VUELO
El bosque umbroso suda la gota espesa de su siesta. Allá donde se cierra y abre la espesura donde la raja mojada de la roca palpita jadea gime allí la orquídea espera alerta y vertical su aroma desplegado en la fiesta del color su estambre aguarda la furtiva o eterna visita de la abeja o de la mariposa. Una y otra se miran se rozan se succionan. A veces viven. Otras, sucumben en la danza. Y es uno solo el vuelo de la orquídea con el pétalo fragante de la abeja bichito de la luz mosca o luciérnaga ángel de la penumbra oblicuo ángel hada siniestra bruja de la púrpura blasfemia carmesí morado sacrilegio. Santo santo santo del suelo y de la altura.
SECA
Cruje el pastizal. Desde su grieta la tierra reclama el aguacero. Un resuello reseco raja el aire. Brama el horizonte tapiado por la sed. Un bufido desnuca humeante el yerbazal. Crepita el sembradío.
Los dioses se amontonan más allá de los ruegos. (Alguien escriba diga cante)
Sobre toda garganta en seca el agua se derrame navegue el río del sueño la cuenca arenosa del insomnio y humedezca la esponja del silencio.
Correntada de signos y sonidos desemboque en el delta final de las preguntas. Un solo cauce para dos vertientes:
la de la ola que tal vez responda la de la roca que seguro calle.
Amanezca rumor de acequia en la hendidura.
EL BOSQUE DE LAS COSAS
Nunca están todas las cosas en su sitio. Ni antes ni después de la tormenta. Siempre hay un desborde una arruga un pliegue fuera de lugar. Una vez sola – a veces – se juntan la aguja del reloj que da la hora con el eje del minutero y del segundo. Pero una sola vez. Y no se advierte. Porque aquel aire que fue primero brisa luego ventisca o ráfaga de tornado no vuelve más al aire. Y el ventarrón arranca la careta feliz de la sonrisa y muestra la mueca del dolor y el disimulo la raja de la angustia electrizada la que se esconde la que no se nombra la que se calla la que no se escribe - pudor vergüenza miedo rebeldía – la que aparece cuando el verso llega sin llamarlo y pretende oficiar de bálsamo o consuelo en tanto el escudero que lo blande no lo quiere ni blando ni manso ni sereno porque en combate singular será feroz torrentoso en combatida antemural filoso como punta de flecha como lanza venablo daga sable puñal tijera espada que destripe el torpe remiendo de la máscara para mostrar al descubierto al descampado a cara limpia sin afeites ni adorno la desdentada faz de la intemperie.
Porque nunca vuelven las cosas a su sitio. Alguna vez – alguna – forman un círculo el círculo del bosque. Y desafiando la ley de gravedad un chorro de agua se eleva se sostiene y canta. Es una fuente un surtidor oculto una vertiente un río. O acaso nada más un caño roto. Aquí la nombro fuente pues necesito soñar el manantial.
El vuelo de la torcaz borda la siesta.
Con hilo delicado al tejido del bosque va hilvanando el tiempo y el espacio de las cosas.
Velan su reposo los cirios encendidos - sin principio ni fin - en el regazo sosegado de su Gracia.
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