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portada-ensayo-rosasmall.jpg Ensayo sobre la rosa
Miguel Ángel Zapata
Universidad de
San Martín de Porres
Lima, 2010

 

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No. 40 / Junio 2011

 

Tumbes

Aquella muchacha de ojos verdes
se pasea por una playita solitaria
con su deslumbrante cabellera
trotando sobre un caballo negro

El abismo es un lirio en la playa
de Tumbes.

Detrás de las palmeras está Dios
y su talento.

Una jungla memoriosa te roza las
entrañas.
Una rosa húmeda te cabalga como
un jinete que nunca conoció
cansancio.

El cansancio es para los muertos,
me dice la bruja.

Una rosa tupida se agita y relincha
sobre mi cuerpo de sal.
El mar del norte es un caballo de
paso, un redoblante que te rompe
el corazón.

Es bonito pasear por la arena mirándola
flotar sobre las ancas del mar,
es bonito tenerla a la hora del vino,
y para cuando salga la luna, su relincho
será el comienzo de otra tempestad.


En mi patio tengo un rosal

En mi patio tengo un rosal y un río de leche que amanece.
En la madrugada el barro detona su silencio en los túneles
secretos que van al mar. Nadie sabe de su color ni de su
flujo, excepto las abejas que escriben odas de miel y las
aves que esperan reescribir en su cuaderno el cielo que
jadea con la bestia.


Mi cuervo anacoreta


Mi cuervo brilla con el sol y nadie puede verlo como canario. Escribe con su pico la soledad de la noche y tamborea su cántico ante la gruta del agua que lo ve caer sin una letra. Mi cuervo es pájaro anacoreta, canario esculpido con carbón. El cuervo que se colaba por las alcobas es más vivo que loro verde repitiendo sílabas sin son. Mi cuervo brilla y brilla mejor que un cometa prendido en el cristal. Ya se posa en mis papeles cuando le hablo sin pensarlo, y cuando me mira es un aire emplumado, flauta de tinta que gotea mi envoltura.


Las nueve esferas


Cien globos de luz a lo lejos perlas de flores en llamas: el cielo del sol blanco, arriba, cerca de Él, cuyo Nombre es portento del fruto dulce de mi alma: globos de fuego desvelado que sobrevive a la tierra sin tiempo: cien globos y constelaciones de estrellas bajando a coronar el limpio arroyo de las almas, el triunfo del arpa quemando dulcemente el sol de las últimas condenas: mientras tanto escribo en las nueve esferas extasiado: órdenes de ángeles soplan las perlas de los globos, a lo lejos, la Razón se desvanece.


Los muslos sobre la grama

Escribo por la muchacha que vi correr esta mañana por el cementerio, la que trotaba ágilmente sobre los muertos. Ella corría y su cuerpo era una pluma de ave que se mecía contra la muerte. Entonces dije que en este reino el deporte no era bueno sólo para la alegría del corazón sino también para el orgasmo de la vista. Al verla correr con sus pequeños shorts transparentes deduje que los cementerios no tenían por qué ser tristes, el galope acompasado de la chica daba otra perspectiva al paisaje: el sol adquiría un tono rojizo, su luz tenue se clavaba dando vida a la piel, los mausoleos brillaban con su cabellera de oro, y volví a pensar que la muerte no era un tema de lágrimas sino más bien de gozo cuando la vida continuaba vibrando con los muslos sobre la grama.


La ventana

    Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Plantaré un árbol en medio de la calle, y crecerá ante el asombro de los paseantes: criaré pájaros que nunca volarán a otros árboles, y se quedarán a cantar ahí en medio del ruido y la indiferencia. Crecerá un océano en la ventana. Pero esta vez no me aburriré de sus mares, y las gaviotas volverán a volar en círculos sobre mi cabeza. Habrá una cama y un sofá debajo de los árboles para que descanse la lumbre de sus olas.

    Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Así podré ver el cielo y la gente que pasa sin hablarme, y aquellos buitres de la muerte que vuelan sin poder sacarme el corazón. Esta ventana alumbrará mi soledad. Podría inclusive abrir otra en medio del mar, y solo vería el horizonte como una luciérnaga con sus alas de cristal. El mundo quedaría lejos al otro lado de la arena, allá donde vive la soledad y la memoria. De cualquier manera es inevitable que construya una ventana, y sobre todo ahora que ya no escribo ni salgo a caminar como antes bajo los pinos del desierto, aun cuando este día parece propicio para descubrir los terrenos insondables.

    Voy a construir una ventana en medio de la calle. Vaya absurdo, me dirán, una ventana para que la gente pase y te mire como si fueras un demente que quiere ver el cielo y una vela encendida detrás de la cortina. Baudelaire tenía razón: el que mira desde afuera a través de una ventana abierta no ve tanto como el que mira una ventana cerrada. Por eso he cerrado mis ventanas y he salido a la calle corriendo para no verme alumbrado por la sombra.


Alhucemas para William Carlos Williams

El olor a limpio a través de la ventana,
alhucemas sahumando el paisaje de la casa,
golpes de máquina dando forma al poema
de los yates, al mundo que rebota
exhausto en la flor del sahumerio.
Al sonar las campanas, las aguas verdes
flotan y entra un olor a limpieza por
la ventana, las ideas con el salmo de
los dioses: flores amarillas cambiadas
por cortinas blancas, el sol que se opaca
en la tarde, la jarra de cristal donde
leo estos versos luego de alumbrar un
nuevo niño: el temor de caer con el
mundo, me refugio en las hojas de los
pobres, en los hospitales solitarios,
en tu cintura, tus rodillas, en la
hierba que crece hasta tus tobillos.

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