No. 40 / Junio 2011

 
La vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto

Mística y Poesía
Por María Auxiliadora Álvarez
 

misitca-rumi-wiki.jpgMuchos escritores espirituales han utilizado la alegoría del madero purificado por el fuego y unido luego a él en la misma llama. A través de un intenso padecimiento, el madero adquiere un ser nuevo emergido de sus cenizas, como el ave fénix. El objetivo del proceso de destrucción es positivo y prometedor. Según Rumi, el poeta místico sufí del siglo XIII: “Sólo entre ruinas se pueden encontrar tesoros”. Las primeras detonaciones de “destrucción de base” en el fragor de la mística apuntan hacia las percepciones externas de los sentidos corporales: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. No tratándose de la eliminación de las funciones de los sentidos sino de su espiritualización “la sensibilidad exterior de los sentidos duerme, pero la interior se agudiza y vivifica por el mayor alcance de sus percepciones” (Álvarez Rojas). Los sentidos transforman sus funciones de exteriores a interiores para percibir y producir realidades distintas.

El místico se hace vidente de las realidades interiores de manera similar y diferente al “largo, sostenido y razonado desarreglo de todos los sentidos” que Rimbaud consideró la condición sine qua non para producir un buen poema (Cartas del vidente). La videncia mística es similar a la videncia poética por el trasiego del desarreglo -y nuevo arreglo- de todos los sentidos: su repotenciación produce un poema (otra realidad), y su redirección produce un ser nuevo entre las cenizas (otra realidad); pero también es diferente porque ambas videncias pueden resultar insuficientes: ni siempre el nuevo poema produce vida sustentable, ni tampoco todas las cenizas conocieron el amor (para desdecir a Quevedo).

En el contexto de la mística cristiana, las percepciones sensoriales establecen una analogía de transposición con el intelecto y el elemento espiritual. Algunas de las referencias a las funciones intelectuales y espirituales de los sentidos emergieron inicialmente de los textos de San Buenaventura (siglo XIII): “los ojos de nuestra mente”; “los oídos espirituales”; “el oído de la contemplación”;  “el oído del alma”; “la oreja del alma”; “los ojos del alma”; “el ojo espiritual”. Hacia el siglo XVI, estas alegorías pasaron a explicar la relación de las facultades interiores de los sentidos con el mundo del Absoluto:

Como muchas veces se ha dicho, el sentido de la parte inferior del hombre no es ni puede ser capaz de conocer ni comprender a Dios como Dios es; de manera que ni el ojo lo puede ver ni cosa que se parezca a El, ni el oído puede oír su voz ni sonido que se le parezca, ni el olfato puede oler olor tan suave, ni el gusto alcanza sabor tan subido y sabroso, ni el tacto puede sentir toque tan delicado y tan deleitante ni cosa semejante (San Juan de la Cruz).

Al igual que en los libros primarios de anatomía, en este desglose sanjuanista de las funciones espirituales de los sentidos, el del gusto se refiere a la capacidad de la lengua para “apreciar” los sabores. Pero a diferencia de la capacidad de escuchar -comprendiendo, pensando- del sentido del oído (cuyo equivalente a la función del gusto para el caso sería la de “apreciar” los sonidos), el sentido del gusto no incluye (acá ni allá) la capacidad de la lengua de manifestar el pensamiento (habla).

El shivaísmo de Cachemira del misticismo hindú (siglos VIII-IX) sostiene que la lengua (el habla) puede producir cualquier realidad, incluso la espiritual; pero el misticismo islámico, copartícipe junto al judaísmo de la formación de la mística cristiana, determina que la lengua no es capaz de producir pensamiento, sino que el pensamiento es el que (re)funda el habla, aunque ésta termine siendo inútil para un refinamiento espiritual: “Aunque seas árabe, griego o turco, aprende una lengua que no tenga lengua” (Rumi).
 



Ilustración:
Yalal ad-Din Muhammad Rumi
http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Mevlana.jpg


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