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portada-media-tarde.jpg Media tarde
Luis Téllez
Litoral
Colección Limón Partido
México, 2010.

Por Balam Rodrigo

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No. 40 / Junio 2011

 
 


Primera caída


Luis Téllez (Naucalpan de Juárez, Estado de México, 1983) nos anuncia ya desde el título de su libro, Media tarde, el tiempo y la atmósfera que rodean los elementos de su escritura: no la plena luz del día sino el albor del crepúsculo, el inicio de la noche, justo después de la caída del sol, hora en que las cosas se nos revelan fantasmales, tras un velo de gasa. El universo poético y los personajes de Media tarde se suceden siempre detrás de las cortinas de un cabaret, de los de hielo seco en una pista de baile, o bien, tras las cuerdas y los gritos de un cuadrilátero de lucha libre. De ahí que el tiempo escritural de los poemas sea también la madrugada, el momento justo antes de la salida del sol, hora dilecta de los comensales de la vigilia, los trasnochados. Algunos esbozos de esta poética son patentes en los poemas escritos por Luis Téllez para conformar Este, tercera sección del libro colectivo Al frío de los cuatro vientos (IMC, 2006): “Perseguir el amanecer/ para encontrar un mar/ vacío”. Los poemas de Este hacen continua referencia al acto de viajar (en tren, en autobús o a pie, vaya, al caminar) y principalmente evocan con nostalgia el mar, elemento común y eje medular de estas tentativas: “Ahora mar y noche son uno,/ callan en los gritos de la lluvia/ sus propósitos para la madrugada.” Sin embargo, los referentes del mar en Este no son los de mar adentro, sino aquellos fundados a orillas del continente: playas, puertos, muelles y otros territorios desde los que puede verse el horizonte lejano, como en las ramblas de una ciudad costera. En estos espacios el yo lírico propone caminar, más que nadar o navegar. El mar en Este acciona como fondo y motivo de los textos en una suerte de reflejo y presencia que lo toca todo, pero sin hundirlo, como si fuese una postal. Por eso el que enuncia, el que canta, se encuentra: “[…] con la tierra en andas/ y el mar enfrente esperando/ los pasos de la fuga.” La huida que propone la poesía de Este es el viaje hacia nosotros: “¿Qué son los pasos/ sino la historia silente/ de los mapas que somos?” Dicha cartografía sólo se da en función de la noche, territorio vasto como el mar, mar en el que somos ínsulas y también mapas, sí, pero mapas nocturnos. Los poemas de Este nos revelan que el mar actúa en el hombre como un desierto infinito en donde se encuentra solo, perdido, náufrago. Frente a la vastedad del océano queda únicamente el soliloquio, la voz, la palabra, y el acto de la escritura da testimonio de una suerte de sentimiento insular. La misma tribulación de insularidad es la que puede vivirse, de facto, en ese otro mar de concreto, la ciudad, y en Este había ya algunos trazos: “Caminar calles/ estacionarse en alguna cochera unos minutos […], o como en otros versos: Dejar la ciudad en plena lluvia,/ con un vacilar de certidumbres/ pasajeras, rumbo al amanecer.” Mientras en Este la forma de evitar la desesperanza es el camino, el viaje —ya hacia el mar, ya hacia sí mismo, pero siempre circular, eterno retorno del que no es posible huir— en Media tarde el mar es sólo un puñado de rescoldos y evocaciones, y la ciudad, con su aparente indolencia, ya no es descrita como un territorio hostil e indómito. Por el contrario, el yo lírico encuentra el goce y la plenitud en ella, tanto en su muchedumbre, como en esas otras ínsulas y espacios que la fundan: los salones de baile y las arenas de lucha libre.


Segunda caída

Si para Efraín Huerta la urbe y su avasalladora monstruosidad merecieron una Declaración de odio (donde además de criticar a la nueva sociedad burguesa y sus vanas formas de distracción, también juzga lugares como “[…] la plaza Garibaldi,/ la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán”), para Luis Téllez no hay nada extraño ni juicioso en ella y sus territorios, pues la ciudad es el lugar “natural” donde el sujeto tiene la capacidad de encontrar la completud, el gozo, ya que, según Téllez, lo verdaderamente humano y poético es: “[…] un hombre que camina/ hacia San Juan de Letrán/ puntual cual compás de mambo […]”. El poema al que pertenecen los versos anteriores no forma parte del corpus de Media tarde, pero es un texto muy cercano a su universo creativo por los elementos que lo constituyen y que darán lugar, más adelante, a la plena asimilación de la ciudad en la poética de Luis Téllez. Otro poeta cercano a los tópicos discursivos que subyacen en Media tarde es Efrén Rodríguez, que en su libro Nuevas fundaciones (1979-1981), describe el acto de vivir y discurrir en las mismas ínsulas urbanas —que años más tarde recorrería la escritura de Téllez— como en su poema Crónica de la calle de San Juan de Letrán: “[…] no escuchar sino/ tu propia voz,/ donde tus pasos son los pasos de nadie/ tu voz tirada sobre un charco/ de inefables escrituras.” Amén de las analogías temáticas, lo cierto es que tanto en los poemas a la ciudad de Efraín Huerta como en los de Efrén Rodríguez encontramos desesperanza, desasosiego, y el sentimiento de insularidad de un individuo que ha perdido el edén primigenio y que se siente avasallado y rebasado por los millones de toneladas de concreto y las multitudes de la urbe donde es nadie, nada, sólo un náufrago que se ahoga en la inmundicia del edén subvertido. Es posible entender lo anterior ya que tanto Huerta como Rodríguez son poetas que nacieron en la provincia y tuvieron que asimilar, de una u otra forma, la ciudad, en tanto que Téllez nació y creció en territorios urbanos, entre paraísos artificiales, paraísos al fin.

En Media tarde uno percibe que el sujeto lírico ya no se siente aislado, vuelve otra vez a la horda, a la tribu —urbanas las dos—, y se identifica plenamente con ella hasta fundirse como una sola unidad y en un solo movimiento con los otros, que son la muchedumbre citadina que toma varias formas: la plebe que grita en masa a los gladiadores de la lucha libre; un toquín donde la multitud forma un cardumen que “baila” slam al ritmo de música surf; o abrazando al otro para formar un ordenado hacinamiento de docenas de parejas que bailan al compás del mambo, la cumbia, el danzón o un sonidero: “[…] ficticias olas/ se crean con los compases/ serpenteando el lugar/ pleno de figuras/ de movimiento autista.” A partir de la unión con los otros en Media tarde, el sujeto poético y el poeta también son uno, y no son únicamente objetos del lenguaje, sino también sujetos activos de la acción y la palabra. De esta manera no es difícil imaginar porqué todos los poemas del libro están escritos en tercera persona —con lucidez cronística—, en lugar de hacerlo en primera persona, pues quien ve a los otros (en la ciudad), se ve también a sí mismo, como en el poema Pista El Arenal: “[…] bastaría un segundo/ mal puesto/ un paso tardío/ para no embelesar/ a quienes miran.” En Media tarde, Luis Téllez nos muestra algo que antes era imposible en la ciudad: ahora no devora o destruye a quien la habita, sino que incluso es capaz de transformar en héroe o deidad a cualquier peatón que encarne en un luchador o en un bailarín de música tropical. Si para algunos la ciudad devora y destruye al individuo, quitándole el edén primigenio, en Media tarde la ciudad y sus paraísos artificiales (cuadriláteros, pistas de baile, cabarets, cantinas, pulquerías, etc.) le devuelven la oportunidad de establecer un diálogo consigo mismo al asistir a su propio espectáculo, y al mismo tiempo, la dialéctica se realiza con el otro por medio de ese otro edén primitivo: la carne. Es interesante advertir que en todos los poemas de Media tarde hay una comunión con el cuerpo, sea en la lucha libre o en el baile en pareja, tal como lo muestran algunos de sus versos más luminosos: “La perfección sobre el ring,/ irradiada desde los cuerpos/ sacudidos uno al otro/ en movimientos centrífugos […]”, o en estos: “[…] ondas concéntricas/ frenan su trajín danzante/ la exactitud de una pareja/ hélice carnal/ fugaz vaivén […]”. Lo carnal, lo erótico y hedónico que nos propone Media tarde se da siempre de manera fugaz, pero rítmica, musical y siempre acompañada por un cierto periodo de tiempo y en territorios bien definidos. En la lucha libre el sitio de batalla es el cuadrilátero en el que combaten los o las luchadoras (a tres caídas sin límite de tiempo), mientras que en el baile, la pista y las piezas musicales (redovas, mambos, danzones, cumbias) marcan la duración de los encuentros. Únicamente en la ciudad y sus ínsulas edénicas es donde puede lograrse esta forma de comunión que evoca, también, las beligerancias en el tálamo, que también se dan en un polígono (la cama, vaya, las más de las veces) aunque a diferencia de las pistas y cuadriláteros, en la “soledad” de la pareja. Así, en Media tarde el cuerpo siempre está en movimiento, ya aéreo, ya a ras de pista o de lona, pero todas las veces en contacto, en comunión. Y únicamente la unión de los cuerpos (en la lucha, en el baile, en el sexo, en la escritura) es la que hace posible el acto creativo: sea un hijo, una llave nueva en el “pancracio”, una coreografía inédita en la pista de baile o, en la batalla del poeta contra la página en blanco (esa otra lona), el poema.


Tercera caída

Quizá el posible origen del título Media tarde se encuentre en un fragmento del poema Pasatiempo, también de Téllez, no incluido en este volumen: “Cielo sin nubes/ silencio caluroso:/ mediatarde”. Amén del título, es de notar que en Este, el título del primer poema está escrito en latín (Ab aeterno, “desde la eternidad” o “desde mucho tiempo atrás”), lo mismo que el primer poema de Media tarde: Ut quit derelequisti me (“porqué me has abandonado”). Si algo caracteriza la poesía de Luis Téllez, es el “coqueteo poético” de lo culto con lo profano, de lo sagrado con lo popular. En Media tarde conviven lo mismo las citas cultas (epígrafes del latín bíblico y versos de Sor Juana Inés de la Cruz) de una poesía a veces neobarroca y de corte clásico, que las citas de boleros románticos (Agustín Lara, Carlos Colorado), dichos populares y “mentadas de madre” en versos de corte sencillo, escritos en un lenguaje llano y coloquial. Cabe mencionar que los referentes populares en la obra de Luis Téllez no son meros clichés y producto del “decorado” de una poesía de la era del consumo, sino verdaderas pulsiones vitales. Sibarita de cantinas, cabarets, pulquerías, salones de baile, arenas de lucha libre y otros sitios para trasnochados, Luis refleja fielmente en Media tarde la condición humana de estos “nuevos” espacios sagrados y en su crónica Rock de boutique, crítica a los falsos profetas de lo popular: “Así de light es la Condesa, el lugar donde lo naco no es naco, es kitsch, donde las fondas se han vuelto bistros, aquí los perros tienen raza, uno no se cita en un café sino en una librería y los departamentos —rentados en dólares— se decoran con revista en mano.” La reapropiación de iconos, sitios y formas de habla populares en Media tarde (El Místico, Martha Villalobos, Carmen Salinas, El Salón Los Ángeles, etc.), hace de ellos una nueva mitología, que por su vocación, apela al absurdo. Aquí lo sagrado es, de hecho, lo profano, y la cercanía con la divinidad es posible al acercarse a esas nuevas deidades, a esos nuevos iconos y héroes, todos populares: luchadores, músicos, artistas, etc. Con una poesía que combina la crónica, la sátira, el humor, la ironía, el albur, Media tarde es un libro que encuentra en los hechos de la vida cotidiana y nocturna de la ciudad, una revelación del universo en los detalles del mundo, y los dice en una sonora mentada de madre, para expresarlo con las palabras del Pávido Návido, icono y proyección kármica del mismo Luis Téllez. Finalmente, para conocer la ciudad, ese inmenso mar atestado de náufragos que encuentran la salvación y el amor en los nuevas mitologías y paraísos urbanos, es necesario leer Media tarde y luego salir a bailar o a luchar, tal como lo dijera alguna vez Efrén Rodríguez —ese otro profeta de la urbe—, en versos que anunciaban a nuestro Conde de Tlalnepantla: “[…] he de salir a la calle/ que se arrodilla a nuestro paso,/ que chilla bajo la suela del zapato,/ o que se regodea con el trasnochado/ hombre vestido de cerveza o de pulque […]”.



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