No. 40 / Junio 2011

 
revistero-blancomovil117.jpg Blanco Móvil 117
25 años de Blanco móvil
Número 117
Por Rocío González

Sostener una revista durante 25 años debe ser tan difícil como sostener un amor, ¿cómo hacer para que no se pierda el entusiasmo, la frescura, el interés de los lectores (o los amantes)? Una proeza que Eduardo Mosches ha realizado en el convencimiento de la amistad, una amistad ampliada, puesta a prueba, tejedora de redes, convencida de que en el diálogo se transforman realidades, se alivian indignaciones, y las inteligencias encuentran resonancias.

Creo que todos los amigos de Eduardo que somos ‘juntapalabras’ (como diría Luis Tovar) hemos pasado por Blanco móvil, ésta nos ha hecho cómplices y nos ha dado un lugar para expresar nuestras convicciones o divagaciones, nos ha presentado unos a otros en el papel y, a veces, en persona; simpatías o antipatías de por medio. Eso tendría que ser en sí mismo, una celebración, que aquí (en este número, el 117) encuentra un lugar donde amplificarse, relatando la experiencia de cada autor en una disciplina artística (la suya) sobre lo acontecido en México en esos 25 años, tarea ardua en su exigencia de selección y resumen. Cada uno de los textos refleja maravillosamente las  filias, preocupaciones y personalidades de sus autores, en una suerte de espejo que nos permite asomarnos a una época y también a una mirada particular sobre ella. Viene también un poemario que se edita en colaboración con la UAM, o eso entiendo, llamado uam en el Blanco, y que en esta ocasión contiene el poemario Nômen, de Emiliano Álvarez, al que no me referiré directamente y sólo haré la invitación a su lectura. La revista está espléndidamente acompañada de las fotos de Rogelio Cuéllar, que no necesitan comentario. 

Mientras leía los textos iba anotando, en 3 ó 4 palabras, las impresiones que me dejaban, y que pudieran ser un referente para acercarme a ellos; asimismo subrayé aquello que me gustaba o me hacía pensar que ahí estaba la clave del acercamiento del autor(a) al tema en cuestión; así, Bellinghausen, cuyo texto se refiere a La escritura en leguas mexicanas, en mi lectura fue necesario, abarcador, empático, rebelde; y el párrafo que a continuación cito es también un anhelo al que me sumo: “Qué tal que resultara que el mejor antídoto contra la desvergüenza y el autoritarismo es el cantar paciente, antiguo y bien moderno, diferente y nuestro, de las lenguas mexicanas. Anteceden al castellano en estas tierras, y cinco siglos después de que fueron “suprimidas” siguen, irreductibles, y en su cantar nos hablan.”

No seguiré el estricto orden alfabético que Mosches propone, y seguiré con Gabriela Valenzuela, quien habla de narrativa en México bajo el título de 1985, el año que fuimos leyenda…, ella es estructurada, didáctica, ejemplificadora, y señala una de las contradicciones notorias del quehacer literario por venir: “Quizá estemos hablando entonces de “twitternovelas” o “antologías-redes” (sociales, se entiende), o seguramente se siga profetizando la desaparición del libro en papel, mientras las ferias del libro se multiplican por todo el país.”

Jorge Fernández Granados, reflexivo, ameno, poético, con La edad binaria nos habla de dos fenómenos que componen el arte de nuestro tiempo: el escepticismo y la tecnología, de allí rescato esta reflexión: “Si un idealista es quien ve las anomalías del mundo como tareas por corregir, imperfecciones en la marcha hacia otro mundo, un escéptico es alguien que ante las mismas anomalías ve sólo las verdaderas leyes del mecanismo que hace andar la realidad.”

Eduardo Milán, refiriéndose a La poesía latinoamericana: utopía y después, sostiene que ésta, se encuentra marcada por la memoria de la utopía, en un análisis intenso, histórico, político y machista, (no menciona a ninguna mujer), para concluir que “lo caótico que permite que todo desaparezca, también, aunque por un momento, permite la coexistencia. Leer y escribir poesía será tarea de los que puedan llevar a cabo este ejercicio de discernimiento.”

En su texto La inercia de la tendencia (o al revés): cine mexicano del último cuarto de siglo, Luis Tovar, divertido, desenfadado, irónico e inteligente, haciendo un recuento de nuestro cine, nos dice: “se hizo dorado y tuvo los rostros de Pedro Infante, Jorge Negrete, Blanca Estela Pavón, Dolores del Río, María Félix, Pedro Armendáriz , todos o alguno de los Soler, Mantequilla, Cantinflas, Tin Tan y pocos más; luego se hizo de ficheras y le crecieron chichis y nalgas, y mucho: las de Lin May, Sasha Montenegro, Zulma Fayad y varias otras indistinguibles; y más luego se volvió “nuevo” y encarnó en María Rojo, Ernesto Gómez Cruz, Daniel Giménez Cacho, Dolores Heredia y todos los Bichir."

El video en México: un acercamiento a una práctica artística es el texto que presenta Cyinthia Pech, feminista, serio, académico, en el que hace un recorrido histórico y en donde anota, atinadamente que “el video fascina, es un medio rico que coquetea con lo espontáneo y se sostiene en la inmediatez. Su aura es, quizá, la creación pura y así, pura posibilidad.”

Sobre las artes plásticas, Magali Tercero nos habla del Proyecto Akaso: 26 pintores mexicanos, un proyecto de pintura mural que surge por iniciativa del coleccionista Sergio Autrey, con pintores cuya obra comenzó a reconocerse justamente hace 25 años, entre ellos los hermanos Castro Leñero, Gabriel Macotela, Roberto Turnbull, Boris Viskin, Magali Lara, Irma Palacios, etc. Ella habla de una experiencia gremial sui generis y remata diciéndonos: “No son tiempos de andar negando ni silenciando nada. La pintura ha acompañado al hombre desde la cueva de Lascaux. No es cierto que primero fue el Verbo. Primero fue la imagen.”

En el recuento sobre la música en México que hace Jorge Velasco García, bajo el título Uno es también lo que canta y de modo muy sentido… hay una mirada social muy ligada a la tradición popular, a la identidad cultural, las políticas públicas sobre el arte y la necesidad de la preservación de sus expresiones indígenas, de su memoria colectiva tanto rural como urbana, que se expresa en la celebración musical de lo identitario; furiosamente anti-comercial y anti-hegemónica, que pugna por recuperar nuestro patrimonio sonoro..

Por último me referiré al texto de Javier Contreras sobre la danza contemporánea en México, De enunciaciones y política, que en mi lectura se volvió corpóreo, amoroso y ético; y entre otras cosas nos dice: “danzamos con los prójimos y las prójimas –es decir, sudamos, olemos, somos olidos, cargamos, somos cargados, tocamos, somos tocados, adivinamos, somos barruntados a los otros y por los otros-. La danza es una experiencia que nos confronta con los riesgos, goces, retos, responsabilidades, abismos, venturas y desventuras de la ineludible proximidad. La danza es también una actividad de desnudez, no sólo física, sino fundamentalmente afectiva, óptica: quien danza, se abre. La danza es además un recordatorio de que es posible vivir con alegría: quien se mueve descubre las sonrisas de su cuerpo. Por todo esto, la danza es una radical invitación a hacerse cargo, responsablemente, de la fragilidad y la dignidad de los otros. En este sentido, la danza es toda ética, toda política.”

Deseo que con esta probadita todos corran a leer la revista y a celebrar, junto con Eduardo, su existencia.




revistero-alga65.jpg Alga
Número 65
Revista electrónica
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Por Christopher Manuel García Vega

Hace poco (no recuerdo si lo escuché o leí en alguna parte) me encontré con palabras que acusaban el espacio cada vez más reducido para la literatura. Se decía que la cultura y el arte eran limitados cada día, a espacios menos accesibles y marginales, dando como resultado un decremento de interés en ellos. Pienso, entonces, en los distintos festivales que crecen, tanto en concurrencia como en ediciones, y el número ascendente de revistas electrónicas y blogs que no dejan de aparecer, o que mantienen su lugar en el espacio virtual.

Alga, oriunda de Castelldefels, España, y cuyo grupo ha merecido el Premi Ciutat de Castelldefels d’Acció Cívica 2011, no es una publicación digital nueva ni mucho menos (además de que cuenta con una versión impresa). El número 65, que me ocupa en esta ocasión (y como cada una de las ediciones previas), divide sus partes entre los escritores que eligieron el catalán como lengua de expresión y los que optaron por el castellano.

Quizás como respuesta a ciertas incomodidades, quizás para ampliar el alcance de la publicación (quizás sin una razón en particular), la revista incluye también algunas de las producciones en catalán, con versión en español, característica que agradecemos aquellos que carecemos del conocimiento suficiente para disfrutar las versiones originales.

De entre las páginas de narrativa destaco el relato corto El servidor, de Elvio René, que dibuja un episodio de la infancia (por supuesto no sin cierta lejanía) en que el criado de la familia muere de forma casi heroica en los confines del valle, durante el invierno, junto a un caballo que “pastaba por mera afirmación de su albedrío”.

También se incluyen tres poemas de Miguel Hernández, Hijo de la sombra, Hijo de la luz e Hijo de la luz y de la sombra, composiciones en alejandrinos impecables que delinean perspectivas diferentes de la relación de amor conyugal y paternal, invocadas por la voz poética.

Se incluyen un par de reseñas sobre una antología de poetas aragonesas y sobre la novela Las cinco muertes del barón airado, por Goya Gutiérrez e Ignacio Gamen, respectivamente; invitaciones más que análisis profundos a la lectura de las publicaciones mencionadas.

De lo más interesante resulta la breve selección poética de cuatro autoras barcelonesas, que Goya Gutiérrez introduce; sobresalen los versos de Ana Becciú, bonaerense, que se distinguen del tono que predomina entre los demás autores.

La muestra fotográfica que cierra la revista resulta muy atractiva, principalmente si se consideran con detenimiento los disparos de Inés Luz y Rafael Castro, quienes logran, en sólo tres imágenes monocromáticas, atraer la atención del visitante. La primera se enfoca en abstracciones y detalles, mientras que Castro cautiva con las estampas sencillas y limpias de tres edificaciones solitarias.

La revista puede mejorar, sin embargo, vale la pena echarle una mirada y quedarse con todo lo bueno. Esta publicación refuerza un pensamiento que me ronda y susurra un poco más sonoramente cada vez: el espacio se abre, a pesar de lo que algunas voces pesimistas puedan argumentar, y demuestra que, mientras haya arte, basta un simple muro en blanco para que se manifieste.




revistero-gaceta-lit-rioarriba.jpg Gaceta Literaria Río Arriba
Versión digital
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Por Christopher Manuel García Vega

Es cada vez más frecuente el recurso electrónico para la difusión de publicaciones literarias. No obstante la vigencia y recurrencia de las versiones impresas, los medios digitales se han transformado en una posibilidad infaltable para las gacetas, periódicos, revistas, e incluso libros de carácter literario. Supongo que se debe a la facilidad para el desarrollo, la virtual gratuidad de los espacios, y la cuasi infinita variedad de recursos que los proveedores de blogs proporcionan.

Algunos (entre los que me incluyo) seguirán abogando por la preservación de los medios impresos, ya por ese placer hedonista que procura el contacto con el papel y la tinta, ya por asuntos de permanencia y memoria, ya por respuesta a ciertas necesidades físicas. Aun así, la presencia del mundo virtual se torna cada día más tangible (a pesar del oxímoron que representa la frase), en tanto que inaugura escenarios y vínculos que acaso hace una década parecían impensables.

Acaso por lo mismo existen revistas híbridas, que dividen su producción entre el espacio virtual y el físico, quizás, tratando de ampliar su alcance. Uno de estos casos es la Gaceta Literaria Río Arriba. No voy a detenerme a elogiar el formato del sitio o a descalificar el poco aprovechamiento que hacen de los recursos (opinión que dejo a los visitantes de la página); sino a destacar la calidad de las aportaciones literarias y pictóricas que nos regala la Gaceta.

Poco pretenciosa, se divide en tres categorías principales que dan un hilo conductor a los textos: De Eros y porno, De la locura y Semáforos, cada una nutrida de narrativa y versos. De la primera sección destacan, en prosa, La educación sentimental y Anónimo, relatos que dan cuenta de un episodio de sexo colectivo, y uno de sexo casual con un desconocido, respectivamente. El narrador en segunda persona del primer cuento provoca una sensación de intimidad y distancia, tentando al lector a tomar el rol que más le apetezca. Anónimo, por otro lado, más alusivo y lleno de metáforas de la naturaleza, se presenta más erótico gracias a la misma vaguedad de las imágenes. En el verso me complace destacar la composición de Sergio Osorio, Las palabras del deseo, cuyas líneas poco retóricas dejan el mensaje fuerte, claro y retumbando.

De la locura, sección por demás atractiva (quizás por el pequeño loco que crece dentro de mí) cuenta con varias aportaciones destacables, pero prefiero que los lectores decidan y sólo mencionar Aforismos, de Ulises Granados, serie de sentencias que giran al rededor de pensamientos y frases comunes, dejando en duda si es más cuerdo el loco, o si desquiciarse sigue siendo una prueba de incapacidad de adaptación de los seres.

Semáforos se compone en su mayoría por narraciones; la sección propone diversos relatos que incluyen, ya como personaje principal, ya como pretexto de origen, al semáforo. Casi todos los textos ponen en juego a la imaginación y exhiben personajes que se internan en los rincones de la mente para dar lugar a la historia. Casi ninguno de estos relatos escapa a las alusiones sexuales o al toque de erotismo.

Las tres secciones responden a distintos números de la Gaceta, y dejan clara así su intención de permanecer en el espacio virtual, lugar cada vez menos lejano o herético para los medios culturales. Aunque en diseño se invierte poco, las aportaciones literarias (lo que uno busca navegando) deja satisfecho al visitante. Las series de dibujo y fotografía que ilustran cada sección complementan de buena forma la publicación que puede visitarse, dejándose llevar por la corriente, Río Arriba.

 
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