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portada-nueces.jpg Nueces
Pedro Serrano
Trilce Ediciones/
Conaculta
México, 2009. 

 Por Eduardo Casar
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No. 40 / Junio 2011

 
 
 
 
 

A mí me da mucho gusto la época que me ha tocado presenciar, y a veces presentar, como ahora, de la poesía mexicana. Trato de estar al día sobre su movimiento, y agradezco que no se me haya ocurrido hacerlo en el terreno de la narrativa, que ese sí se extiende como la sombra en Momo.

En el de la poesía solamente hay que estar más o menos atento, explorar las ediciones de Tierra Adentro, el Periódico de poesía y otras revistas; revisar la cartelera de la Casa del Poeta, y uno queda más o menos informado. Además, como la poesía no se vende, no hay súbitas explosiones demográficas ni salieron 10 libros de poemas que “humanizaran” héroes nacionales en el Bicentenario.

Pedro Serrano es uno de los muchos profesores de la Facultad de Filosofía y Letras que ejercen, con intensidad y altura, la creación literaria. Con él se demuestra una vez más que la creatividad no está reñida con la academia.

Ya había yo leído El miedo (de 1986), Ignorancia (del 94) y la extraordinaria antología que el autor realizó junto con Carlos López Beltrán: La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas; pero cuando leí Nueces me di cuenta de que estaba ante un libro de gran calidad poética y de gran importancia para nuestras letras.

Serrano apuesta por un concepto del poema como una unidad de sentido, y como una pieza memorable. Trata de hacer un poema que se recuerde no por el adjetivo con el que calificamos la sensación que nos dejó cuando lo leímos como cuando decimos me sentí movido, oleajeado, bañado y salí como mojado, pero no recuerdo ni en qué agua, ni con qué paisaje, ni con quién. Ese tipo de poemas que uno sabe que terminaron porque ahí acaban, pero que pudieron terminarse antes o mucho después. Ese tipo de poemas que pudieron no haber sucedido: aquellos de los que uno regresa igual que como entró. A veces por confusos o por tener los bordes deshilachados; a veces por pecar de pura transparencia, como una alucinación de éter.

No, los de Nueces se quedan, y se irán sedimentando. Un recurso para su permanencia pero también para su impacto es el uso que Serrano hace de la consonancia, que no ocurre necesariamente al final del verso, como rima, sino en el interior de un ritmo, fijándolo, jugándolo, atando y desatando. Como en el magnífico poema La paz aleja de la almendra:

Sus dientes brillan, o su sonrisa,
o ese destello que es toda ella,
que estalla en ella y así suaviza
su corazón

Oigan: hay un uso muy consciente del verso rítmico, muy a la manera modernista, con lo mejor de Díaz Mirón. Vean si no, estos cuatro pasos pesados, contundentes, de El elefante de Arquímedes:

Sacude las costras terrosas y gruesas,
las ancas enormes, la falda de holanes,
levanta las patas temibles y mueve
una cola muelle.
Arroja su trompa toda una conjura,
retumba en el cielo la furia de cirros
y con un berrido desproporcionado
se lanza al pantano.
Allí, revolcando las aguas grumosas,
como si del cielo cayera ese trueno,
en la turbia mezcla de lodo y de grasas
sumerge su rabia.
La ciénega se abre y acoge su peso,
las ondas rodean su mole furiosa
y la densa masa que el agua despliega
aquieta a la bestia.

Aquí hay humor, y se agradece. Como lo hay en la simpatía con que el poeta mira, primero a sus zapatos, en La herencia del doctor, luego a sus pies, en el poema inusitadamente titulado Los pies, que termina con el verso: “Tan desconsiderados que los tenemos”. Muchos de los poemas de Pedro son así: van a las cosas simples, se asombran o se iluminan por las elementales, pero ellos no son simples, son producto de una muy orfebre artesanía.

La poética de Pedro Serrano quiere que los poemas se recuerden, que no se vayan o que se vayan solamente adentro de nosotros pero que haya en ellos, en su estructura, los elementos para que salgan a flote: precisamente, una unidad de sentido y de sonido: el más afinado recurso mnemotécnico: la unión de música e imagen. Y de una imagen interpretable, cálidamente calculada para que los lectores podamos “bajarla” del enunciado a nuestra imaginación. Lean o pidan que les lean el poema Una mujer.

Los poemas de Nueces, sin embargo, no son suaves y ‘apeloterciados’: son poemas escarpados donde abunda, como dice el bolero “una verdad amarga”:

Así el amor a veces hace estragos de nada,
larva una superficie entumecida,
una pastosidad latente hecha de golpes bajos
a uno mismo en la carátula del otro
(…versos del poema Prurito).

O ese tremendo que se llama Acotamiento y que comienza:

Si yo no creo ni en las tres cuartas partes de mis letras,
mi nombre,
mi pedregoso y apedreado nombre…

Coherentemente con su concepto del poema, Nueces no es un libro hecho con la continuidad de una novela sino como un libro de cuentos. Así que pueden comenzarlo por donde se les dé la gana. Hay sin embargo una calculada sensación de lectura de la totalidad, ya que al libro lo culmina un poema largo, reflexivo y divagado, Un sol apenas, que debería ser estudiado y comentado en una clase de literatura mexicana 8, en la Facultad. O mejor: en una reunión nocturna con al menos dos whiskeys entre pecho y espalda. Esta es una sugerencia académica.

 



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