cocina que se acabó. El perejil anunciaba a mi padre, Don Harumi, esperando su sopa frugal. Gracias de este país: un japonés que no perdonaba la ausencia en la mesa de ese secreto local de cocina! Creo que usted adentraba ese secreto en otro más grande para componer la belleza de su orden casero que ligaba familia y usos y trucos de esta tierra. Los hijos de su antiguo alrededor hoy somos comensales solos y diezmados y comemos la cena del Día de los Difuntos esparciendo perejil en la sopa. Ya la yerba sólo es sazón, aroma sin poder, nuestras casas, Don Harumi, están caídas.
(De Historia Natural)
La ranita Duermes, mi complacida. Y veo con qué perfección, equidistancia y malicia se disponen en tu cuerpo tendido tus yemas de gusto concupiscente. Ahora tus yemas están dormidas, pero cuando están despiertas provocan muchas ocurrencias. La que más provoca es tu ranita lúbrica llamada clítoris. (Entre las hojas de los trópicos he visto ranitas coloradas, miniaturas de carne húmeda que se contraen o se adelgazan y nadie las comprende porque son temperamentales como las muchachitas humanas). Tu ranita no late contigo, tiene vida propia pero no puede deleitarse sola. La desmesura de su deseo haría estallar su minúsculo cuerpo. Necesita extender su gozo en un cuerpo grande como el tuyo, y así sobrevive, convidándote placer. Antes de tu sueño viene siempre un ángel plumado y casto que peina tu piel y censura a nuestra ranita. Es que nadie la comprende. Sólo yo.
(De Cosas del cuerpo)
La adúltera La frase, la limpia precisión de su lógica, detuvo el tumulto. Ellos, apretando quietamente la piedra empuñada, obedecieron sin poder oponerse la orden de la frase: mirarse en las simas de sí mismos. En el corro acallado empezó a obrarse el milagro. Dicen que Él realiza prodigios increíbles. Este, tan esencial, quizás sea el menos proclamado: hizo que aceptáramos nuestras vilezas con honestidad. Por ese milagro no fui lapidada. Como si hubieran pasado siglos las piedras violentas cayeron de sus manos convertidas en suave arena.
(De Habitó entre nosotros)
En esa casa… En esa casa, a puerta cerrada, mataban chanchos. Ver muertes y destripes nos hubiera sido más benigno: ya habríamos olvidado. Pero no: sentados en la vereda rota sólo oíamos gritos desesperados, largos vagidos de agonía. Nuestra imaginación creó un animal casi humano. Los ruidos de la muerte venían por el aire. No respires, dijo alguien. ¿Fui yo el que habló? No lo sé, pero todos intuimos que esa agonía entraba en nosotros como un oscuro veneno que algún día tenemos que devolver.
(De La piedra alada)
Orgasmo ¿Me dejará la muerte gritar como ahora?
(De Banderas detrás de la niebla)
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