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portada-desierto.jpg El desierto nunca se acaba
José Watanabe
Textofilia
Colección Lumía
México, 2013

Por Alfonso Domínguez
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No. 66 / Febrero 2014




José Watanabe (Trujillo, 1945 – Lima, 2007) fue un poeta y guionista peruano. Publicó en vida seis libros de poesía, además de algunas adaptaciones como la bien conocida Antígona de Sófocles para teatro y La ciudad y los perros de Vargas Llosa para el cine. Asimismo se imprimieron algunas antologías de su obra en diferentes países como Inglaterra, Colombia, España, Venezuela y ahora México. Por su ascendencia japonesa, su poesía se ha etiquetado como contemplativa, aunque él se refiere a su trabajo como una escritura fundamentalmente visual. Si bien estos adjetivos, contemplativa y visual, no se oponen tajantemente, sí se refieren a dos pensamientos distintos: el primero me parece que alude más a los apriorismos universales y abstractos, mientras que el segundo apelaría a lo empírico y lo prosaico.

Fue un amigo lector de la poesía confesional y de los beat quien me enseñó por primera vez la poesía del peruano José Watanabe. Lo recuerdo bien, fueron dos poemas que me dejaron de una pieza. El primero, Cuestión de fe, me atrapó con los últimos versos:

Ella, al primer sol, huyó asustada,
                  me negó
su joven cuerpo para el sacrificio
y yo no pude demostrarle 
                   mi fe neurótica a Dios.


Y el segundo poema, El guardián del hielo, me fascinó por su precisión y sabiduría: cada palabra me resultó inédita, inquebrantable, sin parangón. Con versos como “Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…”, “No se puede amar lo que tan rápido fuga” o “Ama rápido, me dijo el sol”, la fuerza abrasadora de la poesía de Watanabe se reveló ante mí. Entonces decidí buscar más su trabajo. Sorpresa fue la que me llevé al percatarme de que en México no había rastro de él. Ninguna editorial que publicara o distribuyera sus libros aquí. Salvo, por supuesto, sus poesías completas editadas por Pre-textos y que están en el inventario de una de las librerías más caras de la Ciudad de México, El péndulo. Por esta razón, tuve que contentarme con leer los pocos poemas que circulan en la red. En parte estaba agradecido, en parte molesto. Agradecido porque leí y releí los mismos poemas una y otra vez hasta el cansancio; es decir, hasta aprendérmelos, hasta aprehenderlos. Molesto porque no podía conocer más. 

Sin embargo, en el segundo semestre del año pasado, apareció El desierto nunca se acaba en la colección Lumía de Textofilia. Se trata de una selección de poemas hecha por Tania Favela, con una introducción escrita por ella misma, y una entrevista con José Watanabe publicada anteriormente en Ajos & Zafiros. Si bien la introducción acerca al lector al trabajo del poeta peruano, la entrevista al final del libro resulta más esclarecedora sobre la poética de éste. Además, claro está, de los propios poemas antologados allí mismo.

En la introducción, Favela deja a un lado los lugares comunes en los que se ha encasillado la poesía de Watanabe (el haiku, el espíritu del haiku, el eclecticismo entre Oriente y Occidente, etcétera). Ella destaca más bien el concepto de “paisaje interno”, aunado al de Laredo (ciudad natal del poeta); y quizás la aportación más importante de la introducción es aquélla que hace Favela al retomar la idea de una poética del refrenamiento, pues este concepto no es tan conocido entre los que empiezan a descubrir los poemas del escritor peruano. Así pues, para quien desee ahondar en este concepto simbiótico de lo japonés en el Perú, es recomendable la lectura de Elogio del refrenamiento (En Qué Hacer, 1999, en el marco del centenario de la inmigración japonesa al Perú).

Por otro lado, la entrevista redondea la concepción de la poesía de Watanabe a través de un testimonio directo. En estas últimas páginas del libro termina por depurarse su poética, además de ofrecernos un recorrido por su vida, su infancia, su familia, la anécdota de la publicación de varios de sus libros, así como su relación con los poetas de la generación de los 70 y con distintas revistas literarias.

Finalmente, encuentro los poemas antologados en este libro como una muestra pertinente de la obra de Watanabe. En orden cronológico se presentan diversos poemas de todos sus libros, por lo que se puede observar la evolución del poeta peruano. Por ejemplo, en sus poemas de Álbum de familia (1971) se percibe un aire distinto al del último de sus libros, Banderas detrás de la niebla (2007), donde se ocupa más de la reflexión sobre la poesía que sobre asuntos de otra índole.

A propósito de la selección de Favela, hay que decir que es bastante completa, pero al parecer no hay suficientes poemas antologados de dos libros en particular: Álbum de familia y Habitó entre nosotros (seis y cuatro, respectivamente). Este hecho resulta contrastante con el resto de la muestra, pues el número de los poemas de los demás libros sobrepasa los diez poemas por libro antologado. Quizás éste sea el único detalle que tenga el libro, pero si alguna otra casa de edición quisiera superar esta antología, tendría que hacer un mejor trabajo editorial. De esta manera, El desierto nunca se acaba se publica para llenar ese vacío que había en México con respecto a la obra de uno de los poetas latinoamericanos más sobresalientes de las últimas décadas. Incluso este concepto de antología podría servir de refresco en las ediciones mexicanas de poesía para competir en el mercado editorial internacional.


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