Carlos Edmundo de Ory, o la llama empecinada


Samuel Bossini

 

 

 
clasicos-carlosedmundodeory.jpg“Es muy cómodo para la enseñanza, pero tal vez no muy fecundo para la inteligencia, crear categorías estéticas precisas en las que se clasifican las obras y aparentan una evolución coherente de los múltiples nacimientos de la belleza”, nos decía Albert Béguin. Ahora: ¿cuál es el límite de la aventura en poesía, en el arte? Tal vez ni el mismísimo Carlos Edmundo de Ory, quien murió en noviembre de 2010, en Thezy-Glimont, Francia, a los 87 años, lo haya podido descubrir. Tal vez la idea de aproximación sólo sea cuento y es lo que nos dirá Ory con su nueva permanencia entre nosotros. Porque las grandes obras permanecen y nos permanecen.

No. 40 / Junio 2011


 
Carlos Edmundo de Ory, o la llama empecinada


Samuel Bossini
 

clasicos-carlosedmundodeory.jpg“Es muy cómodo para la enseñanza, pero tal vez no muy fecundo para la inteligencia, crear categorías estéticas precisas en las que se clasifican las obras y aparentan una evolución coherente de los múltiples nacimientos de la belleza”, nos decía Albert Béguin. Ahora: ¿cuál es el límite de la aventura en poesía, en el arte? Tal vez ni el mismísimo Carlos Edmundo de Ory, quien murió en noviembre de 2010, en Thezy-Glimont, Francia, a los 87 años, lo haya podido descubrir. Tal vez la idea de aproximación sólo sea cuento y es lo que nos dirá Ory con su nueva permanencia entre nosotros. Porque las grandes obras permanecen y nos permanecen. 

Con Carlos Edmundo de Ory muere uno de los poetas más importantes de la lengua. Tuvimos la suerte de tenerlo de visita en Buenos Aires, hace unos años, con motivo de una semana que se le dedicó a su obra y a su persona, en el hoy Centro Cultural España Buenos Aires y antes llamado ICI, que lo dirigía el poeta José Tono Martínez.

En esa ocasión, se pudo compartir charlas con Ory donde, en cada una de ellas, dejaba trasuntar una voracidad y furtividad por la poesía y la creación poética, que no tenía demarcaciones.

Es difícil evaluar qué fue para España esta perdida. Y lo es por lo outsider de la poética del creador de, junto a Eduardo Chicharro Briones y Silvano Sernesi, el Postismo. También crearía El Introrrealismo y APO (Atelier de Poésie Ouverte). Frecuentó la plástica, el epigrama, la traducción, el ensayo. Y fue un agitador de la poesía en el sentido más literal del término.

Esa evaluación, decía, que el tiempo hará por su cuenta, tendrá en el listado los que despertaron después y los que ya estaban despiertos en saber del valor de la presencia de Edmundo de Ory en la poesía. Un ajuste de cuentas que deberá exceder lo meramente formal, a decir de un reconocimiento. Se deberá valuar en el contexto literario de España y Latinoamérica el peso y el fuego de Ory, como aún se continúa en deuda con Cirlot, de quien Ory fue amigo y socio en la aventura poética.

Seguir su derrotero es perdernos en 40 libros publicados y desmenuzar lo que Ory fue para, en lo que se dio en llamar: el Post-surrealismo. Donde sin dudar trabajó para llevarlo a los extremos que fueran necesarios; como también el poseer una posición crítica y un trabajo de profundización del célebre movimiento que marcó a la literatura.

“No concibo a la poesía sin locura”, nos decía en uno de sus escritos. No la concebía sin sus espejos que alimentan y desnutren. La poesía como un caballo precipitado en el aire. No es riesgoso decir que Edmundo de Ory haya sido el último poeta incomprendido del siglo XX y el primero del XXI. Pareciera que eso no puede suceder en nuestros tiempos. Pero no sería una sorpresa, que aún, entre los mismos poetas, algunos tal veces nunca han oído su nombre o lo han oído y nunca lo leyeron.

Pero como el agua suena en el fondo, Ory comienza a moverse poco a poco en la frágil superficie. Hoy, que es puesto a la luz que su obra y su aventura poética merecen, podremos leerlo y ser conducidos aún con más tenacidad por Ory.

El suplemento El Cultural, Cuadernos Hispanoamericanos, ha dado espacio a su desaparición. Pero deberían sumarse otros. Tratar que la incomprensión injusta sobre su persona y su obra no sea una conducta, como lo fue en gran parte hasta ahora. De esas conductas que quedan instaladas y dejan una capa de oscuridad sobre una obra que desde su mismo núcleo, resplandece.

Sería injusto no nombrar a Jaume Pont, quien escribiera en vida del vate magníficos textos sobre su obra, hoy de referencia ineludible para el estudio de Edmundo de Ory.

Si bien se califica gran parte de la poesía de Ory como un discurso amoroso, y si bien esto en parte es cierto, también la poética de Ory es un interminable viaje en escudriñar dónde acontece su fiesta. Un interminable juego de palabras que buscan su anillo en el fondo del mar.

Se abre ahora un espacio para reflexionar la literatura española y sus caprichos, como la tiene toda literatura, y veremos que Edmundo de Ory, aún muerto, es un muerto incómodo. Porque ausencias de esta talla, en su relectura, producen reordenamientos, relecturas de una época, nuevos anclajes y el ver con algún dolor, cierta ausencia en el panorama español al que fue sometido Ory.

No habrá rincón donde no encontremos rastros del inquieto espíritu de Edmundo de Ory. Veremos sus huellas y sus arañazos sobre el aire y sobre la roca. Su reflejo dará en los ojos del poeta atento. Nadie que lo mire y lea con atención quedará indiferente. Verá en su actitud el vuelo y la impaciencia. Una ansiedad de creación que pocas poéticas logran y que rompen el círculo de lo estrictamente poético, tomando de cuanta disciplina creía necesario. Y esto no es de extrañar si recordamos su amistad con Quenau, Vian, Jouve y Bonnefoy. Esas diferentes poéticas de las cuales Ory bebió y frecuentó.

“Laura Lachéroy (su viuda) ha comenzado a abrir las cajas con espíritu de niña ante un gran regalo. Ha desembalado el caballo de juguete preferido de Carlos Edmundo de Ory, sus libros, sus cuadros... ‘sus recuerdos más queridos’”. Así reza la noticia. Un cofre que se abre para dar a luz sus milagros. Un Ory secreto. Acaso el que tenemos todo dentro nuestro, como lectores y admiradores de su obra. Un arcón que estalla en la mano de quien lo sostenga. Una trama de atajos y caminos cruzados en lo que se movió su poética. Ory deja a la poesía su fresca sangre. Lo sudado por años en el trajinar, de crear y luchar con la realidad y sus sombras. Abrir el cofre y estar dispuesto a ser atrapado.

Cuando lo presente en el ICI, dije que al igual que Wells, Ory decidió apostar por sus sueños en vez de hacerlo por los sueños de otros. Y eso es ser dueño de su propia dirección. Lejos de cortesianismos, alcahuetería literaria, mendicidades, búsqueda de fama floja; dispuesto a caer en el intento y sin dudar intentar más intentos. Como si la belleza fuera esa verdad que lleva como camisa.

Sólo una semblanza. Un recordar a Carlos Edmundo de Ory quien se paseó entre los mortales mostrando sin pudor, la llama hurtada a los dioses. Porque como bien dijo:

Odiar el arte, sobre todo. Los artistas son todos idiotas. Establecer un cruce. Por donde pasa mi furgoneta no pueden pasar trenes de viajeros. Yo voy a ningún sitio y transporto ratas negras. ¡Dejadme a mí con ellas! Los hombres van a las estaciones en donde se puede bajar. Mi billete dice: “Gratuito. Dirección prohibida. No para nunca.”

Y que se diga más.

 


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