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No. 40 / Junio 2011

 
Silvia Colmenero
(Ciudad de México, 1984)



Nada


Nada en el depósito de mi albedrío
nada un pez un todo estanque
ya sin moverse no hay anillos que sus líneas
crucen las paredes de mi hueco en resonancia,
sólo hay eco y hoy las ondas
no se tocan entre sí una sola curva.

¿Dónde hay agua?
siento árida una esquina de mis ojos,

¿dónde hay sed con que humectarse la garganta?

Nada ya desde mi vientre
nada un vaho un fútil soplo
ya sin olor para crecer parir obrar
los verbos fáciles como las putas
que lo mismo dan sin recelos
sin hacer cimbrar estallidos ni tumbas
sin acción encumbrada en su seno
un tanto descuadrados sin palanca ni arista
dispuesta a destruirse.

Estáticas las aguas hay en mi marea
nada en las neuronas dispersas
nada un entusiasmo una violencia
ya sin augurio no hay redes que dispongan
coordenadas anunciantes de una nueva profecía
sólo es mundo un inconexo páramo en que el otro es una tinta
llena de palabras armas donde no hay un timbre que se inicie en las olas.




Témpano soy


Ego una grata persona
la onírica estatua como un iceberg que danza
vestido con faldas marinas enaguas,
las turbias esconden los hielos ignotos
las vagas creaciones de una erótica caricia
que ego me descubro en las astillas que me invento
en el azul de mi futuro.

Ego un artificio de témpano conmensurable
ego en un helado vértice
que lamen las corrientes inspiradas por el ejercicio de pensar,
la leve sospecha de que algo se esconde
la ïò ïò yo el correlato
de mi azul expuesto al viento
las sales que se arraigan negras,
la forma no pulida que sostiene mi narciso,
ego ahí en la superficie
admiro ahí donde los rayos enceguecen
la mirada en el océano
yo una estatua ahí una intriga
un deseo fervor que me derrite
el atavío en mi cadera
que flotante muy balanza
va asomando un hueco roca,
un lado obscuro, ego non grata
y sin embargo me relame un ansia
de verme aquello que bajo un fondo de cristales
pronto habrá de ser la efigie supraterrena
la mole a pulir con el cincel que, simultáneamente
soplará las aguas
que me harán girar de nuevo ego más grata
como una fina astilla:
un simple hielo pronto a disolverse en el agua.




Alteridad


Yegua me llevo ante una mazorca
pendiente en mis ojos como un acertijo
una bola de estambre que asciende de mi coxis,
y acaricia mi mollera
dibujando su origen amorfo frente a mis narices.

La huelo, la vislumbro,
guiño tras guiñó en la convicción
de que hay una causa para su imagen.

La sigo, la pretendo,
paso tras paso me inflijo el deseo de andar
y seguir respirando
anhelando los costados del cariótide:
y danzando maniquea en un péndulo indeciso
someto mis deseos a la esquizofrenia.

Pero hay siempre un algo atrás que me enajena invisible:
y así como verse a los ojos es una imposible práctica
descansan los míos en la resignación
de nunca ver reverso ni la mía ni el enfrente
de todo el inventario que me cuelgo y otros ven sin mi mirada
ahí frente a mis cejas, como un espejo ciego.




Supervivencia


Hay instintos de supervivencia todavía
que pueden liberar a un hombre
hacerlo amigo de su propio espíritu y los otros
amar sin venda el lugar donde ha nacido.

Hay humanos que combaten ciegos,
la víspera calma de la cruel derrota.
Que se enfrentan solos sin saberlo
a la inhóspita cueva del autómata urbano,
a las sequías en los valles al derrumbe de los hielos.

Hay humanos sin mano ajena en la cual confiar para tomarla,
cuando sea inminente sostenerse a un cabo firme
hacerse uno al menos con la fe puesta en la mano,
cuando no haya imagen en la rebelión profana
siquiera oro para sopesar unas monedas
cuando caiga el espejismo por su propio peso.

Y así, enceguecidos por la imagen de nuestra muerte
cuando apenas baste el mundo para respirar y dar un paso
ya sin lengua con la cual sosegarnos
todo hombre vivirá su propia hambruna,
ciclo del ciclo de haberse hecho humano y revertirlo.


 



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