No. 40 / Junio 2011 |
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Resulta estimulante leer Un huésped panorámico, del valenciano Andrés Navarro, por varias razones que aquí vamos a enumerar y explicar sólo sucintamente, pero que pretenden ser en cualquier caso la correa de transmisión que lleve y anime a posibles lectores hacia este libro, el cual no va a pasar desapercibido para los especialistas en poesía española contemporánea, dadas sus características de novedad y síntesis. Esta síntesis, que se muestra verbalmente, tanto sintáctica como frásica, tanto metafórica como expresiva, y por supuesto temática, condensando múltiples asuntos, es un excelente ejemplo y ejercicio de las nuevas propuestas poéticas que se están llevando a cabo en España por las generaciones últimas, que Luis Antonio de Villena ha denominado recientemente en su antología La inteligencia y el hacha (Un panorama de la Generación poética de 2000) (Visor, 2010), y en la que por cierto —y no por casualidad— está incluido Andrés Navarro.
Recordemos que el personaje seductor de la película Teorema —a la que se hace referencia desde la cita del libro, y luego cuando habla de “la familia milanesa”— era una contrafigura de Cristo, encarnado por el entonces joven Terence Stamp, aunque como buen intérprete de códigos Andrés Navarro se ha limitado a extraer del film aquello que de verdad le interesaba, el privilegio de su mirada. Podría extraerse otra referencia a través de ese huésped que mira desde ese puesto especial, y es el personaje de El Aleph, de Jorge Luis Borges, y de aquel instrumento o máquina fantástica con la que se podían contemplar diversas épocas, historias y cosas, todas en alta definición digital, podría decirse hoy, con un mando a distancia a disposición para cambiar de canal según gustos.
Esto nos dice al final de Senhor do Bonfim, una de las piezas más logradas de todo el poemario, asumiendo problemáticas tan conflictivas como la de la identidad, poblada por diferentes y a veces contradictorios yoes.
La segunda es un largo poema compuesto por quince 'momentos' isoestróficos, y que en cierto sentido dan cuerpo al conjunto del poemario, donde se adivina cierto hilo conductor a través de la mirada, una mirada que siempre se está sorprendiendo por el aspecto distinto del mundo, por su continuo movimiento y por sus rostros continuamente renovados, un mundo en proceso, dinámico y que no se puede detener. Una mirada que va describiendo —y descubriendo— el mundo a través de pinceladas emocionales. Hay por tanto una apuesta por un enfoque espacial, una mirada horizontal abarcadora del tiempo:
La tercera parte, de la que ya hemos señalado antes el poema Senhor do Bonfim, del que hemos dicho que es uno de los mejor elaborados de todo el libro, ciertamente muy logrado, posee diferentes composiciones que van cerrando y aunando temáticas contrapuestas y también afines, como el citado Arrivo domani, del que se extrae la cita pasoliniana. Un huésped panorámico se cierra con un Epílogo compuesto por un poema en dos movimientos titulado Del anonimato, una idea desarrollada a pinceladas acá y allá en otros poemas a lo largo de toda la obra y la cual podría ser una de las claves de lectura o uno de los resúmenes que apuntábamos al principio con los que podríamos quedarnos, ya que se plantea una reducción del personaje que observa, del sujeto, hacia la mínima potencia, aunque también es verdad que nunca se le priva la capacidad por mirar, la cual —y ya concluimos— podría dividirse en tres puntos fundamentales: 1.- saber colocarse en el lugar justo (fragmento XV cuando dice “la poesía es sólo situar las manos/ donde las frutas caen”; 2.- analizar (como en el explícito poema Analicemos el paisaje); y 3.- sentir (el “Y no las amo” de Coda flamenca). Todo ello desde una perspectiva privilegiada que pretende casi siempre ver sin ser visto. |
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