No. 40 / Junio 2011 |
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Madrugada
De madrugada
las calles se tornan feraces, el vaho vivifica las raíces que brotan de las calzadas y el violento carmín de los tacones de aguja se protege de la lluvia en los párpados ocres de centeno que duermen en las fachadas. En los portales, late un murmullo de acero y cuerpos deseantes, los maestros de esgrima se baten en duelo y entre adoquines flotan cadáveres de enamorados que ensayan caligramas. Es oscura la noche entonces. Las chicas hispanas desenredan sus trenzas en las cabinas y anotan versos de nueve cifras sin remite, los canes enloquecen con su propio rastro y apátridas del cielo descienden a trocar sus penas en los billares. A esas horas, la luz es un animal herido, que danza, como las tribales formas se contemplan, en el latón abandonado de las esquinas y en los verticales rostros que aguardan tras las ventanas su propia resurrección. Cuello La perpendicular enhiesta que separa tu cuerpo y el mío tiene una pequeña falla corva, exactamente a cinco pies sobre el nivel del mar. En ese punto, descienden un número finito de vértebras hacia el vértice meridional. Remontando los peldaños, en las regiones boreales, la cerviz conserva su frescor primitivo y pervive en ella la estela olvidada de antiguos exploradores. Si yo fuera Kurt Cobain En mi veintiocho aniversario
Si yo fuera Kurt Cobain ya estaría muerto. |
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