titraros.jpg

raros-66.jpgLos muchachos que sueñan: Alberto C. Culebro (1892-1979), el poeta tropical


Por Claudia Morales

Siempre que comienzo a escribir sobre un autor que me despierta un obsesivo interés, similar al enamoramiento, pienso que hay algo en él que habla de mí. ¿Por qué más pasaría horas fascinada con su vida? ¿Qué me impulsa ahora a creer que para ustedes es importante leer sobre Alberto C. Culebro? Quizá es mi obsesión por los escritores fuera de lo que se ha denominado canon literario, o quizá es causa de esa primera fascinación, que nació en mí cuando leí un poema suyo en una colección de poetas chiapanecos de los años 30. Primeramente, me interesó la métrica finamente utilizada por el autor, las imágenes potentes y todos los elementos que se supone hacen aceptable un poema. Pero hay algo que considero más significativo: el generoso punto de vista de un humano que se maravilla honestamente ante el mundo. 

No. 66 / Febrero 2014 


titraros.jpg
 
Los muchachos que sueñan: Alberto C. Culebro (1892-1979), el poeta tropical
Por Claudia Morales 
 

 

raros-66.jpgSiempre que comienzo a escribir sobre un autor que me despierta un obsesivo interés, similar al enamoramiento, pienso que hay algo en él que habla de mí. ¿Por qué más pasaría horas fascinada con su vida? ¿Qué me impulsa ahora a creer que para ustedes es importante leer sobre Alberto C. Culebro? Quizá es mi obsesión por los escritores fuera de lo que se ha denominado canon literario, o quizá es causa de esa primera fascinación, que nació en mí cuando leí un poema suyo en una colección de poetas chiapanecos de los años 30.* Primeramente, me interesó la métrica finamente utilizada por el autor, las imágenes potentes y todos los elementos que se supone hacen aceptable un poema. Pero hay algo que considero más significativo: el generoso punto de vista de un humano que se maravilla honestamente ante el mundo.

A todo esto, ¿quién es este maestro de provincia chiapaneca? ¿Qué es un poeta provinciano en el mundo literario, básicamente elitista? Su búsqueda me llevó al pueblo de mi abuela, Huixtla, a la casa de doña Rosita Avendaño, que recordaba al poeta Alberto Caralampio, y entre cerveza y cerveza me contó: “el profesor (Alberto) era un señor alto, alto; güero, güero; que caminaba por la calle encorvado bajo una sombrilla”.  
Doña Rosita, mientras apuraba el último trago de su cerveza, me invitó a buscar a sus descendientes vivos: a los hijos de su primera y a los hijastros de la segunda. Así, siguiendo su ímpetu, más que mis ánimos, subimos al coche una noche lluviosa de septiembre, en búsqueda de la historia de esa otra vida, que no vivimos.   

El profesor Alberto Culebro nació en Comitán de Domínguez, en 1892, y fue criado por piadosas tías que cultivaban cilantro; sin embargo, decidió salir de ahí y viajar. Llegó hasta Panamá. Luego, un día, decidió volver a Chiapas. Bajó en la estación de ferrocarril de Huixtla, fundada en 1902. No causó asombro a nadie en el andén. Muchos más bajaron en esa estación, famosa por su bullicio; se bajaron ahí sin un futuro certero y con un pasado de trabajo en aserraderos, fincas, barcos balleneros. Incluso, dice un rumor popular, que el famoso Ernesto “Che” Guevara bajó en esa estación en su camino a la ciudad de México, donde conocería a ese otro portentoso fantasma del exilio: Fidel Castro. Mucho tiempo faltaba para eso. Eso sí, se dice que tanto el Che como Alberto Culebro se hospedaron en el hotel Suárez, que era de propietarios españoles.

Alberto traía un poco de dinero ahorrado en sus viajes, tenía ganas de asentarse en algún lugar. Quizá eligió Huixtla por su amplio movimiento comercial, por estar lleno de extranjeros, quizá por sus paisajes potentes o por alguna otra razón. Pero se quedó. Abrió una imprenta y se dedicó a dar clases. Fundó la primera preparatoria en Huixtla, escuela que hoy lleva su nombre y en la que aún se educan generaciones.
Hoy el pueblo del cual también fue cronista, mengua en una frontera calurosa, transitada por migrantes hambrientos, comerciantes empobrecidos y  polleros.

Toda la ciudad se halla contenida en las crónicas del escritor, así como el escritor en la ciudad. Su imagen aún pulula en el recuerdo algunos viejos; lo ven caminando a la escuela que fundó y lleva su nombre, completamente solo. Su segunda esposa lo abandonó después de despelucarle el último centavo, dicen.

También dicen que vivió desde entonces en un cuarto rentado. Y confieso que iba a escribir el desdichado escritor vivió desde entonces en la soledad pero, ¿habrá sido realmente más desdichado y solo que el resto de nosotros? Quizá podamos decir de él lo que Alberto Culebro sobre “El tigre”:

Montaraz e implacable en su cubil de breñas
Vivió en el laberinto do el ande de rotura,
Su palacio de tronco ornaba la espesura
Y en ella se incubaban sus tendencias marceñas

Asimismo, considero que el escritor vivió en el retiro de los grandes circuitos literarios no porque los desdeñó, sino porque los creyó inalcanzables. Ajeno. Forastero a sus contemporáneos con su modernismo tardío. Inhóspito en su selva atravesada por la saeta del tren. Lo imagino como quizá le gustaría. El viajero exótico en Panamá. Doble exótico en Huixtla, rodeado de comerciantes de algodón y café. Solo y exótico. Un poeta tropical.
Pienso, mientras escribo, en el caserón vacío en el que por voluntad daba clases. Pienso también en los muchachos que sueñan en ser escritores, y en los escritores que sueñan con volver a ser los muchachos que un día quisieron escribir. Culebro abre en mí el recuerdo de ese primer interés juvenil por la literatura, así como la convicción de que la vida en la escritura es un compromiso con lo humano. En fin, a través de esto que escribo, que pensaba era una deuda con él, me gusta pensar que lo recuerdo, creer que de alguna forma ha sido parte de mi vida, y que a través de estas palabras, también alguien pueda acompañarse de la presencia del profesor Albero Caralampio Culebro, el “Tigre”.



El tigre

Montaraz e implacable en su cubil de breñas
Vivió en el laberinto do el ande de rotura,
Su palacio de tronco ornaba la espesura
Y en ella se incubaban sus tendencias marceñas

En su concupiscencia insaciable de sangre
Bostezaba impaciente en busca de la presa
Y acentuaba la garra con hastiada pereza
No daba tregua al crimen para saciar su hambre.

Y fue el tigre selvático triunfador de exterminio
Y por su luenga vida mantuvo su dominio
Hasta que fue agotando, por decano, su fuerza.

Y llegó un día muy triste y sintió la atrofia
Y pereció en las fauces de la brava jauría
De los lobos hambrientos, con su saña perversa.


 

* Héctor Eduardo Paniagua (coord.), Fiesta de pájaros, UNICACH, Chiapas, 2011.