No. 66 / Febrero 2014



Las huellas indelebles de un poeta


Por Álvaro Ruiz Abreu
 

 

especiales-65-velez6.jpgEn  1991 llegué a Barcelona en año sabático becado por el Ministerio de Educación y Ciencia asignado a la Universidad Autónoma de Barcelona y debajo del brazo llevaba los apuntes con los que debía impartir un curso sobre la vida y la obra de Octavio Paz. Cuando un egresado de esa misma universidad supo que un profesor mexicano hablaría sobre Paz, me buscó y en pocas semanas me encontró. Conocí entonces a Nicanor Vélez, lector de Paz y de Neruda, de Vallejo y de Gerardo Diego, devorador de libros, una pequeña enciclopedia de literatura pero con especialidad en la poesía. No impartí el curso sobre el autor de El laberinto de la soledad sino el que necesitaba la UAB: uno de literatura hispanoamericana del siglo XX. Nicanor había llegado en los años ochenta a Barcelona, entusiasmado por el doctorado en filología hispánica que ofrecía la UAB y porque había conocido a una alicantina radicada en esta ciudad. Ella sería para el poeta Vélez la musa que inspiraría sus noches de escritura, en las que aparecía la voz de la compañera, en diálogo con el otro, una mujer de carne y hueso, sí, pero que se vuelve eterna y poco terrenal cuando la imaginación del poeta la toma en sus manos. Y eso pasó con Gruchenka cuando pasó por el verso de Nic.

Los días y las noches fueron acelerando una amistad hecha de intercambios de largas conversaciones y frecuentes comidas, lecturas y libros afines; pero no voy a olvidar que en la Semana Santa de 1992 fuimos con Nic y su mujer, mi hijo de cuatro años y mi esposa a una propiedad que tenían en el Priorat, cerca de Tarragona. Fue un agasajo dormir en esa vieja casa de adobe y piedra, de muros gruesos, rústica; en la chimenea, ellos improvisaron una parrilla, en la que poníamos en la noche carnes para asar. De postre seguíamos bebiendo vino del Priorat, la zona donde nos encontrábamos, y Nic sacaba un libro y leía poemas. Qué devoción y qué alegría mostraba una vez que los versos caían sobre nuestras sombras apenas alumbradas por una luz amarilla. Entendí que la poesía era el eje en que descansaba su vida y toda su actividad como editor, investigador de autores latinoamericanos tanto narradores como poetas, amante de tiempo completo de una sola mujer, y antioqueño de acento dulce y pausado, con un timbre de voz propicio para entonar la melodía que supone lleva consigo la poesía. Nunca vi a nadie leer poemas durante y después de las jornadas de vino, comida y bromas, como él; siempre que nos juntábamos se acordaba de un autor y leía por lo menos una hora de poemas.

especiales-65-velez7.jpgVino a México y fue una fiesta recibirlo en nuestra casa de Coyoacán; venía con Gruchenka, radiante y feliz. Luego publicó algunos poemarios, que siempre me envió o me trajo en sus viajes a México. El último que guardo es Huellas, fechado en 2008, con imágenes de Vicente Rojo, un libro sin encuadernar, suelto y libre como fue la vida de Nic. Dedicado una vez más a Gruchenka, es una recopilación de poemas publicados junto a otros nuevos que incluyó en el tomo y algo más: es un viaje a las raíces del poeta, que se desdobla en el poema “Nacimiento”. Nacer es pegarse a la piel, de la madre o de la amada, de la naturaleza y del cuerpo, del amor y de lo erótico, que se enlaza con el poema que cierra el libro, “Puente”, escrito en prosa. El poeta regresa ahora a su punto de partida, el nacimiento y la reproducción que desemboca en la muerte; por eso dice que morimos y nacemos y en ese trecho de la existencia hay un puente que es la vida. Su poesía es la historia de una esperanza por encontrar la mujer ideal, la ciudad ideal, las calles y los bares, las plazas y las torres de espacios con los cuales emocionarse. Las huellas que nos ha dejado este poeta humilde y total son las del deseo, las noches que vio y gozó, reflejos de otros días. Y la voz que le da unidad y armonía a sus versos, la que mira hacia el fondo de las cosas hasta vislumbrar el pozo oscuro, tal vez una influencia romántica sobre Nicanor, la tumba y la muerte.