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portada-nueces.jpg Nueces
Pedro Serrano
Trilce Ediciones/
Conaculta
México, 2009 

 
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No. 40 / Junio 2011

 

La paz aleja de la almendra

La tibia niña cumple cinco años
y mira al mundo desde su azoro.
¿Habrá de hacer de sí ese decoro?
¿Lo romperá?

No encontrará salida a su suerte,
se sentirá perdida, impotente,
y así felina, rígida, atenta,
seducirá.

Sus dientes brillan, o su sonrisa,
o ese destello que es toda ella,
que estalla en ella y así suaviza
su corazón.

Y alguna vez en una caricia
o en una ociosa sed imprecisa
sabrá que el alma cobra su calma
en la pasión.

Y yo que miro desde este cuarto,
que tiemblo y tengo también cien años  
acaso llego a sentir los daños
de su razón.

¿Quisiera ser el ser de esa historia?
¿Tendrá sentido tanta memoria?
¿Es que yo sueño el sueño de ella,
o ella soy yo?

Todo el anhelo del hielo aguarda
que el miedo tenga sentido y arda
la calma, el vértigo, el goce, el agua:
la Enunciación. 

La vida siega como una ráfaga.


Una mujer

Que te alces brutal y redonda,
que resuenen las nueces.
Que levantes la lengua y que hables,
recuperes tu voz y tus manos.
Que recibas el sol en los pechos,
se muestren, se ufanen.
Que desde las puntas de los pezones se planten tus pies.
Que tu boca se abra y reviente.
Que en el mar de tus ojos se rompan la piedra
y el aire,
la luz tenue y la espuma furiosa,
el vendaval y el agua.
Que tu sexo se moje en tu cuerpo, que su musgo se hinche.
Y que digas en toda tu talla aquí estoy.

Acotamiento

Si yo no creo en mí.
Si yo no creo para nada en mí.
Si yo no creo ni en las tres cuartas partes de mis letras,
mi nombre,
el pedregoso y apedreado nombre,
si yo no creo en mí, me digo.
Si al decir "aquí estoy"
me quiebro como luciérnaga de polvo,
me escurro como pan ensopado.
Si yo no creo en mí.
Si ante la duda asumo
por fiel de la balanza
el gordo dedo de la derrota,
si arrinconado, a capa y espada,
vuelvo la desmesura un susurro estentóreo
y la mirada una lustrosa esfera fría,
si a guturales bajo los escalones, abro las puertas,
miro los terregales que son bosques,
si a la opulenta
suavidad de tu cuerpo
doy sólo el carraspeo de los huesos, la carne inhóspita
y así construyo un articulado edificio de odio;
si a tus palabras les pongo piedras y a tus pasos hogueras,
si hago de todo un emasculado manoseo,
si apenas tiento ya enciendo los faroles del frío,
si a tus acciones vuelco la milimetría del fatuo,
si erizo de instrucciones para no navegar el largo mar del alma,
si aminorado multiplico el desasosiego y el turbio andar,
si todas estas cosas han hecho de mí y de ti una calcinada impiedad,
si a mí me debes el aparejamiento y la decena trágica,
las gotas de mercurio y la ruindad.
Ante todo esto no puedo menos que decirlo y hacerlo
y dar en el sonoro pozo de mis propias paredes
y levantar el hacia y el hasta dónde
y levantar el cuerpo y el otro pie
y levantar las manos
y levantarme yo en mis propias andas
y decirlo.
Para que veas,
para que vea.                                                      

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