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portada-la medianera-baja.jpg La medianera
(Una novelita haiku)

Silvia Arazi
Interzona
Buenos Aires, 2013

Por Elba Serafini
 

No. 66 / Febrero 2014




¿Para qué se construyen las medianeras? Para buscar la manera de ser derribadas, en un sentido puramente metafórico, o, mejor dicho, burladas y por qué no para generar un desafío a quienes habitan a ambos lados de ellas.

Pero esta medianera es una novelita haiku como dice su título.

El poeta Matsuo Basho, considerado el padre del Haiku, lo definió de la siguiente manera: “Haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento”. En otras palabras, el Haiku es una forma poética breve que pretende describir una escena o una imagen  real o imaginaria. Entonces, el reto es ponerse del otro lado pero seguir estando en este, tal vez desdoblarse para decir lo que está sucediendo pero sabiendo perfectamente que nunca se está más allá, sólo es un como sí aferrado a la pared.

Pero es poesía y es una novela, una historia contada en tres series.

El primer poema de la serie, El muro,  da cuenta de la soledad de la protagonista, pero poniendo afuera lo que la ensola.

Desde acá: “Hay algo/que me deja afuera del afuera,/que me empuja a un costado,/que me ensola./ Vivo de perfil./Desde allí/miro con un solo ojo./( espío)

Hay una obstinación en la realización de las tareas domésticas, pero ¡momento! Diría la autora con una exclamación creando un suspenso en esta obra lírica, ¿qué vida estamos mirando?

Silvia Arazi vive en Buenos Aires, estudió Historia del Arte y canto lírico, es cantante, actriz, poeta y narradora. Escribió Qué temprano anochece (1998, Editorial Galerna) texto merecedor del premio Julio Cortázar de narrativa breve en España; publicó dos novelas: La música del adiós (2004, Editorial Galerna) y La maestra de canto (1999, Editorial Sudamericana) la cual fue traducida al alemán, holandés y llevada  al cine por Ariel Broitman. La medianera obtuvo el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes.

La escucha y la mirada la contactan con el afuera. Afuera del afuera, más allá del patio. Desde arriba de la pared se mira el mundo de los otros, llegan sus voces, sus movimientos que forman coreografías, su simple cotidianeidad, o la propia proyectada  “no es muy cómodo mirar desde acá arriba,/ pero vale la pena.”  ¿Vale la pena porque obtura lo propio y facilita su proyección?

Hasta que esa vecina que es observada entra a la casa. Se adueña, se apropia de la cama, está cansada. Entra con un pretexto para hablar de las vidas vacías, las sábanas blancas se van tiñendo de sueños: “Blanco, el color más temible./Blancos los huesos,/las vendas, las mortajas./ Blancos rosarios y blancas/esperanzas”

Y los olores de las flores que incitan y perturban, recuerdan los jardines de Marossa Di Giorgio “…Blancos los tules de novia y blancas/ ambulancias./ Blancos azahares,/ nardos,/los perversos jazmines.”

Y un guiño pop para musicalizar  la nada “…campos de frutillas para siempre…” da lugar a otras formas de intervención de las emociones.

Y el llanto surge a partir de la risa, la que aparece repentinamente con cualquier pretexto mientras todos los personajes “Adheridos a esa alegría inútil/ nos reímos:/ temblamos en el cuerpo,/ humedecemos,/ (es como si lloráramos)/ La risa se debe al sombrero de Luchi,/ o a la cara del ogro de las flores./ ¿O tal vez a otra cosa?”

En Umbrales, la segunda serie del libro, otra vez la extrañeza que se vuelve pregunta, hay un saber ahí que no se manifiesta y cualquiera o todos los objetos cotidianos sirven para distraer, para mentirse, queriendo ser otra. Entonces hay que buscar un lugar para reposar, un espacio para el necesitado olvido del cansancio “Claudine mira el techo/ en su horizontal gozosa/ como una faraona que murió de placer./ -¿Qué pasa Claudine?/ Ella no dice nada./ Solo gira la cabeza hacia la puerta/ con esos ojos tristes,/ mientras su pelo/ se abre sobre la almohada/ como los brazos de un pulpo azul”  mientras  “El sobre blanco late en su cartera/como si fuera una bomba. La bomba late/ como si fuera un corazón.”

Y entonces la búsqueda de la infancia, el refugio del pecho materno para apaciguar la soledad, el lugar en donde siempre se está a resguardo. La figura de la madre como una gran cama elástica donde se puede caer sin tomar demasiados recaudos porque es un sitio de contención para olvidar el presente, lo que está sucediendo.

¡Ah! Y si el amor salvara del aburrimiento y la desesperanza, pero el amor era…

La tercera serie comienza con una necesidad como de justificación ante el uso de una interlocutora: “¿Y de quién/ voy a hablar/ si estoy/ tan sola?” ¿Y la felicidad? Está en otra parte, en otras ventanas, otras terrazas, en otros mundos que no son los propios pero nos los imaginamos perfectos.

Como dijo la poeta Ana Lafferranderie en la presentación de este libro: “La medianera  conduce al lector a un detenimiento y  a cierto cambio o ruptura en la mirada. Lo hace sin solemnidad,  presta el humor como llave y cierta ironía. Los dejos teatrales, la irrupción del disparate, la concreción de un ritmo: elementos que por momentos dialogan con Lewis Carroll, con el mundo de Alicia y la poesía narrativa de la morsa y el carpintero.

Y las niñas viejas, Claudine y ella, sonríen a través del tiempo.




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