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No. 40 / Junio 2011

 
Pablo Anadón
(Villa Dolores, Córdoba, Argentina, 1963)


Traduciendo a Robert Frost

“One luminary clock against the sky
Proclaimed the time was neither wrong nor right”
R. F
.

Es más de medianoche
Y en mi sillón de siempre
A la luz de la lámpara, traduzco
O intento traducir a Robert Frost.

Toda la casa está en silencio;
duermen los hijos, duerme la mujer.
Paladeo el tabaco de la pipa
Y las palabras de sabor antiguo

Y nuevo: I have been one
Acquainted with the night.
Tintinean los hielos en el vaso
De oro líquido. El oro de las horas

Tintinea en el alma, con un eco
De eternidad. No encuentro las palabras,
Pero así desearía que me hallara la muerte:

con mi libreta y con mi lapicera
Jugando al juego de la poesía
─Que, como bien sabemos,
es un juego bien serio─:

Viejo de cuerpo pero en alma un niño
Que convierte el dolor que lo desvela
En historias soñadas que se cuenta en silencio.

La desdicha del hombre, y este amor que agoniza,
se aquietan en el cuadro azul de la ventana:
un reloj luminoso contra el cielo
Proclamaba que el tiempo no era malo ni bueno.




El ruido de la segadora
 

De pronto el ruido de la segadora
Se ha acallado, y entonces percibimos
Que nos ensordecía. Y entreoímos
En la mente el latido de esta hora
Silenciosa del campo… Hay una hora
Así en la vida, cuando lo que fuimos
Por años, se detiene, y descubrimos
Que esa voz que se apaga y se demora
Es la nuestra. Sentado en el sillón
De mimbre viejo en el umbral de casa
He traído de nuevo al corazón
Tanta cosa querida, y en la escasa
Luz del día he rezado una oración
Por vos, por mí, por lo que fue y ya pasa.




Regreso a oscuras


Por la noche, regresa
Tambaleando a su cama.
A oscuras va tanteando
Con las manos delante, como un ciego,
Paredes, muebles, llaves
De luz, que va prendiendo y apagando,
Como si todo eso no estuviera
Todavía grabado en su memoria.
Da finalmente con las sábanas
Blancas, fragantes de jabón en polvo,
Y se desliza junto al cuerpo tibio
De la mujer dormida. Y se abandona,
Libre de ser ese que ha sido,
Y reclina su sien sobre la almohada
Sin fin del universo.




Recolección nocturna


El ruido de los frenos en la noche,
Los gritos de los hombres, el crujido
De vidrios que se rompen, algún coche
Que toca la bocina, y el sonido
De las botas que corren en la escarcha;
La máquina que zumba y que rechina,
La voz que dice “¡Vamos!”, una marcha
Y el camión ya se pierde por la esquina.
Es la hora en que pasan por aquí
A buscar la basura. Son las dos,
Y ahora hay silencio y luna y soledad.
Yo pienso en otra calle en la ciudad
Donde aún no han llegado. Pienso en vos
Y en la casa, la nuestra, en que viví.




Noches de invierno


Salvo por el talento
Ya me voy pareciendo
A esos viejos poetas orientales
Que transformaban su melancolía
En monedas de luna
Que valen lo que entonces ya valían
No obstante siglos de devaluaciones.

Salvo por el talento, digo, entonces
Me parezco en las noches
Que paso junto al halo de la lámpara
Y al calor de los leños
Tomando té y hablando
A solas con los vivos y los muertos.

De todas estas horas, ya lo sé,
En excesiva intimidad
Con el silencio,
Me queda lo que queda en el hogar
Cuando despunta el alba.
                                        ¡Pero cuánto
Que ha ardido la madera del alma en esas llamas,
Cuánto universo amado y consumido
En pensativo sueño, mientras gira
Este cielo del sur en la ventana
Hacia otros horizontes de luz y de ceniza!

Yo sé muy bien que nada
De mí puede quedar, pero en las noches
Soy un viejo poeta que amoneda
La pena y la alegría de vivir
En transitoria eternidad de luna
Que se extingue en el sol de la mañana.
No puedo pedir más, salvo el talento.

 



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