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portada cuando la nieve.jpg Cuando la nieve caiga en el Mediterráneo
Karla Olvera
Cecultah-Conaculta
México, 2013

Por Lorena Ventura
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No. 66 / Febrero 2014


Rumor

Un cometa entre los cerros
obsesiona de fucsia
los vientos.




La nieve de otoño


Los trenes que van al este
llevan plumas de nieve estampadas
en el lomo
como recuerdos milimétricos
y vestigios del viento enfurecido
contra los dientes de león.




Vadim


El perro aguarda junto al ventanal
y sólo es perro
perfectamente  negro, labrador,
y perro.




Pirueta


Da giro doble
el terrón en el aire
antes del té.




Algo sobre los barcos
De los barcos no me interesan los camarotes ni el timón ni el radio. Tampoco la vela
ni la bandera. Lo único que en verdad me importa de los barcos son los trazos que
dejan en el mar: apenas pistas de espuma sobre la ruta de un viaje, listas para
perderse entre las olas.




Bastia

Mirlos en fila
escoltan al colibrí
entre las antenas.




Alojar una hoja de papel

en el borde de los labios
y sopesar su condición
frente a las corrientes de aire,
preguntarse: ¿ésta vuela bien
o vuela al revés?
¿cae?
darse valor para soltarla
y  poder al fin soplar
—en silencio aunque a los
cuatro vientos, evocando a
todas las ciudades en los ojos
del cielo— y despegarse de ella
apenas un milímetro,
sentir que es ese espacio
entre la boca y las palabras,
ver que podría caer pero no cae,
que es red de lo posible
malla certera de contención.
Dejarla ir de una vez por todas,
soplarle el camino
hasta la mesa.

Tomarla entre las manos
y atravesarla con una pluma fuente
para ver cuánto dura su contención
y cómo se destruye lo que
todavía no ha sido escrito.
Probar su liviandad en el tiempo
su modularidad en el espacio,
su latín frente a su sánscrito
y saber si sobre ella se escribirá
la disertación que hablará de hacia dónde
deberán rezar los astronautas musulmanes
en el espacio exterior o el jaikú apócrifo
de la naranja oaxaqueña:

    sin cáscara ni copete
    la pelota de gajos
    nada en jugo y picante.

Escribirle  con nieve
una égloga esquimal
o un telegrama de sombra
con la silueta móvil de la lagartija.

Hacer todo para encarar su blancura
la espuma condensada
con la que viene,
atreverse a abandonarla y
rescatarla de la cesta
porque todas las hojas
merecen una segunda oportunidad
inclusive una tercera.

Escribir en el centro:
“Estamos como sitiados por el verano”
y comprender que no hay lugar
para una palabra más.

Doblarla en dos y luego hacia adentro
marcando los pliegues de los triángulos,
cerrarla, abrirla y luego volarla
tan lejos como se pueda
con la firme intención de que se incruste
en el corazón de varios círculos
concéntricos:
es la hoja el blanco
de todos los tiros. 

 

 

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