No. 40 / Junio 2011 |
La paz aleja de la almendra
Acotamiento
Si yo no creo en mí. Si yo no creo para nada en mí. Si yo no creo ni en las tres cuartas partes de mis letras, mi nombre, el pedregoso y apedreado nombre, si yo no creo en mí, me digo. Si al decir "aquí estoy" me quiebro como luciérnaga de polvo, me escurro como pan ensopado. Si yo no creo en mí. Si ante la duda asumo por fiel de la balanza el gordo dedo de la derrota, si arrinconado, a capa y espada, vuelvo la desmesura un susurro estentóreo y la mirada una lustrosa esfera fría, si a guturales bajo los escalones, abro las puertas, miro los terregales que son bosques, si a la opulenta suavidad de tu cuerpo doy sólo el carraspeo de los huesos, la carne inhóspita y así construyo un articulado edificio de odio; si a tus palabras les pongo piedras y a tus pasos hogueras, si hago de todo un emasculado manoseo, si apenas tiento ya enciendo los faroles del frío, si a tus acciones vuelco la milimetría del fatuo, si erizo de instrucciones para no navegar el largo mar del alma, si aminorado multiplico el desasosiego y el turbio andar, si todas estas cosas han hecho de mí y de ti una calcinada impiedad, si a mí me debes el aparejamiento y la decena trágica, las gotas de mercurio y la ruindad. Ante todo esto no puedo menos que decirlo y hacerlo y dar en el sonoro pozo de mis propias paredes y levantar el hacia y el hasta dónde y levantar el cuerpo y el otro pie y levantar las manos y levantarme yo en mis propias andas y decirlo. Para que veas, para que vea. |
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