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No. 40 / Junio 2011

 
Jack Farfán Cedrón
(Piura, Perú, 1973)




Las Consecuencias del Infierno


Yo me asomé al infierno del amor y sufrí las consecuencias de la locura.

Sé más astuto que el demonio; muchas veces lleva el disfraz de cordero y la lúcida razón del descerebrado.

Sé más manso que tu propia fidelidad hacia una ramera.

Asómate al infierno pero no te alimentes de él.

Recuerda que la duda de todo es lo que infunde el temor en todo.

Nunca naciste para ganar ni para perder más lágrimas que la lluvia puede dejar caer de un cielo de perdedores.

Nunca desistas del amor, sólo continúa con el sentimiento tuyo que nada tiene que ver con la unión carnal ni con el sufrimiento.

Desiste del tormento que el amor acarrea cuando es mal visto o alucinado.

Desiste de las mandrágoras que el amor luce como bellas apariciones bajo luces de neón abyectas en noches de alcohol y entrepiernas frías, babeantes.

Desiste de todo cuanto afecta al cerebro o a las constelaciones quietas en su infinito de formas o apariciones.

Constelación. Entrepierna. La duda.

La crema de tus fluidos inunda la noche de mi Este y de mi frío Norte clavado en tu centro.

El frío hambre de tu cuerpo me hiela las noches sin nadie.

Tierra segura de un viaje alrededor de todo lo repetido en campos derruidos por el tiempo.

El mal no tiene límites, pero lo bueno del mal es que nunca es tarde para acercarse a él, para enorgullecerse de él.

Elegir la senda verdadera es el legado con que uno nace como instinto de la buena estrella.

Las estrellas mejores para los perdedores del mundo, las más opacas para los que ganan una gloria sin comparación consigo mismos.

Nadie encuentra la fama, pero a la larga todo lo que nace es inmortal.
Pero a la larga todo lo que perdura nunca muere.

Reconciliación de lo inamovible y la carne votiva, latiendo.

Todo se dirige al astral Apocalipsis de la gran colisión cuyo final está previsto en los días sucesivos a la razón.

Venir del hecho a la razón de una quietud leve en un recinto apagando su lucidez a un pasado inmediato.

La verdadera luz es la vislumbrada adentro de nosotros mismos.

Me alejo del mal, me acerco a la música emergente en mi interior.

La calma perdurando en el siempre.
En el hoy del mañana de la plenitud.


 



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